El caos sanitario
Es verdaderamente lamentable ver publicado en el editorial del 11 de marzo un análisis de la huelga de médicos tan falaz, demagógico y lleno de verdades a medias que, como todo el mundo sabe, es la mejor forma de ocultar la verdad.En la nuestra, como en todas las profesiones, pero no en mayor medida, se dan casos de defensa de privilegios y desinterés profesional, pero pretender ocultar tras estos casos aislados, aunque sean unos cientos, el interés de todo un colectivo por la defensa de una mejor sanidad pública no es sino una vileza: según datos del propio Insalud, la mayoría de los médicos hospitalarios tienen una media de edad inferior a los 40 años, están motivados profesionalmente y ejercen su actividad profesional exclusivamente en el ámbito hospitalario. Estos somos los que ahora estamos en huelga. Curioso, ¿no?
Del bienhacer de estos profesionales se ha derivado una medicína científica y de calidad, para cuyo mantenimiento durante años, y de modo progresivo, sólo nuestro interés ha suplido las deficiencias materiales a las que nos ha conducido una política miope basada en criterios exclusivamente de ahorro, llevándonos a la actual situación insostenible. Responsabilizar de ello a los médicos es simplemente absurdo: nosotros somos los primeros en padecer las consecuencias que el usuario aprecia en una mínima parte de la que es su realidad. Dicho sea de paso, la inversión en sanidad fue del 3,2% del PIB en 1986.
Por otro lado, también se afirma que la opción por gestores no médicos está más que justificada. No cabe la menor duda. Ahora bien, por lo que se protesta es porque al mismo tiempo desaparecen los únicos órganos de cogestión de cariz democrático que existían, en lugar de profundizar en su democratización. Es fácil entender que incluso el mejor gerente debe atender a criterios médicos y científicos, y no sólo a criterios económicos, a la hora de tomar ciertas decisiones, para lo cual los médicos y el resto del personal no médico deben estar presentes en los órganos de dirección y no sentirse exclusivamente peones de un tablero, lo cual conduce a una situación de anomia y alienación profesional, en la cual no estamos dispuestos a caer-
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