100 jueces, en medio de la intolerancia
El colectivo cree que la sociedad vasca es exigente
ENVIADA ESPECIAL La mayoría de los jueces que trabajan en el País Vasco estima, con rara unanimidad,que la exigencia social pesa más que los fuegos cruzados de las presiones políticas. "Aquí no eres un rey moro, como en Andalucía. Si no quieres que te critiquen es mejor que te vayas" afirma el magistrado Emilio Villalaín, llegado a Bilbao hace tres meses. Una situación que agrava si se recuerda que sólo el 20% es nativo
A comienzos de los años ochenta proliferaron las deserciones. Algunos pensaron que se trataba de una epidemia. Tras tomar posesión de su destino, al que habían llegado en calidad de forzosos, gran parte de los nuevos jueces pedía el traslado a otra plaza menos conflictiva. Y muchos de los que decidían quedarse lo hacían con ciertos visos de provisionalidad. Aguantar más de un año significaba cierta voluntad de permanencia, un consciente deseo de resistir. "Yo estuve en San Sebastián desde febrero de 1981 a junio de l984", rememora Joaquín Navarro, en la actualidad magistrado de la Audiencia de Madrid. "Los primeros meses, hasta que se trasladó mi familia, viví en un hotel de San Sebastián, donde coincidí con otros compañeros. Y yo no recuerdo que se respirara miedo. Sólo había un compañero que reconocía que le temblaban las piernas durante el escaso trayecto que hacía a pie entre el taxi y el hotel". Había otro que dormía debajo de la cama, aunque no por ser juez, sino por un desmesurado pavor a que la estadística del terror lo dejara sin carnes. "Eran casos patéticos y aislados", afirma Navarro. "Ahora la situación ha mejorado: hay ya un plantel de jueces estables que está dispuesto a permanecer", agrega.Con todo, el 30% de las plazas sigue vacante. La movilidad es tal que algunos siquiera llegan a ser conocidos por sus propios compañeros. "El número de plazas cubiertas es ficticio, porque siempre hay algunos viniendo y yéndose al mismo tiempo. Toman posesión y salen como cohetes a otros destinos", corrobora Juan Bautista Pardo. "La falta de jueces propios explica en parte esta situación de precariedad. Hasta hace pocos años, la mayoría de los licenciados en Derecho que salían de Deusto se dirigían a la empresa privada o a la abogacía".
A menudo la violencia ajena disuade más que el propio miedo "Yo estuve seis meses en Bilbao y la situación de los juzgados era caótica, el trabajo se acumulaba y te encontrabas ante nuevas formas de trabajo. Recuerdo que el mismo día en que tuve dificultades para entrar en una comisaría con el fiscal y el forense porque no se aceptaban aún estas actuaciones, tuve que levantar el cadáver del ingeniero Ryan, asesinado por ETA. Era muy duro", explica Andrés Ibáñez, ahora en Madrid.
"No tenemos presiones específicas, sino sólo las que compartimos con el resto de la sociedad", afirma Joaquín Jiménez, miembro de Jueces para la Democracia y presidente de la Aludiencia de San Sebastián. "Es innegable que respirar un aire de intolerancia es duro, que el estremecimiento que te produce la muerte es real. Pero también es cierto que esta sociedad no es monolítica y que acepta a la justicia", añade.
"Yo no tengo miedo", afirma María Elisabeth Huertas, juez del Juzgado de Instrucción número 3 de Bilbao. "Si lo tuviera me iría, porque no soy masoquista", agrega la juez, del caso Linaza. Huertas, de 32 años, es una de las pocas señorías que lleva cerca de cinco años en el mismo juzgado. "Desde que hay control, judicial el número de denuncias ha disminuido", afirma. "En realidad ahora estamos investigando antiguas denuncias que habían quedado arrinconadas".
Huertas y Juan Alberto Belloch, ambos de Jueces para la Democracia, han recibido amenazas de la extrema derecha y, han tenido escolta durante algunas temporadas. "Los jueces, en Euskadi somos una institución creíble que estamos consolidando el Estado. Somos la única presencia visible del Estado, porque las otras están bastante deterioradas, son muy débiles. Nosotros, por el contrario, nos creemos la Constitución y la aplicamos". Belloch lleva seis años en el País Vasco y asegura que aunque sufre cabreos cíclicos, se encuentra arraigado. "Lo mejor del País Vasco son los amigos", dice su mujer. "Ellos son los que nos atan aquí". Pero Belloch insiste en otras razones: "Cuando Huertas y yo sufrimos amenazas, el Gobierno vasco nos mandó un telegrama pidiéndonos que nos quedáramos. Que yo sepa, es la primera vez que piden a un cuerpo del Estado que se quede".
"Si nos dedicarnos a procesar a todos los que insultan a su adversario político tendríamos que procesar a toda la clase política. Sería judicializar un conflicto político y, por tanto, rigurosamente contraproducente", argumenta Belloch. "Aquí se insultan todos. Y yo no creo que nuestra función sea la de moderar el lenguaje político", concluye el magistrado de la Audiencia de Bilbao.
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