Victorinos para combatir en todos los frentes
Los Victorinos se ponen a punto en las dehesas extremeñas para combatir en todos los frrentes taurinos. El propietario de la ganadería, Victorino Martín, los tiene compro metidos para que se luzcan las figuras, para que siembren el terror en los ruedos, para que los empresarios hagan el taquillazo de la feria. Victorino Martín espera en Monteviejo el comienzo de lo que va a ser la temporada culminante en la historia de su ganadería. Porque, además de estos acontecimientos, competirá por primera vez con la legendaria divisa de Miura, ante la cátedra madrileña, en la próxima feria de San Isidro. Los toros de Miura hace más de 10 años que no se ven en Madrid; los Victorinos se lidian con éxito todas las temporadas.
Por el mundillo taurino se decía que Eduardo Miura no lidiaba sus toros en Madrid por miedo a la confrontación con los de Victorino Martín, ante un tribunal apasionadamente victorinista. Pero Victorino Martín no lo cree así y justifica al colega: "Será que no le convenía acudir a Las Ventas por otras razones, pues la afición de Madrid es la menos partidista del mundo. ¡Menuda es! Aquí triunfa el que lo hace. Si Miura trae toros bravos con trapío, saldrá a hombros por la puerta grande, y si los míos no valen, bronca que te crió. O al revés".Victorino cuida la infraestructura de la ganadería, cría gordas las Vacas, cuajados los machos y en cambio los signos externos le traen sin cuidado. Dice con toda naturalidad: "Soy el ganadero que tiene la casa más humilde". Recibe en el comedor de su casona de Monteviejo, término de Moraleja, y es casi un zaquizami, concuatro sillas, mesa camilla pizarra. Lo demás de la casa no parece mejor y si alguien siente una imperiosa necesidad, ahí está el campo.
Por el contrario, para el ganado no escatima nada. En la finca de Las Tiesas de Santa María, término de Portezuelo, donde tiene las hembras, acaba de hacer un espléndido embarcadero, una amplia plaza de tientas, viviendas para los empleados, con su baño y todo. Las chimeneas de esas viviendas tendrán en su frente el hierro de la ganadería hecho con incrustaciones de guijo blanco, y está muy orgulloso el ganadero de esta invención, que se le ha ocurrido a él solito.
Laboratorio de bravura
Antes construyó el gran embarcadero de Monteviejo y conserva como estaba desde hace décadas la placita rústica, ya cargada de historia. Por sobre esa placita se asoma la arboleda frondosa, que susurra en cuanto trema al viento. Toda plaza de tientas es un laboratorio de bravura y Victorino no necesitó ni mayor redondel, ni lujosos palcos, para ejercitar, con excelentes resultados, esa alquimia barruntativa que es la selección del ganado bravo.Pero se trata del ganadero que más cobra: 11.500.000 pesetas en la última feria de San Isidro. Y reinvierte en la ganadería. La reforma de la vivienda no corre prisa. Le sobran hospitalidad y simpatía para que los visitantes estén a gusto en el comedorecillo, hablando de toros al amor del brasero.
Las Tiesas de Santa María es una enorme extensión de encinares y pasto, que se extiende "hasta donde se ve". Victorino siempre dice que sus fincas llegan "hasta donde se ve". Lo que se ve en uno de los horizontes de Las Tiesas de Santa María es el paritario de Alcántara, que azulea entre ondulaciones, y allí tiene Victorino un barquito, con el que sale a navegar.
De manera que muy bien parece que le va a Victorino marinero. Las vacas se benefician del bienestar del amo. Predominan las cárdenas y las hay viejorras, con 19 años, como la Minerita o la Conducida, esta última, madre del Conducido, uno de los toros más importantes de la ganadería. Las vacas viejas preñan poco y paren mal, pero son los mejores testimonios de la calidad de la casta.
Los becerritos no se separan de la madre. Los hay que tienen tres días de vida y aún les pringa la popa el cagao de los calostros. Parecen muñequitos. Los muñequitos, en cuanto aperciben al visitante, lo quieren embestir. Las vacas están más astifinas que la mar y pacen tranquilas en su ambiente, entre majanos. Una en celo se acapacha y otras la montan para darle satisfacción. Reses de carne, cerdos de vida y de muerte, potros, perros, conviven plácidamente con la vacada. Un muleto con largas patas de yegua y cara de burro llamea sobre el verdor vivo su brillante piel amelocotonada. El charolés no va para la lidia y por eso lo creen afortunado; sin embargo en cuanto eche buenos lomos irá para el matadero, y sus congéneres de casta brava se quedarán en la dehesa cuatro años más, tan serranos. Los jabalíes bajan a quitarles a los cerdos las hembras. Como son más fuertes, se las calzan, y así muchos lechoncillos de la finca tienen cara de jabalí.
Otro cercado guarda los sementales. A cada uno le corresponde cubrir 40 vacas y cuando llega la época, aquello es Hoollywood. Camina errático el fiero Soñador y dice Victorino que a quien le corresponda lidiar un hijo de este "le va a quitar el sueño". También está el Belador, famoso toro, que fue indultado en la corrida de la Prensa de 1982. El veterinario que lo curó le arrancaba a puñados la carne podre. Ahora, cinco años después, las cicatrices apenas se advierten entre el pelaje cárdeno, pero al toro le deben de quedar otras cicatrices más profundas, habría que decir en el alma, y va reservón por la vida. Está hecho un hastialote, Belador. Es hoy un torazo aculatado y hondo; la badana de la papada abrisa el pasto en su bamboleo; tiene cuello barril y los músculos como duelas.
Ha llovido si Dios quiere qué y el campo extremeño rezuma agua. Los extensos herbazales se han convertido en un tremedal y allá donde se pise, el boto se hundirá hasta la caña. Victorino conduce el jeep a toda velocidad, pegando bandazos para salvar los relejes más profundos. En una parada nos rodean los erales, que ventearon humanos y se acercaron curiosos desde sus querencias por las riberas del Árrago.
Los toros del año, eso es algo serio. Cuajados, cornalones, lucen impresionantes arboladuras. Pocos bajan de tipo. Entre ellos, un terciado salpicao que podría ir a la corrida de fallas, con Manzanares en el cartel. Rinconero no es de los más grandes, pero sí peleón y el que alborota la camada. Cuando los vaqueros echan el pienso, toda ella se va acercando a los comederos. Rinconero berrea para que lo oigan las vacas de Las Tiesas de Santa María, otro toro lo imita y luego brama la manada entera. Atruena la dehesa hasta sus confines el ronco coro ancestral, avanzan agrupados los toros, medio centenar de cabezas en hosco vaivén, miradas feroces, pelajes cárdenos, entre los que fulje la selva de buidas astas. Después el clamor se acalla y cuando cada cual se da a su festín sólo se oye la rumia en el comedero, una esquila en el cercado vecino, un zureo en el pegujal.
Victorino cabalga entre sus toros, los relaja a la voz, que dice: "Regurregurregu, ¡ííííííooo!". Los toros saben de qué va pues, efectivamente, se aquietan. A veces esconden la cara atemorizados o se retiran prudentemente, porque el acento con que Victorino les dijo "Regurregurregii, iííííííooo! " fue más severo de lo habitual. Coloquios del campo, rencillas de ganado y ganadero.
El trapío de los victorinos es tremendo y dentro de unos meses, en el ruedo, darán miedo. Dígales "Regurregurregu".
Babelia
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