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ESCÁNDALO EN WASHINTONG

El 'Irangate' acosa a Reagan

Los norteamericanos empiezan a dudar de la capacidad de su presidente

Francisco G. Basterra

La indiferencia que está mostrando Ronald Reagan ante la crisis del Irangate, un escándalo que ha abortado ya su revolución política y que el presidente no parece comprender, según dicen sus íntimos, comienza a suscitar dudas sobre la capacidad física, mental y psicológica del presidente para seguir gobernando con efectividad. La edad de Reagan [en febrero cumplirá 76 años] y la nueva operación de próstata, a la que deberá someterse a principios de año hacen que comience a hablarse, aún tímidamente, de la senilidad y pérdida de memoria del presidente como una de las claves de este escándalo y de la cadena de errores políticos de la Administración en los últimos meses.

La pérdida de facultades de Reagan no parece, en este contexto, ajena a la actuación de Reagan en la confusa cumbre de Reikiavik, con Mijail Gorbachov, el pasado mes de octubre. Los más próximos al presidente aseguran que se cansa más fácilmente; oye peor (lleva aparatos contra la sordera), y cojea más que antes. Cada vez habla menos en las reuniones. Aguanta la presión del cargo. "Hasta ahora se divertía siendo presidente, pero ya no disfruta", asegura un amigo. Su actitud ante el Irangate es de distanciamiento. Se niega a ver por televisión los testimonios de sus principales asesores ante el Congreso. "Sólo lo hago cuando no hay en otra cadena un partido de fútbol americano", ha dicho.Algunos médicos comienzan a sugerir que quizá se trate sólo de un problema humano y no de integridad política. Cuando dice que no autorizó al teniente coronel Oliver North ni al ex consejero de Seguridad Nacional John Poindexter a desviar fondos a la contra, o que Israel no actuó de intermediario, puede que no esté mintiendo, sino que simplemente no se acuerde.

Fallos de memoria

Quizás le falla la memoria y está diciendo la verdad como él la recuerda. Se apunta a que la primera decisión que inició el escándalo pudo adoptarla, en agosto de 1985, cuando se encontraba convaleciente y bajo medicación, tras la operación para extirparle un cáncer de colon. Cunde la impresión de que vive en un mundo irreal y que este episodio es un guión de cine en el que al final triunfará el Séptimo de Caballería.

Reagan, como si no tuviera el primer papel, ha comentado: "Espero todos los días, como todo el mundo, a ver qué va a aparecer. Estoy tan intrigado e interesado como cualquiera". La crisis ha puesto en entredicho su forma de gobernar, delegando todo en una serie de asesores muy fieles en lo personal, pero incompetentes políticamente. Hasta ahora, esa despreocupación por los detalles era apreciada por los norteamericanos, que comienzan a preguntarse, a raíz del escándalo, adónde puede llevar la táctica de dirigir el país con piloto automático. "¿El presidente lo sabía, o estaba echando la siesta?", se pregunta la última pegatina que se ve en la calle.

"Algún día tenía que pagar un precio por este estilo de dirigir la nación, pero no suponía que fuera éste", ha comentado Richard Neustadt, el primer historiador de la Presidencia. El presidente no se acuerda de cuándo autorizó el primer envío de armas a Irán y, paradójicamente, le pide, al Congreso que le cuente lo que han estado haciendo en los dos últimos años sus principales asesores. "No entiende bien lo que le está pasando", ha explicado su amigo y ex consejero de Seguridad Nacional, William Clark, quien ha pedido a los norteamericanos que estas Navidades "recen por él". Esta incomprensión, que le tiene "frustrado", según su esposa, Nancy, le ha hecho afirmar: "El pueblo norteamericano me quiere, pero no me cree".

El presidente, en una reciente reunión del Gabinete, ironizó con esta afirmación: "Me debieran dar el Premio Pulitzer, porque soy el primero que lo ha contado todo". El 47% de los ciudadanos cree que está mintiendo, y los sondeos, cuando se dispone a volar a su rancho de California para olvidarse durante unos días de la crisis, son cada vez peores para un hombre que se ha presentado ante el pueblo como el símbolo de una América fuerte, honrada, optimista y moral. ¿Por qué ha tenido que ser precisamente Irán?, se pregunta la opinión pública.

Cuestión de vitalidad

El presidente que prometió que nunca cedería ante el terrorismo ha ido a pagar un rescate al régimen islámico de Jomeini, que humilló durante 400 días al gran Satán americano hundiendo la presidencia de Jimmy Carter.

"Sus confidentes se preguntan si el presidente tiene la vitalidad y el entendimiento necesarios para enfrentarse con la crisis du rante un período prolongado de tiempo", ha escrito en el periódico The Washington Post Lou Cannon, el primer reaganólogo de la prensa norteamericana. Reagan llegó a pensar hace unos días que antes de Navidades conseguiría que declararan North y Poindexter, las figuras claves del escándalo, y que podría dejar atrás, como si se tratara de un mal sueño, la amenaza más grave de su presidencia. Pero en la Casa Blanca ya se habla de una investigación que durará meses; el fiscal especial, recién nombrado, no ha elegido todavía a su equipo y los comités investigadores de las dos cámaras tardarán semanas en iniciar sus audiencias públicas.

Esto significa, admiten miembros de la Casa Blanca "meses de incertidumbre y parálisis en la política interior y exterior". "La Revolución Reagan está muerta y con pocas posibilidades de recuperación", afirman ya los sectores más conservadores. Los intentos de presentar una agenda atractiva para 1987 ofrecen temas tan poco sugerentes como la reforma presupuestaria o de la seguridad social, o una nueva legislación comercial. No hay ideas para cargar las pilas al final del segundo mandato. Para muchos, incluso para el Irangate, el reaganismo ya estaba acabado desde que el 4 de noviembre los republicanos perdieron el control del Senado.

La Casa Blanca recuerda a un dinosaurio cuyo sistema nervioso era tan lento que un daño en la cola tardaba muchos segundos en registrarse en su cerebro, ha escrito George Will, el guru de los columnistas conservadores. "La ausencia de pasión presidencial alimenta la sospecha de que la incapacidad para sentir refleja la imposibilidad de comprender la crisis que la está tragando", asegura Will. Una reunión, la pasada semana, destinada a producir ideas con gancho para presentarlas en el discurso del presidente al Congreso sobre el Estado de la Nación, a finales de enero, fue estéril. "Reagan se limitó a escuchar en silencio y el ejercicio aparecía como algo irreal, porque todos sabíamos que tenía su mente en otro lado. Parálisis es una palabra muy fuerte, pero creo que es la única adecuada", reveló un asistente a la reunión.

Esta Administración ya ha realizado sus principales objetivos: el rearme, la reducción del papel del Gobierno federal y la reforma fiscal. No tiene soluciones ni voluntad política para enfrentar el enorme déficit presupuestario. Y lo que no se ha conseguido hasta ahora teniendo condiciones más favorables -un acuerdo con la URSS de reducción de armas nucleares-, dificilmente se conseguirá con un presidente debilitado.

Todos los intentos de la Casa Blanca de pasar a la ofensiva han fracasado. No han logrado que los dos principales implicados cuenten lo que saben, y la petición presidencial de inmunidad fue rechazada por el Coilgreso. El nombramiento de un fiscal especial, la afirmación del presidente de que quiere que se sepa la verdad y las declaraciones de los principales miembros del Gobierno ante el Congreso no disipan la idea, mantenida por el 70% de los norteamericanos, de que la Administración está encubriendo el escándalo.

Iniciativa dramática

Todo el mundo le pide a Reagan que haga algo más dramático que superar la crisis. ¿Pero qué?, se pregunta el presidente, que cree que ha realizado todos los gestos necesarios. Su íntimo amigo el senador Paul Laxart le sugiere que acuda, personalmente, a ofrecer un dramático testimonio ante el Congreso. Pero los peligros de este paso superan los beneficios, según todos los observadores. El líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, Jim Wright, solicita un perdón presidencial para North y Pointdexter, y que Reagan asuma todas las responsabilidades, "en un supremo acto de liderazgo". Ni pensarlo, responde la Casa Blanca. Otros, sobre todo Nancy Reagan y sus amigos californianos, piden una limpieza a fondo en el Gobierno y en el equipo presidencial, pero el presidente no ve por qué debe destituir a su jefe de gabinete, Ronald Regan. Hay incluso quien cree que North y Poindexter deberían ser sometidos a un consejo de guerra, por decisión de su presidente.

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