Una voz para Aragón
Cerrar una publicación periódica es siempre un acto de violencia porque con él se arremete contra los miles- de fantasmas que durante su tiempo de vida han ido creciendo y creciendo a su alrededor.Matar una publicación periódica en un país, Aragón, donde la letra impresa escasea, la crítica al sistema establecido es mínima y los vehículos culturales casi inexistentes, es, además de un acto de violencia, una decisión casi, casi suicida, porque eres consciente de que terminas con un cuerpo que podría seguir viviendo si todos los fantasmas que durante 15 años han crecido en "la casa" se arracimasen en un solo grito capaz de hacer avanzar a lo que por momentos se queda detenido.
Y entre violencia y suicidio, los "últimos mohicanos" hemos decidido acabar con una vez que había reiventado Aragón cuando el Estado empezaba a liberarse de trabas dictatoriales y empezaba a respirar, entre sustos y suspiros, nuevos aires de esperanza y libertad.
Alrededor de Andalan, desde el día en que a Eloy Fernández le rondó la idea, fue aglutinándose lo más válido y progresista de la cultura aragonesa. Rebuscamos nuestras "señas de identidad" en el derecho, la literatura, el teatro, la cocina y el folclor. Defendimos la ecología y planificamos un nuevo territorio. Ironizamos contra la dictadura y sufrimos la caída de Allende como si algo nuestro se hundiese, y llegamos a la democracia con la ingenuidad democrática de los adolescentes.
"La casa" se transformó desde una plataforma unitaria a un proceso asambleario. Todo surgía tras enormes discusiones mientras el desencanto político dejaba por las cunetas a cientos de lectores que abandonaban la "militancia" para pasarse a otro tipo de Prensa. Otras revistas cedían ante la evidencia. Andalan no reblaba porque éramos conscientes de lo que iba a significar su vacío. Y como "agustinicos de Aragón" desmelenados, íbamos, metiendo el dedo en las llagas. Y los llagados nos abandonaban, atacaban. Cada vez iba siendo más asfixiante la libertad.
Andalan estaba al borde del cansancio y no era capaz de conectar con las nuevas capas de la sociedad. Los "abuelos" no teníamos tiempo. Los más jóvenes incorporados al staf no acababan de atraer a las gentes de su generación, y la revista se iba convirtiendo en un elemento cada vez más desautorizado y despreciado por las clases dominantes e indominantes.
El vacío se había cumplido, y Andalan, como otras muchas voces que nacen en mi país, clamaba en el desierto. Y nunca mejor dicho: todos los combates se quedaban en la utopía. El sistema había sido más fuerte que la ilusión. El tiempo nos había vencido, y continuar en la lucha exigía tal esfuerzo que ya nadie estaba dispuesto a realizarlo.
El fin de los sueños
Un día cerramos. Los fantasmas rebulleron por los pasillos de la redacción, dieron gritos, reclamaron sus cuerpos, anunciaban venganzas; pero, poco a poco, todo se fue calmando, hundiéndose, haciéndose real, con esa realidad abrumante en la que los sistemas acaban con los sueños. Pocos días después de cerrar, una muchacha francesa- alumna de español de la universidad de Tours, me encuestaba sobre las causas reales del cierre de Andalan. No sé si las expliqué. Aquí han sido diseñadas, pero hay muchas más razones.
De todos modos, 450 números publicados a través de 15 años -¡y qué 15 años!- cuentan la historia real de un país -Aragón- y de un Estado, España, y quien quiera entender el meollo de este proceso tendrá que acudir a sus páginas. En ellas está el miedo, la clandestinidad, la censura, la esperanza, el tedio, la amargura, las lágrimas y la libertad. Al fin y al cabo, la vida misma.
Pero seamos un poco británicos y gritemos esa hermosa esperanza: "Andalan ha muerto, ¡viva Andalan!".
Aragón no se puede permitir por mucho tiempo su silencio, y si no es capaz de ponerlo en pie, será también el principio del silencio total de sus propias gentes.
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