Una buena tarjeta de presentación

Vaya un reconocimiento por delante: uno, personalmente, no siente admiración especial por las voces de tenor ligero y menos como vehículos transportadores del lied. Aunque posean un bello sonido, es muy difícil que vaya acompañado de una auténtica expresividad nacida del color tímbrico de cada nota y no de la vehemencia temperamental.Este preámbulo ha de permitir entender las reservas que pueden existir a la hora de enjuiciar el recital de Francisco Araiza. El tenor mexicano diseñó un programa a base del Amor de poeta, de Schumann, y otras piezas de Fauré, Rabel y Strauss. Poesía, música, canto y piano se integran en el cielo schumanino como en pocos.

Araiza exhibió tres cosas importantes: una bella voz en su cuerda con perfecta colocación, una irreprochable línea de canto y una envidiable aproximación en dicción al compositor alemán. Sin embargo, hubo no poca monotonía, nacida sin duda de una linealidad interpretativa a su vez ocasionada por la limitación de color tímbrico apuntada inicialmente y también por la juventud de Araiza.

Mucho mejor transcurrió la segunda parte, en donde las exigencias eran menores. También en esta parte le acompañó con más acierto Jean Lamaire dentro de un nivel siempre correcto. En definitiva, una buena tarjeta de presentación que deja abiertas esperanzas para mucho más.