Empieza la guerra entre los principales procesados
JOSÉ YOLDI/ALEX GRIJELMO La guerra quedó abierta ayer entre los dos principales implicados en el juicio sobre el síndrome tóxico: Juan Miguel Bengoechea, el aceitero que importó la colza desnaturalizadade Francia, y Ramón Ferrero, el almacenista que la compró para destinarla al consumo huamano. Ambos se acusan mutuamente de haber desviado aceite industrial a la alimentación de miles de familias españolas. La segunda jornada del juicio se llevó a cabo en una sesión única, que comenzó a las 9.45 y concluyó a las 3.10, después de un desarrollo sin incidentes, salvo una discusión inicial entre los abogados acusadores y los defensores.
En esta ocasión -y al contrario que en la jornada inaugural-apenas hubo cola en la entrada al recinto, y durante la sesión permanecieron cerca de 200 asientos vacíos. Esto se debe, por un lado, a que las organizaciones de afectados, pidieron a sus socios que no se movilizasen, para evitar incidentes, y a que decenas de afectados por el envenenamiento no pudieron acudir porque los autobuses contratados al efecto no les recogieron. Los asientos vacíos estaban situados en la zona reservada a los enfermos del síndrome tóxico.Las incidencias se limitaron a un enfrentamiento verbal, registrado al comienzo de la sesión, entre los abogados defensores y los letrados que representan a los afectados. Jesús Castrillo, representante del procesado Ramón Alabart, pidió la palabra para expresar que ni él ni sus compañeros se sienten en el clima necesario que garantice la libertad de defensa, y acusó a "una compañera de la acusación", aludiendo a la letrada acusadora Doris Benegas, de haber lanzado el día anterior una arenga, antes de empezar el juicio, para manejar alas masas. El defensor José María Serret respaldó esta postura y se refirió a la abogada, también sin citarla, diciendo que "viene del norte de España para injuriar a la policía", en alusión al origen vasco de Doris Benegas, conocida simpatizante de Herri Batasuna. Sus palabras despertaron gestos de desaprobación entre los abogados de ambas partes. Petición de nulidad
Gran parte de los defensores afirmó que aconsejaba a sus clientes que no prestaran declaración, como ya había hecho en la tarde del día anterior el principal implicado, Juan Miguel Bengoechea. Serret, defensor de Ramón Ferrero, planteó dos causas de nulidad. Se basaba para ello, primeramente, en su desacuerdo con el hecho de que los letrados de la acusación pronunciaran sus preguntas aun cuando los procesados se negaban a contestarlas, hechos ambos que son normales en otros juicios y que el defensor consideró una "coacción". Y alegaba también que los acusadores habían apostillado el informe inicial del secretario.Los letrados de la acusación rechazaron estas protestas y señalaron que el clima era de absoluta libertad en la sala, y que los incidentes fuera de ella habían ocurrido en la calle y el día anterior. Fernando Salas explicó que los incidentes fueron provocados por la actitud de los acusados que mostraron con los dedos la señal de la victoria.
El tribunal se retiró a deliberar durante cinco minutos y, a su regreso, el presidente anunció que la petición de nulidad quedaba denegada.
Entonces fue llamado a declarar Fernando Bengoechea, hermano del acusado que prestó testimonio el día anterior en la sesión de la mañana (y que se negó a contestar por la tarde). Al igual que Juan Miguel, Fernando Bengoechea se mantuvo en silencio mientras escuchaba las sucesivas preguntas del fiscal y los acusadores. Los defensores no preguntaron.
Los asistentes se llevaron una sorpresa a continuación, porque el siguiente procesado, Ramón Ferrero, aceptó contestar a las preguntas. Se había extendido la irformación, facilitada por varios letrados, de que casi ninguno de los que estaban sentados en el banquillo iba a declarar. Sin embargo, a media mañana, y tras el debate entre los abogados, algunos defensores entendieron que no se podía permitir que los acusadores siguieran haciendo preguntas, porque parecían afirmaciones, y que influía negativamente en el ánimo del tribunal. Por tanto, algunos de ellos aconsejaron a sus clientes que respondieran. Esta actitud fue beneficiosa para Ramón Ferrero, quien pudo así acusar directamente a los hermanos Bengoechea después de que ambos se hubiesen negado a declarar en la tarde anterior y pocos minutos antes, respectivamente.
'Trampa'
El hecho de que cambiase la actitud de los procesados precisamente cuando fue llamado a declarar Ferrero indujo a pensar a varios letrados que se trataba de una trampa en la que habían caído los Bengoechea. Según esa tesis, el abogado de Ferrero asintió con el acuerdo de mantener silencio y lo rompió al corresponder el turno de su defendido. Juan Franco, letrado y cuñado de los Bengoechea, negó esta posibilidad, aunque sí reconoció que estos hechos podían perjudicarles. El defensor Jesús Castrillo explicó que la actitud de silencio se había roto porque ya se daban las condiciones necesarias de orden. que permitían continuar las declaraciones.
El testimonio de Ramón Ferrero -en el que acusaba a Juan Miguel Bengoechea de haberle engañado- evidenció en el juicio lo que ya apuntaba el sumario: que los importadores del aceite harían recaer la culpa del desvío en sus clientes, y que éstos argumentarían que les habían vendido el aceite diciéndoles que era comestible.
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