Azoro y ruiditos
La integración de disciplinas tiene corno resultado, a veces, productos eclécticos difícilmente calificables.En el caso de la elaboración escénica de Sergio Lantigua y Patricia Balossini, la técnica del mimo se impone sobre ciertas posturas y arranques más propios de una danza algo elemental, pero el producto sigue siendo algo indefinido, como si los artistas intentaran quedarse en esa media tinta, aprovechando de cada técnica lo que les interesa.
Como planteamiento laboral, esta tesis es válida, pero el producto final, lo que llega al espectador, debe ser, cuando menos, de muy pulida factura. Cualquier indecisión rompe ese hilo de comunicación no verbal.
El rostro mudo
La Licorne
Abuso peligroso: Concepto, dirección y realización, Sergio Lantigua y Patricia Balossini; música, Ivo Malec; luces, Michel Davaud y Rafael Morán; vestuario, Eva Bolcher y Pilar Quiñones; objetos, Merlin Leroy. Circulo de Bellas Artes. Madrid, 22 de abril
Uno de los graves problemas de este dúo es la falta de riqueza de sus expresiones faciales, ella con una especie de azoro constante, invariable, sin matices, y él con un mohín de asco por la vida que muchas veces desconcierta y quita asunto a las escenas. Aun así, en la chica se reconoce una formación más lineal y ortodoxa. Su cuerpo acusa las aristas del rigor y el control muscular. En este punto se establece esa discusión sobre los principios delcrousianos. Una influencia generalmente mal asimilada sobre los equilibrios excéntricos y la tensión.En realidad, el espectáculo cuenta una no historia de relación humana entre dos seres, pero que no es capaz de estirarse para una hora de contemplación animada.
En Lantigua y Balossini hay también una dependencia enfermiza de los accesorios que, aunque imaginativos, se vuelven verdaderos protagonistas de la velada. Hay un uso y abuso de la lámina de poliéster, volviendo monótona la representación de la tensión entre esos dos seres que no se tocan más que un instante de la noche.
El vestuario es irregular. Las primeras batas son de una realización pésima, de mala calidad material. Sin embargo, después, los cambios traen imágenes más reconfortantes.
La planicie de la banda sonora, sus motivaciones monocordes, tampoco dan color a un sistema de movimientos que tiene, por fuerza, que volverse rico para poder disfrutarse. La Licorne tiene aún un círculo de lenguaje demasiado estrecho, sobre todo si pretende cubrir el espectáculo fuera de la anécdota, esa recurrencia que ha sostenido gran parte del mimo actual.
Babelia
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