'Canelita Domé"
J. P. Domecq / Jerezano, Litri, CaminoNovillos de Juan Pedro Domecq, cómodos, encastados. Jerezano: cinco pinchazos y descabello (ovación y salida a los medios); dos pinchazos y bajonazo (vuelta). Litri: media (oreja); pinchazo, estocada delantera y siete descabellos (ovación y saludos). Rafi Camino: medía (palmas); estocada perdiendo la muelta (oreja). Plaza de la Maestranza, 2 de mayo (mañana). 11ª corrida de feria.
La afición estaba encantada con los novillos: "Estos Domé están saliendo canelita en rama", comentaban los más enamoradízos del toro y su bravura. Es la feria de los Domecq, pero no de cualquier Domecq; sólo del llamado Juan Pedro, que en corrida de "farolillos", por la tarde -parte seria del programa- sirvió seis reses de casta exquisita.
Cuando los juampedros dicen allá voy y se dan a embestir, su casta es exactamente eso: una exquisitez. El año pasado el ganadero sacó a este ruedo maestrante un sobrero cuya boyantía era estro para cualquier torero que tuviese alma de poeta. Los novillos de ayer también tomaron los engaños de forma parecida. Ocurrió, sin embargo, que ni cuando el sobrero, ni en la función mayor vespertina, ni en la matinal menor, hubo toreros con el alma inflamada de poesía.
Si acaso, algún brote, algún soplo, algún breve aroma, ayer igual que los demás días. La verdad es que, según el prisma a cuyo través contemplara la afición el festejo, así habría que cantar a unos o a otros. Si la afición era torerista, diría que Jerezano y Litri se quedaban quietísimos, estatuarios, y no despegaban las juntitas zapatillas de la arena mientras obligaban a pasar a los novillos, ceñidos, por alto o por bajo, ligando los pases con valor y armonía; y que Rafi Camino -también en diversos pasajes Jerezano- corría toreramente la mano hasta llegar a la cumbre de la templada, mandona e inspirada serie de redondos que instrumentó al sexto ejemplar. En cambio, si era torista la afición, diría que les pusieran donde les pusieran los engaños, a ellos se iban los juampedros, prontos, alegres, fijos, y los seguían humillados con pastueña dulzura hasta el postrer bamboleo de sus últimos flecos.
Canelita Domé saltó al rubio albero para paladearla hasta estremecerse, y eso se echó en falta. El hieratismo de Jerezano cuando bajaba la mano, el valor de Litri cuando se rebozaba de toro lo mismo de pie que de rodillas, el sentido ortodoxo que Camino imprimía a las suertes, no acababan de llenar los amplios horizontes artísticos que iluminaba la boyantía de los novillos. Demasiado nobles, demasiado flojos, demasiado brochos novillos, por otra parte, para toreros tan placeados; demasiado mimo para quienes dentro de pocos días se encontrarán con el fuerte compromiso de su presentación en Madrid y otras árduas empresas, en el umbral de su alternativa.
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