La difícil cuesta del estilo
La compañía londinense, desde que está capitaneada por el, danés Peter Schaufuss, ha mejorado mucho, pues este bailarín procede de una estricta formación académica que influyó decisivamente para que el London Festival Ballet adquiriera un poco de la brillantez de antaño.A pesar de estos detalles positivos, aún se nota una heterogeneidad, sobre todo si se les compara con esos cuerpos de ballet tradicionales de las grandes compañías americanas y europeas. Schaufuss quiere competir legalmente lo más arriba posible )i por eso acude a un repertorio dificil donde hay que hacer gala de grandes dotes de conjunto. El programa único de Valencia trae dos piezas conocidas y una novedad que no lo es tanto.
London Festival Ballet (Reino Unido)
La Bayadera, Petipa / Minkus; El mundo otra vez, Bruce / Burgon; Sinfonía en do mayor, Balanchine / Bizet. Teatro Principal de Valencia, 26 de febrero
El segundo acto de La Bayadera, llamado El reino de las sombras, fue montado para esta agrupación como pieza de concierto por Natalia Makarova.
Fue bailado por Jeanette Mulligan, acompañada por Schaufuss como el príncipe Solor. La Mulligan se aventuraba por primera vez con el papel de Nikya, y a pesar de, cumplir dignamente con las exigencias técnicas de origen, su aire aún carece de dominio teatral. Schaufuss estuvo soberbio. Todavía posee una limpieza ejecutoria que permite la disección de la coreografía en los más mínimos detalles. Su salto y rapidez de pies son artísticamente seguros.
Lenguaje cósmico
El mundo otra vez tiene amplias pretensiones en cuanto a lenguaje cósmico se refiere. Hay pasos de aire y tierra para. transmitir con el movimiento ideas, o más bien, sugerencias sobre el destino del hombre ante lo desconocido. Está compuesto a partir de una heterodoxa revisión de caídas y recuperaciones. La base del diseño es una amplia diagonal de fondo derecha en múltiples variantes y escapes; tiene bellas luces y sentida interpretación que sin embargo no cuajan totalmente. La inventiva de Bruce se estrecha en soluciones de apoyo corporal entre las parejas y la música de Burgon es bella en sí misma, pero de dudosa efectividad para arropar la danza.
Es de señalar el sacrificio que representa para las chicas bailar sin zapatillas de punta para luego calzárselas de nuevo nada menos que para hacer la difícil Sinfonía en do mayor, Balanchine/Bizet, que a pesar de haber sido compuesta para franceses ya en ella el coreógrafo estaba totalmente imbuido de lo conseguido con los norteamericanos. Es decir, la rapidez en la recepción de pasos, un ajuste de relojería en las evoluciones y, sobre todo, un estilo de asumir el baile que nada tenía que ver con la interpretación convencional. Esto es un problema inveterado cuando se monta Balanchine en cualquier parte del mundo. Se trata de bailar la música. Esta es la esencia neoclásica y de ahí el popular testimonio de las batallas del coreógrafo con sus bailarinas queriendo que no movieran un músculo de la cara. La tradicional frialdad atribuida a las bailarinas inglesas aquí no funcionó positivamente y por momentos el estilo vuelve a fallar.
Trinidad Sevillano ocupó el segundo movimiento, ese adagio de leyenda que Balanchine creó especialmente para una Tamara Toumanova en su esplendor. Trinidad hace un esfuerzo y aporta calidez sin excesos a una variación sobre las puntas que se basa en las dotes de la que lo baile, requiriendo extensiones, equilibrio y porte excepcionales. Ella supera su físico, que es algo con lo que navega en contra siempre, y fue la más aplaudida de la noche. Poco a poco va madurando en las maneras y recortando la espectacularidad gratuita propia de la juventud, aunque aún dista de poder considerársela como una primera bailarina consagrada.
Fue una noche de verdadera gala en el Principal, con guardia de coraceros a la puerta y bouquet de flores para todos los asistentes.
Babelia
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