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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fournet y su Ravel indiferente

Son muchos y buenos los recuerdos que el público madrileño conserva de Jean Fournet especialmente ligados a la música francesa: los Nocturnos y Pelleas et Mélisande, de Debussy; La hora española y La valse, de Ravel. ¿Qué sucedió esta vez? La Orquesta Nacional de España (ONE), con buen juicio, rendía homenaje al autor del Bolero en el cincuentenario de su muerte e invitó a un maestro cuya misión y pasión es, sobre todo, la de difundir y hacer amar la música de su país por el mundo.Tuvimos la sorpresa de una lectura fría, indiferente, metronómica, de la Alborada, la Tombau de Couperin y la Rapsodia española. ¿Dónde quedó el "mágico prodigioso" que para Falla era Ravel? ¿Dónde el ensueño de una España que más parecía visita turística de fin de semana que poética sonora? Las cosas se animaron un tanto en el Bolero, quizá por la magnífica vitalidad que desde su puesto impone el percusionista Enrique Llácer, no sólo exacto mantenedor del ritmo obsesivo, sino, en igual medida, cuidador del sonido en su calidad y en su dinámica. Ante la Alborada, el recuerdo se iba hacia Freitas Branco y los comienzos de la ONE.

Orquesta Nacional de España

Director: Jean Fournet. Solista: Guillermo González (piano). Obras de Maurice Ravel. Teatro Real. Madrid, 24 de abril (repetición: 25 y 26).

No en vano se asegura que algunas de las grabaciones denominadas Ravel dirige Ravel contaron con la presencia del compositor, pero funcionó la batuta de Freitas. Ante la Rapsodia, nuestra sensibilidad estético-acústica volaba hacia Celibidache. Y así sucesivamente. Dicen que toda comparación es odiosa, lo que no significa que sea ociosa. Más aún si Fournet sale descalabrado al compararlo con el Fournet de otras ocasiones.

No gozó de mucha holgura el pianista tinerfeño Guillermo González, en medio de una orquesta a la que se imponía rigidez más que sobriedad. Sin embargo, pudimos gozar de una preciosa labor, plena de espíritu, ágil, mesurada, imaginativa, en los colores pianísticos y clara de ejecución. González -discípulo que fuera de Cubiles en España y del raveliano Perlemuter en Francia- tiene hondamente asimilados estos pentagramas, en cuyo decurso aparecen viejos, recientes y siempre queridos fantasmas: Fauré, Gershwin, Chabrier, incluso Saint-Saëns.

Hubo muy largos aplausos para el pianista español y entusiastas para el Bolero. El resto de las obras mereció ovaciones más bien prudentes.

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