El Papa sale en defensa de los emigrantes
El papa Juan Pablo II, que acabó ayer su extensa gira por el interior de Argentina y viajó hacia Buenos Aires para cumplir los tres últimos días de su visita oficial, realizó en Paraná una viva defensa de la emigración y criticó a quienes tratan a los emigrantes como a "ciudadanos de segunda clase". Antes de viajar a Paraná, el Papa había celebrado una misa al aire libre en Corrientes, bajo una lluvia torrencial que la multitud aguantó a pie firme.En esa ocasión, Juan Pablo II abordó el tema mariano de la religiosidad popular y aprovechó para reiterar la indisolubilidad del matrimonio, que había sido la idea central de su discurso de la jornada anterior en Córdoba.Por la tarde el Papa voló a Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, donde habló sobre el problema de la emigración, y recordó que también Jesús fue un exiliado que tuvo que huir a Egipto. Afirmó que a los emigrantes no se les debe considerar como "ciudadanos de segunda categoría" y, tras recordar que en realidad Argentina es un país "hecho por emigrantes", exhortó para que esta tierra siga abierta a quienes quieran venir a habitarla. "El corazón de los argentinos no debe cambiar", dijo el Papa, por lo que recibió un gran aplauso.
A los emigrantes el Papa les dijo que un cristiano es alguien que "no es signo de división, sabe comprender, no es fanático, no se deja arrastrar por los bajos instintos, es trabajador y sacrificado y manifiesta sentimientos de paz porque ama y reza".
Por todas partes, Juan Pablo II, como había ya había ocurrido en Chile, está recibiendo acogidas muy calurosas. A veces no le dejan casi respirar, y él, alzando su voz -ronca ayer por el aire acondicionado del avión-, dice: "También el Papa quiere hablar".
Informaciones más laicas
Pero la televisión y los diarios en sus informaciones son menos efervescentes que en Chile, más comedidos y más laicos. Con frecuencia estos medios llaman a Juan Pablo II no "Santo Padre", como hizo el mismo general Augusto Pinochet en su discurso de despedida, sino "jefe de la Iglesia" o también "jefe del Vaticano". Algunos argentinos están algo desencantados porque dicen que en el viaje anterior del Papa a Argentina, en 1982, se pensaba que Juan Pablo II había venido a ayudarles a ganar la guerra de las Malvinas y, sin embargo, la perdieron. "¿Qué nos hará perder ahora?", decía un taxista a EL PAÍS, y, mientras enseñaba con orgullo un rosario colgado en su coche, añadía: "Nosotros queremos a Dios y a la Virgen, pero a la Iglesia, menos".
Un diario decía ayer: "El viaje del Papa da para todo". Y no cabe duda que la presencia de Juan Pablo Il en este país despierta sentimientos muy contradictorios, a veces ambiguos, y otros llenos de emoción, como cuando en Salta quiso besar, uno por uno, a una triste procesión de niños condenados a muerte por la leucemia.
El semanario El Periodista ha escrito que este viaje "se articula en un cierto nacionalismo católico antiliberal, cargado de prejuicios hacia la democracia y el propio Gobierno institucional". Mientras tanto, el entusiasmo y la emoción que provoca su sola presencia han hecho estos días adelantar el parto a no pocas mujeres. Sólo ayer, cinco madres dieron a luz: todos varones, y a todos se les puso el nombre de Juan Pablo. Algunos habían nacido en la calle; otros, en el aeropuerto en espera del Papa. Ninguno pesaba menos de 3,4 kilos. Una de estas madres, Isolina Valdés, de 27 años, quiso ponerle el nombre entero, Juan Pablo Segundo, porque, según decía, "tiene que llamarse exactamente como el Papa que lo ha hecho nacer sano y salvo". De ahí que la Prensa, bromeando, escribió que en Argentina "ha nacido un nuevo Papa".
No han faltado ni los milagros en Argentina, como el que ocurrió en Chile cuando una parricida, conmovida por las palabras del Papa, confesó su crimen cometido hace 10 años.
El milagro argentino tuvo lugar el miércoles en Tucumán. Un sacerdote polaco, Adalberto Koflinski, estaba presente entre los miles de fieles en el campo hípico a la espera de la llegada del Papa cuando se le acercó una señora y se arrodilló frente a él en medio de la hierba pidiéndole que la confesara. Y fue como un milagro, cuentan, porque el ejemplo de la mujer fue seguido por otros miles de mujeres, hombres y niños que durante horas formaron una gran fila frente al cura redentorista.
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