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FERIA DE SEVILLA

Imparable Espartaco

ENVIADO ESPECIAL, Espartaco salió ayer a hombros por la Puerta del Príncipe, después de una tarde torerísima, que el público refrendó con aclamaciones continuas. Espartaco, imparable en su determinación de convertirse en líder de la actual tauromaquia, lidió sus magníficos toros con derroche de valor, facultades y alegría, y emocionó en numerosos pasajes de sus faenas, en las que derrochó entusiasmo, arrojo y majeza.Los dos toros de Espartaco, como toda la corrida, fueron de durse, y el valiente torero estuvo siempre por encima de ellos, lo que no deja de ser difícil. Ligaba con facilidad redondos y naturales y desbordaba la pasión del tendido cuando cerraba las tandas con los pases de pecho.

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P. Domecq / Antoñete, Cortés, EspartacoToros de Juan Pedro Domecq: desiguales de presencia, bravos, pastueños. Antoñete: cinco pinchazos y descabello (algunos pitos); pinchazo hondo delantero, (algunos pitos). Manolo Cortés: tres pinchazos, estocada corta, rueda de peones y descabello (silencio); estocada ladeada (aplausos y saludos). Espartaco: estocada corta trasera y rueda de peones (dos orejas); pinchazo recibiendo, pinchazo saliendo enganchado sin consecuencias y estocada (oreja). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe. Plaza de la Maestranza, 28 de abril. Sexta corrida de feria.

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El sitio en el toreo

En realidad, el alboroto -griterío, público en pie, ¡ole! con ¡ole!- crecía, delirante, al ligar de pecho con de pecho; es decir, de pecho-parón-de pecho, que es ese alarde inventado ya hace muchos años por Dámaso González, redescubierto luego por Ojeda para su fama, y muy del gusto de la mayoría de los diestros dé las últimas hornadas, Espartaco entre ellos, evidentemente.

En cuanto a la pureza de los pases, sin embargo, de todo hubo. Espartaco no es -o no ha llegado a ser todavía- un estilista de las suertes fundamentales. Ligaba naturales y redondos y lo mejor no era la calidad de los muletazos, su impronta artística, ni siquiera su estética -mucho menos su hondura- sino precisamente la ligazón, conseguida sin solución de continuidad, ligera, perfectamente adecuada al ritmo deportivo que tenía toda su actuación, ya desde los lances de capa iniciales y el montón de revoleras con que el diestro los remataba.

Toros como los de Juan Pedro Domecq, lidiados ayer en la Maestranza, eran para mejor degustar el toreo y brindar a la afición sevillana el paladeo del arte. Había ayer en el coso otros espadas capaces de interpretarlo así, sólo que no tenían su tarde. Tanto Antoñete como Manolo Cortés desaprovecharon toros de una boyantía clamorosa. La embestida pronta, pastueña, cálida, de los juanpedros, reclamaba el toreo quintaesenciado que tiene inventada la tauromaquia en su experiencia de siglos, y nunca los destemplados muletazos que les aplicaron ambos maestros.

A su primer toro Antoñete lo toreó a medias: medios pases, citando con la muleta retrasada y deseando terminar. Al otro, un colorao que infundía más respeto por su trapío y por su casta agresiva, se lo quitó pronto de en medio. Para Cortés hubo un torito cortejano, negro, girón aparejado, a cuya deliciosa embestida respondió con vulgares pases, mucho pico, ningún temple. Y aún le correspondió otro de mayor boyantía, el ideal para consagrarse de una vez por todas en esta Maestranza sublime, toreándolo como indudablemente sabe hacerlo Manolo Cortés. Toreándolo como en la media docena de redondos, largos y suaves que instrumentó desde la naturalidad y el sentimiento, pero que ahogó en un interminable trateo reiterativo, profus y odifuso.

Una muestra suficiente, acabada, del toreo güeno que atesora la tauromaquia y que convirtieron en maravilla sus maestros, habría llenado de aromas la Maestranza, hasta embriagarla. Un espada animoso y escasamente artista lo hubiera tenido difícil entonces. Mas como los veteranos diestros no supieron ofrecer aroma, ni olor, ni sabor, ni color, los arrolló el entusiasmo, el arrojo, la alegría, la vergüenza torera de Espartaco, que alcanzó un triunfo clamoroso y le valió para acelerar su imparable ascensión hacia el liderazgo de la torería. A hombros salió Espartaco por la Puerta del Príncipe y a hombros lo llevaron por las calles de Sevilla, entre aclamaciones de "¡torero, torero!".

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