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Listón, bisagra, progreso

Dando por sentado que la primera condición para que haya progreso en Euskadi es que haya Gobierno, mayoritario o minoritario, la segunda consiste en que el Gobierno pueda nacer de un pacto entre nacionalistas y socialistas, que le asegure la mayoría. Antes que por su contenido, un Gobierno es deseable para Euskadi cuando introduce unos mínimos de armonía y de solidaridad. La armonía supone la aceptación del compromiso entre ideologías e intereses contrapuestos; la solidaridad, el sentido de Estado, la responsabilidad por el funcionamiento del orden político constitucional-estatutario. Para ello está claro que hay que ser capaz de pactar, mediante la búsqueda de una transacción que no refleje los programas de ninguno de los dos partidos, sino precisamente la capacidad de ceder en aras de un interés superior.Si el partido socialista es el más consciente de que su responsabilidad política le exige renuncias con respecto de su posición de primer partido vasco (por ejemplo, cediendo el puesto de lendakari), al partido nacionalista le cabe el mérito de haber superado la tentación deportiva de saltar el listón. El tema del listón consiste en lo siguiente: habiendo puesto Garaikoetxea unas condiciones autonómicas necesarias, según él, para pactar, el otro partido, si pacta en condiciones que se estiman más bajas, puede ser acusado ante sus todavía imprecisas bases de ser menos nacionalista. Y superar la tentación del listón equivale a tener suficiente sentido de la política como para no confundirla con una proeza deportiva.

Cumplidas estas condiciones -Gobierno, armonía y solidaridad-, quedan otras para poder calificar una política como progresista. Estas pueden ser expresadas con el término de "voluntad de cambio". No hay muchas garantías de que un pacto entre los partidos socialista y nacionalista aporte suficiente cantidad de este ingrediente. Pero, dada la situación vasca, el progreso que representa el entendimiento entre las dos primeras fuerzas de! socialismo y del nacionalismo, el grado de armonía y de solidaridad que esto supone, es hoy, más importante que el contenido de la política que desarrollen. Más aún: precisamente por haber logrado una base de armonía y de solidaridad se está en mejor situación para impulsar los temas de más fácil acuerdo -situación económica y violencia- y para resolver los tres grandes temas del cambio: la confianza en el funcionamiento de un Gobierno autónomo, que es el que los socialistas tienen pendiente; la rectificación de la rigidez nac'onalista, que tiende a identificar partido y Gobierno y a generar indebidas presiones culturales, que es el tema pendiente, tanto del PNV como del nacionalismo de Garalkoetxea; la modificación de la articulación institucional de Euskadi, que es el tema pendiente del PNV.

Euskadiko Ezkerra afirmó, y por un tiempo pareció verosímil, que el pacto tripartito PSE-EA-EE aportaba más posibilidades de cambio que un pacto con el PNV. Los hechos han demostrado que a Garaikoetxea, con independencia de su proyecto de cambio y modernización de las instituciones vascas, le faltaba una condición previa y más importante para un Gobierno de progreso: flexibilidad y respeto a las posiciones de sus eventuales socios. La elogiable matízación de su campaña electoral, cuando distinguía sus objetivos máximos (lo que podríamos denominar su ideología) y sus objetivos mínimos (lo que podríamos denominar su programa político) se ha trocado en intolerancia y dogmatismo en el momento del acuerdo, incapaz de entender que un pacto político ha de ser siempre una rebaja y una transacción sobre los programas políticos y no sobre las pretensiones máximas. Puesto a elegir el partido socialista entre dar el voto, sin pacto, a EA-EE, o entrar en pacto con el PNV, ha elegido correctamente esta segunda opción, por el mayor grado de solidaridad y de armonía que comporta.

La bisagra de Euskadiko Ezkerra ha resultado mal engrasada. Ya fue un error de partida que, tras haber realizado una campaña electoral con el leitmotiv del ataque al nacionalismo, en el balance de los resultados sumaran sus diputados a todos los nacionalistas para buscar una buena posición política. Pero luego no supleron identificar el centro de gravedad del Gobierno de progreso que propugnaban. Ellos mismos podían haber sido ese centro de gravedad, pues en ellos se podía haber dado la confluencia de armonía, solidaridad, voluntad de desarrollo estatutarlo, modernización de las instituciones y superación del dogmatismo nacionalista. Sus debilidades eran su escasa fuerza y su vacilación ideológica. Si por preservar su posición estratégica sir negaron a vertebrarse en un bloque con los socialistas, para atraer a Garaikoetxea, ¿cómo pudieron cometer más tarde la torpeza de dejarse tragar por éste, el elemento menos solidario y, por tanto, menos progresista del pacto? Convertidos en apéndices de Garaikoetxea, han perdido razón, justificación y poder.

Poco progreso cabe esperar, piensan muchos en Euskadi de un pacto entre los dos primero, partidos, cuando tan poco se ha hecho mientras el partido nacionalista gobernaba con pacto de legislatura con el socialista. Puede que así sea, pero la vía emprenclida es la mejor o menos mala dentro de las que se han presentado en la práctica. Y además existe un dato nuevo que se les ha impuesto a los políticos: tras haberse reprochado mutuamente por el fracaso del anterior pacto de legislatura, se ven ahora abocados a un pacto de Gobierno. ¿Sabrán entender la lógica de esta huida hacia adelante? Si así sucede, tendrán que comprender que un Gobierno de pacto no es simplemente un difícil reparto de carteras, sino un bloque en el poder que decide colectivamente, se solidariza con la actuación de cualquiera de sus miembros Y responde de ellos. Ésa es la nueva condición del progreso político en Euskadi.

José Ramón Recalde es catedrático de Sistemas Jurídicos de la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de San Sebastián.

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