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LAS VENTAS

Ganado de saldo para la corrida de las ilusiones

Un ganado de saldo, indecoroso, intolerable, insufrible, pulverizó las ilusiones de una afición que se había volcado en Las Ventas para ver torear bien. Porque los tres diestros del cartel -que asimismo llevarían al histórico coso las suyas- son de los que saben torear bien, y la afición madrileña, catadora de lo bueno, aprecia en el alma cuanto lleva vitola de aromática torería.Un ganado indecoroso ya por su trapío, del que carecía. No es que fuera género chico; es que era género destartalado, feo, con "tipo de no embestir", como suelen decir los taurinos en semejantes casos, y cara burro. Un ganado intolerable, pues no sólo ofrecía destartalada estampa sino que se iba de zaga, trastabillaba penitente, rodaba por la arena, y uno hubo que, a falta de fortaleza en las patas, usó de muletas los pitones, sobre los que pegó una voltereta. Un ganado insufrible por su descastado gen, que provocaba topar más que embestir, y aún topaba a medias, que si hubiese sido topamiento entero, los diestros hubieran podido dar el pase largo de su especial habilidad.

Santamaría / C

Vázquez, S. Puerto, JiménezCuatro toros de hermanos Santamaría, descastados, inválidos; 32, de Marcos Núñez, bronco, y 62, de Guadaira, encastado (ambos, sobreros). Curro Vázquez: dos pinchazos bajos y otro hondo bajísimo (silencio); cuatro pinchazos (algunas protestas). Sánchez Puerto: estocada trasera tendida y descabello (palmas); media estocada caída y dos descabeIlos (silencio). Pepín Jiménez: pinchazo a paso banderillas y bajonazo descarado, (silencio); estocada trasera bajísima (silencio). Plaza de Las Ventas, 19 de abril.

De todas formas, Curro Vázquez y Sánchez Puerto pudieron exhibir la hermosura del trincherazo, muletazo hondo donde los haya, uno de los que tienen más acabado sabor. A la afición madrileña le priva el trincherazo, y cada vez que Curro Vázquez e Sánchez Puerto echaban la pierna adelante y la muleta abajo para cuajarlo, crujía en los tendidos el ¡oIe! Las Ventas no será la cuna pero sí es el emporio del trincherazo.

Jaleado con gozo el trincherazo, tenían luego los espadas que justificarse con otras galas, lo que apenas lograron. Sánchez Puerto, como su primer toro se le iba continuamente a tablas, a favor de esa querencia ligó ayudados y cambios de mano. El quinto se le quedaba corto por el pitón derecho, no tanto por el izquierdo, y le faltó decisión para ligarle los naturales. Curro Vázquez ahogaba las embestidas, citaba fuera de cacho, se aliviaba con el pico.

Indudablemente, no veían clara la posibilidad de faena, con aquellos toros de saldo.

El primer sobrero, cinqueño, había crecido al revés. Ensillado, muy bajo de lomos pero muy alto de agujas y de penca, badanudo, barriendo la arena con el bamboleo de la papada, se dio a conocer en cuanto apareció por el chiquero. Derrotaba los capotes y escapaba a terrenos de sol, donde se quedaba a la defensiva. Rebrincó en cada vara, como correspondía a su mansedumbre, y para que no hubiera duda respecto a su bronquedad, en el segundo muletazo ya le había dado el susto de la colada sañuda a Pepín Jiménez.

A Pepín Jiménez no se le ocurrió intentar ni un pase más, sólo el macheteo de pitón a pitón, y bien de lejos por si acaso, a pesar de lo cual el ensillado badanudo seguía teniendo peligro. Obviamente, al lorquino Jiménez le había correspondido el peor toro pero por esa misteriosa ley dé las compensaciones -que no son frecuentes en la fiesta- hubo de salir en sexto lugar un sobrero que fue un encastado ejemplar de interesantísimo juego. Aunque chico, tenía trapío, y la afición madrileña, desmintiendo una vez más esa injusta fama de intransigente que le han colgado los taurinos, se enamoró del torito cortejano nada más verlo. Pidió que lo colocaran de largo para la prueba del caballo y admiró las embestidas prontas y encastadas con que tomaba los engaños.

Pepín Jiménez las admiró menos. Demasiada casta y demasiada seriedad llevaba cada embestida para que el fino coletudo lorquino las aguantara relajado. De manera que hubo faenita superficial y tampoco el toro bueno valió para satisfacer las muchas ilusiones que la afición había llevado a la plaza.

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