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Reportaje:

El sindicato de las putas

Las prostitutas que hacen la calle en Madrid quieren una zona de trabajo y seguridad social

Amelia Castilla

Las prostitutas de calle madrileñas están dispuestas a crear un sindicato que defienda sus intereses. Ya han celebrado dos reuniones a las que han asistido mujeres de la calles de Montera, Ballesta, Barco y De la Cruz, y entre sus reivindicaciones se cuenta la petición de que se acoten zonas en las que puedan ejercer la prostitución libremente y cartillas de la Seguridad Social. Las mujeres de la calle se muestran partidarias de la profesionalidad, rechazan el intrusismo de las adictas a la heroína y se quejan del trato policial.

"Que nos retiren de la calle. Nos da vergüenza que nos vean en las esquinas. Yo vivo en la Ballesta, mis hijos ya son mayores y tengo que estar escondiéndome para que no me vean", asegura una prostituta de la calle de Jardines. "Nosotras no queremos molestar ni a los vecinos ni a los comerciantes, sólo queremos que nos dejen trabajar, y para eso es necesario que nos dejen una zona, con todo tipo de infraestructura".Las prostitutas saben que es difícil que se pongan de acuerdo entre ellas, pero tienen muy clara su condición de profesionales del sexo. "Trabajamos por el pan de nuestros hijos y no queremos con nosotras a las drogadictas que roban a los clientes. Fuera del trabajo, cada uno que haga lo que quiera, pero no aquí", asegura tajante Paqui.

Las prostitutas del distrito Centro de Madrid afirman que muchas se someten a revisiones médicas periódicas, aunque "otras mujeres no saben lo que es un médico". Algunas tienen la cartilla de la Beneficencia que les han entregado en el centro de planificación familiar de la zona y perciben un pequeño sueldo cuando se ven obligadas a retirarse durante una temporada a causa de una infección o una enfermedad.

"El chulo es la heroína"

Ninguna reconoce que tenga chulo, pero todas conviven con su marido, el hombre único que les asegura ciertas garantías pese a los malos tratos. "Las cosas han cambiado y las mujeres somos más libres; el proxeneta ahora, sobre todo de las más jóvenes, es la heroína", asegura Paqui, "aunque hay más de uno que tiene tres chicas al punto (tres mujeres trabajando)".

Las relaciones con la policía son pésimas, "sobre todo con los que tratan de humillarnos o nos hacen correr por las calles para reírse de nosotras bajo la amenaza de llevarnos a la comisaría", asegura una mujer que trabaja en la calle del Barco. "Conocemos nuestros derechos", continúa, "y sabemos que sólo pueden detenernos si estamos reclamadas por algún delito. Si no es así, lo, más que pueden hacer es pedirnos el carné".

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La reunión de Bruselas, a la que asistieron prostitutas de 20 países, entre las que no se encontraba ninguna española, fue la chispa que decidió la creación de este sindicato. La financiación correría a cargo de las prostitutas, que pagarán pequeñas cuotas para mantener un local en el que exista un teléfono al que se pueda avisar en el caso de tener problemas. Ya han hablado con un ahogado que se encargará de la parte legal y esperan reunirse en breve con la delegada del Gobierno. Las putas de calle aún no han establecido contactos con las mujeres que ejercen la prostitución de lujo en otros barrios, pero el sindicato, según aseguran, será para todas.

María, una de las dirigentes del futuro sindicato, tiene seis hijos en el colegio, "con su uniforme y todo", y su marido es el que se encarga de los niños. Trabaja en la calle de la Montera y Jardines desde hace ocho años. Los mejores días de trabajo en la profesión son los fines de semana. El pasado domingo su jornada comenzó a las once de la mañana, y a las diez de la noche seguía en la calle. "Llevo 14 clientes -1.300 el polvo durante el día y 2.000 por la noche-, pero tengo que hacerme dos más antes de irme a casa", asegura. "La mayor parte de los clientes son hombres casados que buscan con nosotras lo que no encuentran con sus mujeres", asegura María.

La historia de su vida es sencillamente tópica. La dejó embarazada un rico de su pueblo, en la provincia de Badajoz, y tuvo que venirse a Madrid con dos mellizos en busca de trabajo. Su aspecto es el de una auténtica matrona. Tiene el pelo teñido de rubio, los labios pintados de rojo y los ojos maquillados de azul. Viste una falda ajustada, altos tacones y una chaqueta de cuero.

"Mis hijos no son niños de la calle", dice mientras se come un bocadillo de atún; "cuatro son de mi marido, pero aunque me hubiera quedado embarazada de la calle los hubiera tenido, porque soy contraria al aborto". En su cartera lleva siempre la foto de alguno de sus hijos, el teléfono de una asistente social y la píldora.

En la calle de Jardines están apostadas media docena de mujeres, y en la esquina con Montera hay cuatro policías. Uno recorre la calle a toda velocidad haciendo caballitos con la moto, mientras las chicas lo jalean. Una de ellas muestra el pijama que le ha comprado a su niño en unos grandes almacenes, y otra hace la calle con un bebé en los brazos. Dos hombres de raza gitana buscan información sobre una menor que se ha escapado y amenazan con sendas navajas a las chicas, que corren despavoridas. En un bar, un cliente borracho le pregunta a una chica si recuerda cuando su padre la ataba a un árbol para que no se escapara a retozar por los prados. La chica no contesta, sólo sonríe y le deja hacer. "A veces lo pienso y me parece asqueroso lo que hago, pero la necesidad manda. Luego todo es sencillo: subes a la habitación, te desnudas y le dices cariño y le das besitos y él te dice que su mujer no le hace eso", explica María. A las nueve de la noche se nota un movimiento especial. Todas llevan cupones y quieren saber el número premiado de la ONCE.

"No escupas al cielo"

Mariquilla, de 34 años, es adicta a la heroína desde hace 11 años, y sabe por los médicos que no le queda más de un año de vida, pero se resiste a dejarlo. "¿Para qué?", se pregunta mientras se toma un doble en un bar de la madrileña calle de Jardines. Ella y su marido necesitan al menos dos gramos diarios, por lo que se ve obligada a hacer la calle prácticamente casi todo el día, y todo para picarse."Soy un fenómeno ganando dinero, pero todo se me va por la vena", dice. Mariquilla conserva en su aspecto un toque femenino. Viste únicamente un jersei rojo y unas medias negras. Lleva los ojos muy maquillados, y el pelo, recogido hacia atrás en una cola. Recuerda con dolor un día que se encontraba con un monazo terrible en la calle y se encontró con un amigo, también adicto. Éste, al ver el estado en el que se encontraba, se fue apillar un par de dosis. Cuando regresó con la mercancía, le dijo que no podía ni moverse, que fuera andando él para el aparcamiento de la plaza de las Descalzas, que ya llegaría ella. "Cuando bajaba las escaleras escuché un grito espantoso. Eché a correr y empecé a mirar en todos los servicios. En uno estaba Javi, con la aguja clavada en el brazo y con la muerte reflejada en su rostro".

En ese momento pensó que no había llegado su hora, y desde entonces ya no tiene miedo. "El destino de cada uno está escrito de antemano y no se puede luchar contra eso", asegura convencida. Sabe que por sus venas corre veneno y que los yonquis mueren como chinches. "Nos están matando, colegas", explica. "El martes enterramos a otro, y van 14 este año".

Esta mujer asegura que sus hijos nunca se convertirán en adictos a la heroína, porque "una vez le dije al mayor que si quería probarlo, ¿y sabéis qué me contestó? Que bastante tenía conmigo".

Mariquilla siempre aconseja a los que dicen que no caerán en las garras del caballo: "No escupas al cielo, porque torres más grandes se han caído".

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