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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La primavera de Moscú

LA VISITA que Mijail Gorbachov ha efectuado a Checoslovaquia, país que hace 19 años vio cómo los tanques del Pacto de Varsovia ponían fin al experimento liberalizador de la primavera de Praga, ha servido de ocasión para el anuncio de la suspensión de la fabricación de armas químicas por la URSS y el ofrecimiento a EE UU de negociaciones sobre los cohetes de corto alcance.La visita que mañana inicia a Moscú el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, puede así poner a prueba la voluntad negociadora de ambas superpotencias y estudiar las posibilidades de una nueva cumbre entre Reagan y Gorbachov. El ambiente para ello se oscurece con la llamada guerra de los espías, con avalanchas de acusaciones que recuerdan los tiempos de la guerra fría y que contrastan con la realidad de una situación que, por primera vez en muchos años, hace viable un acuerdo sobre desarme.

Pero, al margen la importante propuesta sobre armas químicas y cohetes, el viaje a Checoslovaquia tiene una importancia propia indiscutible. Las imágenes de Gorbachov paseando entre aplausos y miradas sorprendidas por las calles de Praga están cargadas de simbolismo. Ahora es la primavera de Moscú la que invade Praga. Desde la etapa que siguió a la II Guerra Mundial, nunca un líder soviético había sido acogido con simpatía espontánea en la capital checoslovaca como la que rodea a Gorbachov. Éste contaba con ello, y obligó a Husak a incluir en el programa de la visita contactos directos con la población.

En febrero de este año, Vasil Bilak, representante de la fracción más dogmática de los comunistas checos, atacó a "las gentes que se entusiasman con la nueva política de la URSS", y recordó un documento de 1970 en el que los dirigentes de la primavera de Praga fueron condenados como contrarrevolucionarios y traidores. La actitud de Husak ha sido más flexible, y en un discurso del mes pasado apoyó las reformas de Gorbachov, diciendo que siempre han aprendido de la URSS, y que ahora deben hacer lo mismo. Pero aunque la dirección checa hable de reformas, y haga elogios al líder soviético, el sentido de la perestroika de Gorbachov le es inasimilable, porque la obligaría a revolverse contra sí misma, como producto que es de la política de Breznev. No es casual que los estudiantes checos hayan dado la vuelta al lema la URSS, nuestro ejemplo y lo lancen ahora contra el inmovilismo de Husak.

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Además, y a diferencia de otros países, en Checoslovaquia están vivos los dirigentes de la reforma democratizadora de 1968, cuyo eco fue enorme en el mundo. Gorbachov necesitaba el paseo por las calles de Praga para poder decir a Husak que es su pueblo, y no Moscú, el que quiere un proceso de reforma y renovación en Checoslovaquia. Pero no le interesa poner en entredicho la estabilidad de los países socialistas. De modo que los hombres de 1968 desempeñan un papel más bien en la sombra y la renovación del actual equipo dirigente se hará dentro de éste.

Por otra parte, entre la reforma de Gorbachov y la de Dubceck hay una diferencia sustancial. La de 1968 se hizo en medio de un gran entusiasmo popular, con una presión de las masas en la calle, con una crítica pública de los errores y crímenes de la etapa anterior. La táctica de Gorbachov es más fría y cauta, se hace en un período en que se ha esfumado el entusiasmo por ideologías salvadoras, y tiene unos objetivos más limitados. Su significado es, sin embargo, considerable en esta etapa de la vida europea. Cuando soplaron vientos de renovación, en 1956 en Hungría y en 1968 en Checoslovaquia, Moscú se colocó ante sus aliados como el guardián que impone orden con las armas. Esta vez estimula las reformas, aunque sea para acompasarlas. Es una novedad ante la que Europa no puede ser insensible.

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