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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un drama de conciencia freudiana

El Laberinto es una librería; Lázaro, el librero. Pero en Buero hay que esperar siempre segundos, terceros planos encerrados en las palabras simbólicas. El laberinto puede ser el de la memoria intrincada, el de un inconsciente que atormenta al librero. O la cavidad ósea del oído; porque Lázaro tiene una alucinación auditiva. Oye frecuentemente un teléfono que no suena, una llamada que no existe. El teléfono es la conciencia. Muchos años atrás, en la época de la lucha, Lázaro y su novia fueron asaltados y golpeados por los fachas: no puede recordar si él fue cobarde o valiente, sí huyó abandonando a la chica o si la defendió. Las circunstancias deliberadas por el dramaturgo hacen que sea imposible reconstruir la información; no volvió a verla y se le dijo que la habían enviado al Reino Unido. No ha conseguido seguir su pista y, por tanto, no sale de su laberinto.Éste es un plano de la acción de la última obra de Buero, y en torno a él se teje todo lo demás: es un problema de actitud cívica, de comportamiento. Se refleja en el estamento joven del reparto: dos amigos -uno de ellos, sobrino de Lázaro- optan a una pasantía, y la gana el que se apunta a tiempo a una especie de club liberal, traicionando sus ideales con lo cual es arrojado de la casa del librero y de la amistad del grupo, tan limpio; no sin antes descubrir a todos que la muchacha perdida falleció, probablemente a causa de la paliza en la que nunca se sabe si Lázaro la abandonó -lo cual le permite creerse su asesino, en la buena línea freudiana- o trató de salvarla. Su propia hermana no puede ayudarle a recordar; también a ella se le han olvidado las circunstancias del suceso.

Lázaro en el laberinto

Autor: Antonio Buero Vallejo. Intérpretes: Javier Escrivá, Beatriz Carvajal, Cándida Losada, Amparo Larrafiaga, Antonio Carrasco, Miguel Ortiz, Francisco Maldonado, José Luis. Escenograria de Manuel Mampaso. Dirección: Gustavo Pérez Puig. Estreno: teatro Maravillas. Madrid, 18 de diciembre.

Lázaro tiene sueños en los que se aparecen los fachas -naturalmente, con movimientos de cámara lenta, como es corriente en el teatro-, pero tampoco esas apariciones le aclaran nada, porque los personajes oníricos tampoco recuerdan (son proyecciones suyas). Mientras tanto se ha enamorado de la que fue amante de su sobrino -aunque su hermana quiera colocarle a su sobrina, a la que, sin embargo, él incita a que toque el laúd como mejor solución para su vida-, medio confundido entre la novia-víctima y la muchacha nueva, que le corresponde, pero que le abandona, también por ese terrible destino de las criaturas de teatro que envuelven en texto sus contradicciones. Y Lázaro -sin Marta ni María, se dice, invocando el simbolismo del nombre- desfallece, mientras el teléfono- conciencia suena y suena; ya no sólo en el cerebro o en el laberinto auricular de Lázaro, sino por toda la sala, como incitando al público a que trate también de recordar sus nudos psicoanalíticos, sus reflexiones, sus complejos de culpabilidad.

Espesos diálogos

Probablemente la atención del público está más preocupada por seguir la espesura del diálogo de Lázaro en el laberinto y los avatares mentales de los personajes y por entender lo que de verdad está pasando; la acción interna se va enredando y abultando, y alargando, cada vez más, cuando ya se espera el final de la obra, para que el autor justifique las trampas de conciencia que él mismo ha puesto.No ayuda la representación, que es opaca, baja de tono y falta de ensayos; la solvencia de los actores de buen oficio, dirigidos por Pérez Puig, hace lo que puese para pasear por la complejidad del texto y por algunas escenas difíciles que exigen la simultaneidad de acción. Les saldrá mejor más adelante, y aún mejor si el texto consiguiera una claridad más breve, lo cual no es fácil porque la captura imposible de la verosimilitud requiere su abundancia.

Coincidía en Buero, en ese jueves, la institucionalización de su figura por el Premio Cervantes y la exposición pública, a juicio y valoración, de su última obra: una profesión en la que hasta los que están en la cátedra tienen que estarse examinando cada día. Los grandes aplausos iban, sin duda, dirigidos a las dos circunstancias -premio y estreno-, y Buero respondió a ellos con unas breves palabras en las que aparecía más desganado, triste y hastiado que lleno del júbilo que a otro le hubiera producido el día memorable de su vida: todo ello corresponde, también, a lo que se sabe o se ve de su personalidad a través de su escritura, que refleja una actitud noble pero desdichada ante el decurso de la historia.

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