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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Siete años de guerra

EN LA noche del pasado 24 de diciembre se inició una de las batallas más sanguinarias de la guerra entre Irán e Irak. Después de dos días de combates encarnizados, cada contendiente dio su versión: Irak proclamó su gran victoria al haber derrotado la ofensiva decisiva que el ayatollah Jomeini viene anunciando desde hace meses. Para Irán, se trataba de una simple operación táctica. El frente sigue donde estaba, pero el balance de los muertos alcanza cifras aterradoras. La cumbre islámica, convocada en Kuwait el mes próximo, intentará una vez más promover una tregua y una negociación en esta, guerra que dura ya casi siete años. El cansancio es notable entre amplios estratos de la sociedad iraní, que no comparten la total intransigencia del anciano ayatollah. El fracaso de la última ofensiva iraní debería alentar estas tendencias a la negociación. Pero los factores que impiden una solución son muy fuertes, y hay que reconocer que la actitud de las grandes potencias, que, a pesar de declaraciones oficiales en sentido contrario, suministran armas a ambos combatientes, empuja de hecho a la continuación de la guerra.Vivimos, en esta cuestión tan escabrosa del comercio de armas, en una situación sumamente contradictoria; en teoría, las enormes acumulaciones de armamento se justifican por la necesidad de impedir que uno de los dos bloques (OTAN o Pacto de Varsovia) pueda dominar o derrotar al otro. Pero de hecho, una cantidad gigantesca de armamentos, producidos en los países de ambos bloques, está sirviendo para alimentar decenas de guerras en diversos lugares del mundo, y que no están relacionadas con el enfrentamiento Este-Oeste. Es cierto que desde la II Guerra Mundial la URSS y EE UU no se han enfrentado militarmente entre sí, y que en Europa, los pocos conflictos armados han sido de escasa envergadura. Pero durante ese período se calcula que han tenido lugar no menos de 105 guerras en el mundo, con unos 16 millones de muertos, de ellos, nueve millones de personas que no eran combatientes. Estas guerras se han desarrollado principalmente en el Tercer Mundo y por causas muy diversas. Actualmente, además de la guerra entre Irán e Irak, otros muchos conflictos bélicos causan miles de muertes; sin citarlos todos, recordemos Líbano, Afganistán, Camboya, Sri Lanka, las luchas de Centroamérica, las guerras del Sáhara, de Sudán, de Chad, los enfrentamientos armados en Angola y Mozambique, alimentados por el racismo surafricano, etcétera. La tregua en Filipinas, hace unos días, y ayer en la guerra de los campos, en Líbano, señalan dos momentos felices en un conjunto sumamente trágico.

El sistema de las Naciones Unidas, ideado para impedir las guerras, confiaba a las cinco grandes potencias, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad, una responsabilidad particular para impedir o arbitrar los conflictos. Pero la división del mundo en dos bloques ha reducido a niveles mínimos la capacidad de las Naciones Unidas de impedir las guerras, incluso las que no se derivan de la contradicción Este-Oes te. El escándalo del Irangate ha puesto de relieve un fenómeno que no afecta sólo a EE UU. Las grandes potencias coinciden en la venta de gran parte del armamento que alimenta las numerosas guerras del Tercer Mundo. El caso de la guerra entre Irán e Irak es paradigmático: Irak dispone de armas soviéticas y de información de la CIA; Irán recibe armas de EE UU y bombardea Bagdad con misiles soviéticos. El tráfico de armas, que rompe las barreras ideológicas y dispone de medios para transgredir las normas jurídicas de los diversos países, es sin duda una de las. grandes lacras del mundo de hoy, que ensombrece el horizonte de 1987.

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