La música estaba en la calle
Los taurinos, cuando los toreros saben pegar derechazos, dicen que tienen cante. De los toreros de ayer también lo decían, y lo dirán por la consumación de los siglos -pues se trata de hijos de papá-torero-famoso-, a pesar de que no se les oyó cante ninguno -tal que si estuvieran afórtícos, tal que si poseyeran cerrojo trabado de óxido donde ha su asiento el oído-, ni su toreo inspiraba músicas. Las músicas venían de la calle. El silencio abacial del centenario coso sólo lo rompía la música de las bandas que acompañan a las comisiones falleras e interpretaban El chocolatero.Las calles de Valencia eran ayer, día de San José, un gran bullicio de homes, dones y xiquets, humo de fritura de bunyols y de pólvora; todo estaba lleno, las iglesias llenas, la plaza de toros llena. "Hay gente pa tó", que decía el Guerra, y luego repitió El Gallo, aunque no hubiese leído a sus clásicos. Hay gente pa tó, hasta para torear. En cuanto los muchachos aprenden a pegar derechazos ya los ponen en una corrida de feria.
Torrestrella / Litri, Camino,
MartínezCuaillos de Torrestrella; 52 de Torrealta y 62 (sobrero) de Alcurrucén, sin trapío e inválidos. Litri: silencio (la presidencia le perdonó un aviso); oreja. Rafi Camino: aplausos y saludos; oreja. Alberto Martínez: aviso y petición y vuelta; vuelta. Plaza de Valencia, 19 de marzo (mañana). Sexta corrida de feria.
Las faenas de Litri eran un inmenso barullo, le perseguían por doquier los novillitos inválidos y revoltosos, perdía la muleta, perdía los papeles, pero daba pases mirando al tendido, se tiraba de rodillas y, sí había -que tirarse al suelo, pues también. Camino, más ortodoxo, pegaba los derechazos corriendo la mano, la suerte descargada, su pico, su oficio de novillero avisado. Con otro apellido, no ya el cante sino nada hubiese dicho. Alternaban dos hijos de toreros y un hijo de mayoral, y daba la sensación de que era al revés: los hijos de torero parecían mayorales y el hijo de mayoral parecía torero. Las verónicas con sabor, los muletazos con apuntes de cadencia, esos los dio el hijo del mayoral, Alberto Martínez, a pesar de que los novillos le tiraban pitonazos a la axila, como el sobrero, que le metió el pitón bajo la chaquetilla, y tuvieron que salir todas las cuadrillas para inmovilizar al agresor y desenganchar al torero.
El público le gritaba olés. Se supone, por el movimiento de los labios, que acanutaba y distendía hacia las comisuras Porque no se oía. Estaba entonces en su apogeo la mascletá cercana, los estampidos intensificaban su resonancia en el embudo del coso, trepanaban oídos, conmocionaban el graderío, hacían tremar los cuerpos serranos de la afición, cuyas sacudidas vértebras parecía que se iban a desprender.
Atroz zafarrancho de guerra y tinieblas fue la fragorosa mascletá que, cuando cesó de súbito, dejó oir "¡ ... eeé!" -último eco de un olé-, y a un ciudadano que le contaba a su vecino: "¡ ... y no me la pude tirar!".
Babelia
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