Llach dejó la estaca
Lluís Llach: Astres
Lluís Llach, voz, piano eléctrico, sintetizadores y guitarra. Carles Cases, violonchelo y sintetizadores. Manuel Rabinad, flautas y sintetizadores. Laura Almerich, guitarra, sintetizadores, salterio y zampoña. Paco Rodríguez, bajo. Andreu Ubach, percusiones. Mercat de les Flors. Barcelona, 23 de enero.
Algo está cambiando en el universo musical / comunicativo de Lluís Llach; por fin ha conseguido finalizar un concierto en Barcelona sin cantar L'estaca. Una parte del público la reclamó, pero quedaba claro que la mítica canción-himno ya no tiene un lugar entre sus nuevas producciones, mucho más avanzadas poética, musical y conceptualmente. Como tampoco lo tendría El bandoler, que ya hace años ha dejado de ser reclamada. Su obra actual busca concepciones más comprometidas estética y musicalmente, en las que el impacto se consigue sin las concesiones fáciles a las que su propia trayectoria podría haberle condenado.Después de escuchar Astres, lo lógico sería que no hubieran bises, o que el bis consistiese en volver a escuchar Astres, ya que por el momento no parece estar materializada una continuación. La estructura del concierto, tal como Llach la plantea, es la ideal: una primera parte con nueve temas seleccionados de su obra anterior huyendo un poco del texto / canción y buscando más la canción /texto, y una segunda parte con la audición continuada de un tirón, como debe ser, de Astres.
Llach se adentra en un nuevo universo, y lo hace de forma coherente, con todos los riesgos que ello comporta. Quien todavía no lo ha entendido así es una parte de su público, ese que hace poco más de un mes cuando la presentación de Astres en Gerona, le exigió L'estaca hasta conseguirlo. El mismo que se cree en la necesidad de alborotar, gritar y puntuar determinadas frases como una forma ingenua de autoafirmación. Llach se merecería un público mentalmente más adulto, atraído por la música y el texto en sí mismos.
Temas para la historia
Temas como L'estaca o Companys no es això, sin haber quedado obsoletos, deben ocupar su lugar en la historia, como ya lo hicieron La gallineta o El bandoler. Desde la presentación en Gerona hasta el estreno barcelonés ha transcurrido poco tiempo, 36 días, pero el camino recorrido ha sido largo. Todo lo que allí aparecía abocetado, silueteado y algo confuso ha tomado cuerpo, forma y presencia, y no sólo gracias a los cuidadosos y estudiados juegos de luces o a detalles escénicos -excepto el exceso de humo, que Regó a ser molesto-, de los que el público de provincias no pudo gozar.
El verdadero catalizador es la música que ha ido definiéndose a sí misma, la mayor seguridad de la interpretación y la adecuación y de los planos sonoros servidos por una sonorización de primera clase. Y por encima de todo, la voz de un Lluís Llach intimista y exuberante comunicando un mensaje fresco y atractivo.
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