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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sombra del cero

EL VIAJE de la primera ministra británica a Moscú se produce en un momento crítico. Las relaciones entre el Reino Unido y la URSS han sido frías en los últimos años y ningún primer ministro británico había visitado la capital soviética desde 1975. La proximidad de unas elecciones generales incita a la señora Thatcher a subrayar su talla política internacional con este viaje, dando una imagen de firmeza en los temas de derechos humanos y mostrando a la vez comprensión ante la evolución de la URSS. En realidad, se trata del primer viaje de un jefe de Gobierno europeo después de la aceptación por parte de Mijail Gorbachov de la opción cero sobre los euromisiles y, lógicamente, ese tema ha sido central en las conversaciones.Aunque el acuerdo sobre los euromisiles depende de EE UU y la URSS, Europa tiene un interés vital. Desde 1979 la argumentación occidental ha justificado la colocación de los Pershing II y de los misiles de crucero por la necesidad de forzar así la eliminación de los SS-20 soviéticos. En 1981, el presidente Reagan propuso la opción cero, con el apoyo general de la OTAN. Al aceptar ahora la eliminación de los misiles de alcance medio de Europa, Gorbachov revisa en un punto esencial la actitud de Breznev, que instaló los SS-20 para obtener una superioridad militar.

Ante la oferta de Gorbachov, la primera reacción occidental fue favorable, pero en las últimas semanas han surgido fuertes e incomprensibles reticencias, en EE UU y sobre todo por parte de ciertos Gobiernos europeos, ante la perspectivade un acuerdo que elimine los euromisiles. A partir de ahí, no sorprende que Gorbachov haya insistido sobre la necesidad de saber claramente si los occidentales aceptan ahora la opción cero.

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Es cierto que la eliminación de los euromisiles exigirá resolver otros problemas, como el de los misiles de más corto alcance y el equilibrio entre fuerzas convencionales. Pero meter todo en un mismo paquete no es el mejor camino.

Desde luego, un clima de confianza mutua no se recupera de golpe pero la puesta en marcha de un acuerdo eliminando los euromisiles, con las verificaciones imprescindibles -sobre las que insisten con razón los negociadores de EE UU-, serían el terreno adecuado para probar hasta dónde llega la coherencia de la actual dirección soviética. Para avanzar es preciso una clara voluntad política de los occidentales hacia la opción cero. Y en este punto, la señora Thatcher no ha dado una impresión favorable.

El argumento de que la existencia de armas nucleares ha sido decisiva para la paz en Europa desde 1945, no es. válido en este caso, porque no está en discusión la disuasión nuclear entre EE UU y la URSS, basada principalmente en los misiles estratégicos. De lo que se trata es de suprimir los euromisiles, cuyo efecto principal consiste, no en vincular Europa a la capacidad de disuasión nuclear norteamericana, sino en crear una posibilidad, por hipotética que sea, de guerra nuclear limitada al teatro europeo. A este efecto, resulta lamentable la actitud definida por Margaret Thatcher y el primer ministro francés Jacques Chirac, que ha apoyado en su viaje a EE UU a los halcones norteamericanos.

En esta situación cobra mayor valor la propuesta del presidente de la Comisión de la CE, Jacques Delors, para que los jefes de Estado y Gobierno europeos se reúnan y definan una única posición ante el problema. El Gobierno de Felipe González hizo pública su posición favorable a la opción cero, y lo mismo han hecho otros Gobiernos de la CE. Cuando una parte de la Administración norteamericana, y el propio Reagan, desean un acuerdo, el apoyo unánime de Europa es fundamental.

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