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Tribuna
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Tontas

Rosa Montero

Somos tontas. Me refiero a las mujeres. Somos tontas. Pongamos un ejemplo: el último número de La Luna contiene unas interesantes entrevistas con dos pintores jóvenes, Pilar Insertis y Jesús María Lazkano. El entrevistador, que es varón y el mismo para los dos artistas, le dice a Pilar un par de veces que sus cuadros son bastante malos, aunque, en fin, en conjunto es una chica que promete; todo esto en un tono adecuadamente paternal que dudo mucho que hubiera empleado con un hombre. De hecho, a Lazkano le pregunta cosas sensatas y no entra en descalificaciones sorprendentes. Pues bien, Pilar se somete a esa actitud chinchante, y en vez de dar un corte sandunguero al periodista le concede más o menos la razón: es que estoy aprendiendo a pintar, viene a decir ella humildemente. Que sí, querida Pilar, que somos tontas. Y lo digo con la certidumbre nacida de una práctica muy larga en la tontuna.Mantengo la teoría de que las mujeres, educadas en el dominio de lo íntimo, de lo sentimental, de lo doméstico, padecemos unas inseguridades enfermizas con respecto al mundo exterior, es decir, al del trabajo. Y que los hombres, que son dueños y señores del mundo exterior, se sienten patológicamente inseguros en lo relativo a su intimidad y sus sentimientos. Total, un verdadero lío. A nosotras, mujeres profesionales, se nos está recordando constantemente que el terreno laboral nos es ajeno; por eso transitamos de puntillas, pidiendo perdón a todo el mundo. Ahí vamos, con el saquito del trauma cargado al hombro, modestas como lirios del campo y discretas como vírgenes bíblicas. Porque así, adoptando la sumisión tradicional de la doncella, nos creemos quizá más protegidas.

Basta ya de esa humildad profesional tan mórbida que no es una virtud sino un grillete: si queremos ser tratadas como personas tendremos que abandonar ese apocamiento de chiquillas. Hay que aprender a ser orgullosas, soberbias, arrogantes, altivas. De ahora en adelante me voy a repetir que soy maravillosa varias veces al día.

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