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Tribuna:LA FRONTERA DE LOS JUBILADOS
Tribuna
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El nuevo exilio interior

Julio Cortázar y Gabriel García Márquez han escrito con acierto insuperable sobre la soledad del hombre de la calle y la soledad del déspota en el poder. Esto último no se refiere solamente a los dictadores, sino a muchos líderes democráticos. El autoenclaustramiento de Nixon y su alejamiento paulatino de cuanto no fuera su camarilla era una forma de soledad que ha atenazado a muchos dirigentes. Un ejemplo más de ella es lo que diversos periodistas españoles denominan el síndrome de la Moncloa, para mencionar la carga psíquica que pesa sobre los presidentes de Gobierno residentes en ese palacio. Pero no conviene centrarnos en la vida de los poderosos. Es preferible ocuparse de un ancho sector de la población que, sin tener ninguno de los privilegios, recursos y gloria que disfrutan aquéllos, padecen la soledad en el silencio, la discriminación y hasta la miseria. En efecto, el problema de la soledad cobra sus tintes más sombríos en el caso de los parados, los que son jubilados mucho antes de estar físicamente disminuidos, los que por una u otra razón son arrinconados y se les impide participar en la vida activa. Son los que constituyen el nuevo exilio interior. Éste no es de naturaleza política, sino económica y social.En los años sesenta, la OCDE organizó un seminario intergubernamental cuyos debates giraron en torno al trágico estado de cosas en que se encontraban no sólo los trabajadores jubilados, sino también los que no tenían acceso a un nuevo empleo si perdían sus puestos de trabajo. El análisis que se hizo conducía a estremecedoras conclusiones sobre la insensibilidad e inmoralidad de una sociedad entregada al hedonismo. Los delegados de los Gobiernos participantes vieron, naturalmente, las estrecheces materiales de los jubilados y parados, pero confiaban en la posibilidad de remediar parcialmente los apuros, conforme al grado de prosperidad de los países.

Estorbo

En los pueblos asiáticos que he conocido, la ancianidad es una categoría social respetada y hasta venerada. La experiencia del anciano es buscada como un valor real en la conducción de las colectividades. El cuidado filial, al igual que el culto de los antepasados, se practica como una virtud cuya vulneración atrae el desprecio general. En cambio, la norma habitual de la sociedad de Occidente es apartar a los ancianos, como un estorbo intolerable.La jubilación es incontestable cuando en la edad fijada para ella no subsiste la energía necesaria para continuar en su profesión, pero es un atropello cuando se establece una edad en que se presupone, dada la media de vida, que el ser humano no ha envejecido realmente. Pues bien, como el progreso ha permitido un aumento espectacular de la duración de la vida, en tanto que las nuevas costumbres sociales hacen disminuir no menos espectacularmente los índices de natalidad, se ha producido un sustancial incremento de la población de más de 60 y 65 años de edad.

Con una expectativa de vida. que hoy bordea en Europa los 75 años, el problema de la llamada ancianidad debe ser revisado. Si esto no se lleva a cabo, pronto las pensiones representarán un gravamen peligroso sobre la economía. Cada año será menor el número de jóvenes que trabajarán para contribuir a la precaria subsistencia de un número cada vez mayor de jubilados, siendo así que muchos de éstos podrían haber prolongado sus servicios a la sociedad.

¿Cómo afirmar que un hombre o una mujer no sirve profesionalmente a los 60 o 65 años, salvo en tareas que exigen un gran esfuerzo físico? Edades superiores, y hasta muy superiores, son las que tienen Reagan, Deng Xiaoping, Mitterrand, varios de los principales colaboradores del presidente norteamericano y del líder chino, periodistas como James, Reston, actrices como María Casares, músicos como Karajan, físicos como Chandrasekkar y un larguísimo etcétera. Pero los rígidos criterios de la Administración española cierran el camino a quien sea en cuanto cumple la edad que le declara inútil y le convierte en pensionista.Los trabajadores en paro comparten con los retirados por la edad el amargo sabor de la injusticia. Es aún más dramática la situación de estos exiliados de la sociedad. Entre los jubilados, algunos no pueden resistir un arrinconamiento y mueren en breve plazo, mientras que la mayoría se resigna, cayendo en una especie de sopor donde se va hundiendo su espíritu de lucha. Sin embargo, es más desoladora la situación de los parados cuando llegan a la convicción pesimista de que no van a ser empleados sino por azar y en condiciones precarias. Desaparece el orgullo profesional, tan importante para el rendimiento en el trabajo; la confianza en sí mismo es sustituida por la duda, primero, y por un extraño sentimiento de culpabilidad que les lleva a aceptar su desgracia como consecuencia de una derrota merecida. Así, no obstante las gestiones que hacen para hallar una tabla de salvación, es frecuente que se ensimismen en una soledad donde surge la depresión.

Los que son retirados por causa del paro, de la edad, de una enfermedad o simplemente de una etapa profesional desfavorable se enfrentan con la soledad en la que se desliza el tiempo dentro de un silencio poblado de recuerdos. La insularidad mencionada por Cortázar es, pues, el problema de un sector poblacional que se agranda de día en día.De un lado, el paro es el resultado del fracaso de unas políticas incapaces de hacer el ajuste entre la población activa y las revoluciones tecnológicas de nuestro tiempo; las edades actuales de jubilación son absurdas e íncompatibles con las realidades demográficas, y deberían haber sido modificadas al alza, no a la baja, por el aumento de la duración media de vida y la disminución de la natalidad.En todo caso, los hechos están ahí: no es previsible que en breve plazo disminuya mucho el enorme desempleo que padece la sociedad española, y es muy dudoso que se rectifiquen los criterios seguidos al determinarse en la anterior legislatura las edades de jubilación.

Antes, la ceguera política causó durante decenios el exilio exterior e interior. Los fallos económicos y la insensibilidad social están llevando al exilio interior a millones de seres que nada pueden hacer para evitar su destierro de la sociedad. La gran diferencia es que en el pasado las víctimas del exilio político interior el final del franquismo, en tanto que ahora los exiliados carecen de esperanza y se ven inermes ante un destino que les parece irremediable.

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