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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Seguir el rastro

LA NOTICIA de que una familia madrileña ha conseguido recuperar, tras algunas pesquisas en el Rastro y en tiendas de antigüedades, la casi totalidad de los objetos de valor que le habían sido robados en un chalé produce una sensación ambigua. Reconforta saber que, en terreno tan incierto, los esfuerzos son a veces recompensados por el éxito; pero amarga conocer que pagar escrupulosamente sus impuestos no exime a los ciudadanos víctimas de hurtos o robos de tareas como la de seguir el rastro (nunca mejor dicho) de los delincuentes y su botín.Ocho veces habían robado en el chalé, y otras tantas la familia había cumplido el trámite de presentar en comisaría la correspondiente denuncia. Los presuntos autores de todos o parte de esos hurtos fueron incluso detenidos -y puestos en libertad bajo fianza-, pero la policía rio consiguió recuperar lo robado. Caben razonables dudas de que lo intentara siquiera. Los propietarios, sin embargo, lo han logrado por su cuenta, bien que con la colaboración, en la fase final, de dos agentes amigos. Para ello siguieron un procedimiento que, en principio, está al alcance de cualquier- inspector Clouseau: recorrer los puestos del Rastro madrileño y de ciertos establecimientos en los que se vende lo mismo a precios algo superiores.

El hecho que comentamos ha servido para que nos enteremos de que la mayor parte de los establecimientos especializados en compraventa de objetos diversos, en los que la familia halló los objetos robados, carecían de libro de registro o, de tenerlo, presentaba irregularidades múltiples. Al parecer, algunos de los objetos en cuestión figuraban con fecha de entrada anterior a la de su sustracción. Pero esto se ha descubierto únicamente merced a la voluntariosa actitud de esos ciudadanos particulares empeñados en recuperar lo suyo. Cabe pensar, como mínimo, que la solvencia de los servicios encargados de verificar esos libros, suponiendo que tales servicios existan, no es muy grande.

En la partida correspondiente de los Presupuestos Generales del Estado para 1986 se de$tinan 161.000 millones de pesetas, la nÚtad del presupuesto del Ministerio del Interior, a servicios relacionados con la seguridad ciudadana, epígrafe que comprende terrorismo, lucha contra la droga y delincuencia común. A esa cifra habría que añadir lo destinado al mismo fin por los ayuntamientos -9.000 millones el de Ma-' drid- y otras instituciones locales. Más lo que cada año se gasta en servicios privados de seguridad, uno de los más florecientes negocios de los últimos años, y a la compra por los particulares de cerraduras especiales y otros artilugios destinados al mismo fin.

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Aproximadamente el 70%. de los delitos denunciados lo son contra la propiedad. De ellos se esclarecen menos del 30%. Parece que últimamente disminuye el número de atracos a bancos -las entidades afectadas disponen de medios para ínstalar sistemas de seguridad más sofisticados- y que en la misma proporción han aumentado los asaltos a domicilios particulares. En julio pasado se denunciaron en Madrid 7 10 asaltos de este tipo, de los que fueron esclarecidos el 6%. Se mantiene invariable el número de atracos a establecimientos comerciales.

A veces lo que disminuye no son los robos, sino el número de denuncias. La situación es particularmente dramática entre los pequeños comerciantes. Su cólera e impotencia ante la repetición de robos en sus establecimientos es a veces manipulada por la derecha cerril y los periódicos de la caverna, que tratan de relacionar la inseguridad ciudadana con factores que nada tienen que ver con ella. Pero en nada contribuye a eliminar esa manipulación el mantenimiento de determinadas actitudes de buena conciencia -"la culpa es de la sociedad"- con que sectores supuestamente progresistas amparan la pasividad ante el delito. Muchos ciudadanos han dejado de denunciar los robos de que son víctimas no únicamente porque hayan perdido toda esperanza de recuperar lo robado, sino porque la experiencia misma de personarse en comisaría ha acabado por descorazonarles. Allí, un funcionario toma nota con aire aburrido de los datos personales del denunciante mientras comenta que es la denuncia número 60 que se presenta ese día por motivos similares. "Su radio estará el domingo en el Rastro", añade, o bien: ¿Por qué no prueba a poner una persiana más sólida?". Y a veces, para mayor sorpresa, te sugieren el nombre y dirección del instalador.

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