La Biblioteca Nacional de París muestra notas inéditas de Zola y grabados de Rembrandt y Matisse
La vieja Biblioteca Nacional de París, que reúne nueve millones de volúmenes desde el siglo XIV, manuscritos desde los tiempos bíblicos o 12 millones de grabados y dos millones de fotografías, es una institución perfectamente contemporánea. Tres acontecimientos encadenados estas semanas se deben al oro cultural extraído de esta fabulosa mina. Se trata de dos exposiciones, una de grabados de Rembrandt (abierta hasta el 3 de mayo en la propia Biblioteca Nacional) y otra de grabados de Henri Matisse (hasta el 10 de mayo, en la Escuela de Bellas Artes de París), y de un libro titulado Carnet d'enquêtes, o Cuaderno de reportajes, en el que se recogen manuscritos inéditos de Émile Zola.
Rembrandt, Matisse y Zola tienen en común algo más que la Biblioteca Nacional. Son terriblemente contemporáneos, principalmente por el trabajo de escenificación realizada por los autores de los montajes. Entre Rembrandt, Matisse o Zola está el trabajo de estos extraños creadores contemporáneos, auténticos cocineros culturales, especialistas en collage, edición, presentación o aliño del arte, pero muy próximos a veces a la pastelería estética y al show business.Su espíritu tiene algo que ver con el Museo d'Orsay, recientemente inaugurado, en el que las perspectivas colosales de los espacios ferroviarios, los espacios escenográficos de la vestibularia de las estaciones y el aire que pide la pintura pompier deforman con una inflexión espectacular la pintura impresionista, adaptada antaño a la visión casi íntima del Museo del Jeu de Paume.
Las dos exposiciones de grabados se deben a un matrimonio especialmente aficionado a la espectacularización del arte. Jacqueline y Maurice Guillaud, que habían sido animadores del Centro Cultural del Marais (el viejo barrio de las antiguas marismas del Sena), han querido convertirse en objeto de polémica y de denigración por parte de la crítica con dos exposiciones casi en simultáneo en la que su huella quiere borrar increíblemente la personalidad de los artistas Rembrandt y Matisse.
Los reproches que han recibido, su megalomanía, por ejemplo, se han visto felizmente compensados con una asistencia de público descomunal, desmesurada quizá.
Los grabados de Rembrandt, en los salones de la propia Biblioteca Nacional, aparecen expuestos dentro de una inmensa penumbra, rota por la luz aceitosa que cae sobre los atriles, o por los pozos donde aparecen reproducciones, siempre rodeado todo de un aire negro y barroco, visible en las mismas salas elegidas.
Aunque mucho público acude armado con lupas para observar el milagro de los detalles, los codazos y los empujones terminan venciendo el magnetismo de los grabados del genial holandés.
La exposición presenta 278 temas en 338 grabados, lo que significa que se trata de una muestra prácticamente completa de la obra de Rembrandt como grabador, compuesta en total por 287 temas. El fondo Rembrandt de la Biblioteca Nacional está compuesto por unos 900 grabados.
El material expuesto ha sido objeto de un trabajo de restauración cuidadísima en la propia Biblioteca Nacional. Algunos de los grabados parecían ya perdidos, debido al combado del papel, a las manchas o el encolado sobre cartones, que escondía en algunos casos un nuevo grabado en el reverso.
Grabador de amplio espectro
Rembrandt fue un grabador de un amplio espectro de temas y preocupaciones, desde la inspiración bíblica hasta, su propio rostro y el de sus familiares. Pero siempre con el realismo que produce la inteligencia visual y la capacidad de expresar lo que revela una observación atenta y original.Es eI realismo de sus viejos pordioseros, de la mujer o el hombre que orinan, del perro que defeca en mitad de una escena bíblica, de la pareja (un cura y una monja en un caso) que copuló sin ningún lirismo, o de la circuncisión de Jesús, en la que unos trazos sencillísimos dibujan casi al microscopio el glande del niño en las manos del sacerdote.
La manipulación que ha sufrido Matisse en su exposición a orillas del Sena, en la Escuela de Bellas Artes, es mucho mayor. En este caso hay más espacio dedicado al decorado que a la obra. Los vivos colores utilizados por el artista en su serie Jazz son utilizados para convertir la fachada del museo en un auténtico reclamo publicitario.
En el interior hay que andar un buen trecho lleno de absurdas evocaciones cromáticas y literarias de la obra del pintor hasta llegar al meollo de la exposición, lo único interesante, que son los grabados. La muestra recoge unas 400 piezas que representan la mitad de la obra de grabado de Matisse. Una tercera parte ha salido de la Biblioteca Nacional, y el resto, de la Biblioteca Literaria Doueet de París, del Victoria and Albert Museum y del Museo de Baltimore.
La crítica de Le Monde, Greneviève Breerette, ha realizado el reproche más duro al matrimonio Guillaud. Según su opinión, este Matisse manipulado aparece como un "artista en su plenitud, sereno, que deja pasar los días pintando odaliscas", mientras que hay un Matisse "en crisis, inestable, que cuestiona sus conquistas de vanguardista", que nos ha sido escamoteado.
El último montaje, el más honesto sin duda, no es una exposición, sino un libro. Carnet Xenquétes (editorial Plon) recoge las notas previas escritas por Emile Zola antes de la escritura de las novelas que componen el ciclo de los Rougont-Macquart. Se trata de los manuscritos depositados en la Biblioteca Nacional de París, sobre los que el autor de la edición de las obras completas de Zola, Henri Mitterand, ha estado trabajado desde 1979.
Publicados en una colección de etnografía, que conmemora con este volumen los 30 años de su fundación, estos textos de Zola constituyen, al decir de su compilador, "una pequeña enciclopedia de la vida social en el siglo XIX". La técnica utilizada para la preparación de las novelas es periodismo puro; no en vano Émile Zola trabajó como periodista basta los 41 años, momento en el que el éxito conseguido con sus novelas, principalmente con L'assommoir (La taberna), le permitió dedicarse totalmente a la literatura.
La bolsa, los grandes almacenes, la mina, el mercado central y, sobre todo, París... París desde todos los ángulos y rincones son los objetos de su mirada detallista y observadora. Anota los precios de los artículos, la organización del trabajo, la distribución del mobiliario o los pormenores de un rostro o un vestido.
Realiza auténticos reportajes de su viaje en la locomotora de un tren o en los escenarios de la batalla de Sedan. Consigue, en algunos casos, una intensidad literaria en sus descripciones de una economía y una eficacia parangonables, como mínimo, a sus novelas, y se comporta siempre, en palabras de Henri Mitterand, como "observador bulímico, goloso por las cosas vistas u oídas".
Pero en este caso hay menos escenografía que montaje erudito. Henri Mitterand anota y prologa cada texto, y lo acompaña todo de la mejor documentación, destinada a provocar el amor del lector por Zola, ya sea del lector puramente literario, ya del historiador, del sociólogo, o simplemente del amante de una ciudad como París, convertida por el escritor en el gran personaje de buena parte de su obra.
Babelia
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