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El Reino Unido se plantea el destino del arte en la exposición 'Arte británico en el siglo XX'

La Roval Academy de Londres prepara otra muestra sobre Italia

Una exposición retrospectiva sobre el Arte británico en el siglo XX se exhibe desde el pasado 15 de enero y hasta el próximo 5 de abril en la Royal Academy of Arts de Londres. Se trata de un ambicioso y polémico proyecto de interpretación histórica que se encuadra en una serie de revisiones nacionales sobre el destino del arte contemporáneo en diferentes países europeos, patrocinadas todas ellas por la institución citada. A esta misma serie pertenecen la que tuvo lugar el pasado año sobre el arte alemán y la que prepara en estos momentos sobre el arte italiano.

La muestra de arte británico, seleccionada por un comité de cinco expertos, consta de 310 obras, pertenecientes a 69 artistas diferentes, lo que ya de por sí puede dar una idea aproximada de la magnitud del conjunto.Claro que un siglo de arte no cabe ni en esta magnitud ni posiblemente en ninguna otra que no fuera como el mapa borgiano hecho a la exacta medida de la realidad, y de esta manera, precisamente por perfecto, invisible. La polémica de las ausencias y de los agravios comparativos se ha desatado, aunque sin excesiva violencia, si tenemos en cuenta que la mayoría de los artistas están vivos. Quizá la causa de esta reacción no demasiado intemperante en la crítica especializada y en el público sea la respuesta a la interpretación prudente que han hecho de la idea dominante los comisarios.

En este sentido se aprecia un contraste entre el criterio general, que ha apostado inteligentemente por buscar los puntos verdaderamente significativos en lo que podríamos denominar un estilo específicamente británico de asimilar el arte moderno, con lo que esto supone necesariamente de interpretación radical del tema, y algunos desmayos y vacilaciones a la hora de aplicar la selección ilustrativa de los nombres.

Una mayor firmeza en este apartado probablemente habría originado un mayor escándalo inmediato, pero hubiera aportado una mayor validez y profundidad al proyecto y, en definitiva, nos habría ayudado a apreciar mejor la significación histórica y la calidad del arte británico. Por ejemplo, se echa en falta que el repaso se haya detenido justo antes del arte último, que está prácticamente excluido, y en general, ciertos prejuicios historiográficos a la hora de incluir la mayoría de los tópicos característicos de lo que tradicionalmente se ha establecido como hitos del arte moderno británico.

Hay una combinación entre la visión tópica convencional y otras más decididamente audaces, lo que refleja el compromiso entre las diferentes personalidades de los cinco comisarios. Dividida en 18 diferentes secciones (por lo general, la mayoría conceptualmente bien pensada), desde el posimpresionismo hasta el arte de los setenta, ganan en el conjunto las que se han mantenido con más exigencia cualitativa en la elección de los nombres representativos y las obras, y sobre todo, las que han prescindido de una revisión escolar de movimientos y estilos. En este sentido resultan particularmente brillantes las secciones tituladas Camden Town y Blomsbury, El espíritu del paisaje, La escuela de Londres y Tres pintores de este tiempo: Hodgkin, Kitaj y Morley.

De todas formas, con todos los fallos que se quieran -que los hay, desde luego-, el visitante de la exposición Arte británico en el siglo XX no sólo no se encuentra con una visión convencional y hueca del mismo, sino que tiene una opción fundamentada para acercarse al espíritu singular que lo ha caracterizado históricamente, un espíritu en sí mismo conflictivo y contradictorio, como lo ha sido la asimilación de lo moderno en la artísticamente muy conservadora sociedad británica. Este espíritu, donde de verdad se aprecia es a través de determinadas figuras, como Stanley Spencer, Graham Sutherland, Francis Bacon, Lucien Freud, Frank Auerbach, Howard Hodking, R. B. Kitaj, M. Morley, Henry Moore, etcétera.

Diversa calidad

Sobre la base de más de 300 obras y medio centenar largo de artistas se puede comprender que hay un material de muy diversa calidad e interés en Arte británico en el siglo XX. Haciendo, no obstante, un rápido recuento de las piezas exhibidas más atrayentes, citaré los cuadros de W. R. Sickert (18601942), presente en varios momentos cruciales del arte británico y del que se han seleccionado algunas obras inolvidables (Noctes ambrosiane o The Brighton Pierrots); An eating house, de H. Gilman (1879-1919); el célebre The mud bath, de Bomberg (1890-1957), aunque el último período de este pintor, con diversos paisajes y un estremecedor autorretrato., son un sorprendente descubrimiento para el no especialista; The rabbi and his grandehild, de M. Gertler (1891-1939), etcétera.De P. W. Lewis (1892-1957) sobresalen los retratos, corno algunos de los paisajes de Paul Nash (1889-1946). Las esculturas de H. Moore (1898-1986) no necesitan elogios, pero hay que insistir una vez más sobre sus dibujos de guerra y, en general, de los años; cuarenta, ya que unas figuras dormidas, presentadas en la exposición, son sencillamente sobrecogedoras.

Hay artistas de los que uno retiene su ópera omnia, corno S. Spencer (1981-15159), Graham Sutherland (1903-1980), F. Bacon (1909), Lucien Freud (1922), F. Auerbach (1931), H. Hodking (1932), R. B. Kitaj (1932), D. Hockney (1937), M. Morley (1931), R. Long (1945), etcétera. Polémica, por comprometida, esta exposición logra transmitir al espectador no sólo un argumento, sino una cierta sustancia sensorial sobre la conflictiva modernidad artística del Reino Unido, una modernidad en cierta manera invertebrada, de cortocircuitos, de soledades.

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