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Reportaje:

Giulio Andreotti, la 'escopeta' más peligrosa de Italia

Juan Arias

Colecciona campanillas. Tiene licencia de caza, pero no escopeta. Es el político italiano que vive más cerca del Vaticano, y va a misa cada día a una iglesia diferente, por miedo a que "algún bienintencionado" le quiera "mandar al cielo antes de tiempo", como ha dicho él mismo. En política es Andreotti a secas. Entre los amigos basta decir Giulio. Algunos añaden el divino. Dicen de él que en el Vaticano está "como pez en el agua". Es el hombre al que el presidente, Francisco Cossiga, ha encargado que forme Gobierno.

Es padre de cuatro hijos que, cuando se examinaban en la universidad, negaban que eran hijos de su padre "para evitar ser favorecidos". Su esposa, Livia, es como una sombra que nunca aparece. Se conocieron y enamoraron de repente en un cementerio, cosa, dice el político, que les dio suerte. Desde entonces, en efecto, han vivido siempre juntos y felices.De sí mismo dice que es "un pecador". El papa Wojtyla le invita con frecuencia a su misa y a desayunar y comer con él. Conoce tan bien al Papa polaco que un día le preguntó a este corresponsal: "¿Sabe usted dónde escribe sus discursos el Papa? Pues se lo voy a decir: los escribe de rodillas en su capilla".

Alguien ha asegurado que posee "el candor de un Satanás de buena fe", y también que es "una especie de diablo que conoce todo lo de éste y lo del otro mundo". Y este conocer tantas cosas es lo que probablemente le otorga tanto poder en el campo político. Su arma, además del humor, que domina a la perfección, son sus diarios íntimos, escritos en clave, y "los esqueletos que esconde en su armario". Andreotti se ríe y dice: "No son cadáveres; es un simple archivo que conservo en la bodega".

Es la delicia de los caricaturistas, que le dibujan siempre con chepa y con orejas de borrico. Forattini, el más cáustico, ha dicho a este corresponsal que Andreotti jamás se ha quejado por una viñeta, ni aun por las más feroces.

Una vez le preguntaron si no le molestaba que Forattini le pintara siempre con esas grandes orejas de asno. "No", respondió Andreotti. "Al revés, porque como de verdad las tengo un poco grandes, así cuando me miro en el espejo tras haber visto una viñeta me consuelo pensando que no soy tan feo".

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Se acuesta leyendo una novela policiaca, pero jura que se duerme siempre "antes de descubrir al asesino". La película que más le gusta de todas es una versión de El doctor Jeckyll con Fredric March, y después La colina del adiós, con Jennifer Jones.Ha escrito 11 libros. Está presente en todas partes. Hay quien piensa que quizá posee el don de la ubicuidad, como los santos. Cita a los embajadores a las seis de la mañana. Uno de ellos le dijo una vez: "¿Es que vamos a ir a cazar, ministro?". Ha sido 14 veces ministro y cinco presidente del Gobierno italiano; por eso los periodistas y los otros políticos cuando se dirigen a él le llaman siempre "presidente".

En sus trajes tiene siempre un bolsillito secreto a la izquierda de la cintura. Allí esconde sus golosinas, que no son de chocolate, sino de farmacia, porque adora las medicinas y prueba todo lo nuevo que sale al mercado, sobre todo píldoras contra las cefaleas, de las que sufre horrores.

Comulga cada día. Después se sienta y medita algunas máximas de Escrivá de Balaguer. Primero leía Camino; ahora prefiere el nuevo libro del difunto fundador del Opus Dei, llamado Solco.

Y sin embargo Andreotti no es un beato. Lo que le ocurre, dicen, es que tiene como un radar para todo lo que es poder eclesiástico.

No le gusta la ducha. Prefiere la bañera, y con agua que quema. No conduce el automóvil. Un tiempo fue vegetariano. El taco más fuerte que ha dicho en su vida, según sus hijos, es "¡Santa paz!", pero sólo cuando se enfada mucho, cosa muy rara en un hombre considerado frío, cínico, esfinge y enigmático. Y sin embargo, en la intimidad Andreotti es simpático, humorista, habilísimo conversador y con una cultura por encima de la normal de los políticos de este país.

A los 28 años de edad era ya subsecretario en la Presidencia del Gobierno, con De Gasperi, y desde entonces ha estado siempre, ininterrumpidamente, en la política activa. Andreotti es noticia sólo cuando no entra en un Gobierno. Y se queda sin cartera ministerial sólo cuando le conviene, porque nadie se atreve a dejarlo fuera.

Su secretaría personal es la maquina más formidable de recomendaciones de Italia. Responde a todas las cartas de petición. Una vez llegó a tener 80 secretarios sólo para contestar a cartas de recomendación.

Ha pasado indemne, como los faquires, por todos los fuegos y escándalos. De todo ha sido acusado menos de despreciar el poder. Suele decir que el poder "consume sólo a quien no lo posee".

Federico Fellini ha escrito de él: "Te da esa especie de tranquilidad, ribeteada de perplejidad y también de vaga inquietud que, nos producían los compañeros de colegio buenos, preparados educados, simpáticos, que lo sabían todo, que jamás hablaban mal de los profesores y que daban a entender que sabían algo más que los otros. Y que no te lo podían decir y te parecía justo que fuera así".

Nadie ha sido nunca capaz de encontrar una sola prueba escrita contra él en los mil y un escándalos de los que se le acusa siempre.

Secretos en una cabeza

Cuando las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro, querían coger a Andreotti, porque sabían que los verdaderos secretos italianos viven en su cabeza; pero desistieron porque vivía "demasiado blindado". Él prefiere pensar que lo ha salvado la divina providencia.Una vez le llamaron caballo de raza dentro de la Democracia Cristiana; por su gran astucia, ha sido también comparado a una zorra, cosa que no le desagrada. Lo que no le ha gustado es que su amigo y secretario del partido, Ciriaco de Mita, durante la crisis de gobierno en curso, le haya comparado a un pichón. Pero sus amigos dicen que está ya estudiando su venganza y piensa acabar siendo un águila real, capaz de planear sobre la colina más alta de Roma, es decir, el Quirinal. Sería, dicen, el último sueño de su vida, ya que su humildad cristiana no le permite soñar con vestirse de blanco.

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