Barbie y el nazismo
LA DECISIÓN de Klaus Barbie de abandonar la sala donde era juzgado por sus crímenes durante el nazismo ha causado cierta sorpresa, pero responde a una táctica elaborada con su abogado, Jacques Vergés. En las primeras sesiones, Barbie ha estado presente para exaltar sus convicciones nazis y ofrecer de sí mismo la imagen de una persona que ha dedicado su vida a esa causa, de la que no reniega. Hacer eso en términos abstractos, al exponer su biografía, es una cosa. Pero las fases ulteriores del proceso serán algo muy distinto: Barbie tendría que afrontar los testimonios de los delitos que ha cometido entre 1942 y 1944, cuando estaba al frente, en la región de Lyón, de la policía alemana encargada de perseguir a la Resistencia y a los judíos. Esto es lo que busca evitar retirándose de la sala. Su abogado tendrá a la vez más libertad para realizar no sólo una defensa jurídica, sino una operación de propaganda política dentro de la cuál el fenómeno nazi quede oscurecido.Para ello utilizará los aspectos contradictorios que tiene el proceso Barbie en el terreno jurídico. Éste, condenado a muerte dos veces en rebeldía por crímenes de guerra que han prescrito, sólo podrá ser condenado esta vez por crímenes contra la humanidad, y la defensa buscará el entrelazamiento que se produce entre los crímenes cometidos por Barbie, sean del primer tipo o del segundo.
Pero no es solamente una cuestión jurídica; el propio Vergés ha dejado claro que su "defensa" se centrará en problemas esencialmente políticos. Tenderá así a presentar una Resistencia francesa carcomida por las traiciones y a subrayar el papel de las mismas autoridades francesas en la persecución de los judíos. Al mismo tiempo utilizará las indiscutibles torturas cometidas por los franceses durante la guerra de Argelia para subsumir las salvajadas hitlerianas en un conjunto mucho más amplio de crímenes contra la humanidad.
No le será, sin embargo, fácil a Jacques Vergés salirse con la suya. Una encuesta indica que el 70% de los franceses considera conveniente que Barbie sea juzgado y condenado, incluso por crímenes que cometió hace ahora 40 años. Reconocer la conducta indigna de personas e instituciones francesas durante la guerra en nada puede dísminuir el horror que suscita el recuerdo del genocidio hitleriano, cuya condena debe ser aleccionadora para las nuevas generaciones.
Por otra parte, un elemento ha sobresalido desde las primeras sesiones del juicio: Barbie no es sólo un nazi de 1945; es un nazi de 1987. Ha seguido propagando la doctrina y los métodos del nazismo en Bolivia y seguramente en otros lugares. No se puede desconocer la gravísima responsabilidad de los servicios norteamericanos que, al terminar la guerra, le ayudaron a escapar de la justicia francesa y luego a establecerse en Bolivia. En este país, y como asesor del dictador García Meza, organizó grupos armados neonazis como el de los llamados novios de la muerte, en el que se destacó el fascista italiano Della Chiaie, colaborador de la policía española y acusado ahora en Italia por el atentado de Bolonía. Existen vínculos evidentes entre la actividad de Barbie y la compleja trama internacional en la que el narcotráfico se mezcla con el terrorismo fascista. El caso de Barbie no es exclusivo: el aflujo de nazis escapados de Europa contribuyó a dotar a las dictaduras militares latinoamericanas de métodos de tortura de un salvajismo sin precedente. El proceso de Barbie interesa en primer lugar a los franceses. Pero asimismo a los defensores de la democracia en el mundo.
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