Andrei Tarkovski, el último poeta trágico del cine, murió ayer en París
El cineasta soviético Andrei Tarkovski, que desde hace meses se encontraba enfermo de cáncer, murió ayer en París, a los 54 años de edad. Tarkovski trabajaba en Europa occidental desde 1983 y era uno de los grandes herederos de la tradición del cine soviético clásico. Su obra Sacrificio ganó el Premio Especial del último festival de Cannes y la Prensa especializada lo consideró el mejor filme allí exhibido.
Andrei Tarkovski nació el 4 de abril de 1932 en la ciudad de Zavrajie, a orillas del río Volga. Era hijo del poeta Arseni Tarkovski, quien le proporcionó -en medio de una desoladora situación familiar- una exquisita formación literaria y artística, que le llevó desde muy joven a indagar en los universos de la filosofía, la pintura y la música.Desde niño, y apoyado por su madre, sintió Tarkovski inclinación hacia las filosofías, culturas y religiones orientales, lo que marcó hondamente su vida y su obra de adulto y, en especial, el soporte metafísico, e incluso teológico, de sus últimos filmes, en especial Sacrificio.
Esta obra póstuma es también testamentaria, pues el cineasta conoció la naturaleza de su enfermedad durante su rodaje, a comienzos de este año, y ello le llevó a depositar -con urgencia de moribundo- en la parte final del filme, el núcleo de su visión crepuscular del mundo, una visión atravesada de pesimismo y, según sus palabras, "esperanzada en la supervivencia de la voz humana en un mundo orientado hacia la destrucción".
La formación del cineasta comenzó en los últimos años cincuenta, en el Instituto del Cine de Moscú. En 1960 realizó un brillante mediometraje escolar, y en 1962 su primer largometraje, La infancia de Iván, que le llevó velozmente a la fama mundial tras ganar con él el León de Oro del festival de Venecia de ese año.
Al borde de la disidencia
En 1966 realizó Andrei Rublov, filme con el que, ya abiertamente, chocó con las líneas de producción del cine soviético. Exhibido restringidamente en su país, este filme fue, no obstante, exportado a los países occidentales, entre ellos España, y la celebridad de Tarkovski se multiplicó velozmente. Fue entonces cuando comenzaron a llegarle numerosas ofertas para realizar películas en Italia, Francia, Alemania Occidental, Reino Unido y EE UU.Pese a las tentadoras ofertas, Tarkovski permaneció en su país, donde encontró serias dificultades para ver aprobados por la burocracia sus nuevos proyectos de filmes, que a partir de Andrei Rublov eran estudiados con lupa. Después de cinco años sin realizar películas, en 1972 saltó de nuevo a las carteleras del mundo con su adaptación de la novela de Stanislaw Lem Solaris, una grave y densa obra de ficción científica que le valió el Premio Especial en el festival de Cannes. Siguió inmediatamente su filme autobiográfico El espejo, que de nuevo le acarreó problemas con la burocracia del cine soviético, lo mismo que su nueva obra de ficción científica, ya en los bordes de su pasión por las cuestiones místicas y metafísicas, Stalker, realizada en 1979.
Su situación en la Unión Soviética comenzó a ser insostenible desde entonces y, en 1982, aceptó un contrato para realizar en Italia Nostalgia, obra también de carácter autobiográfico, como parabólicamente lo es igualmente su obra testamentaria, Sacrificio, filme que acabó de realizar el pasado verano en su lecho de muerte, con su habitación de hospital ocupada por los materiales de rodaje y una moviola. Nostalgia ganó el Premio a la Creación en Cannes-83, lo que convierte a la corta filmografía de Tarkovski en una seria ininterrumpida de galardones.
Su obra ha sido definida por Ingmar Bergman como "la más grande del cine moderno, porque crea un lenguaje que permite captar la vida como sueño". Para Tarkovski hacer cine "es esculpir en el tiempo y convertir a la pantalla en un foco de energía moral purificadora". Fue, junto a las sombras de Bergman, Kurosawa y Welles, el último de los poetas trágicos del cine.
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