Euskadi, la nueva generación
Para dar cuenta de los cambios recientes en las formas de la conciencia social y política en el País Vasco, un punto de inflexión fundamental debemos situarlo en los albores de la década de los setenta, cuando, a raíz del Consejo de Guerra de Burgos, la dinámica política del citado país va a contar con un nuevo ingrediente.Durante el franquismo, la densa y creciente red de vida interactiva (cuadrillas de amigos; asociaciones de danza, de monte, culturales, etcétera; ritual colectivo del poteo) ha estado sometida hasta ese momento al silencio público. El silencio público impuesto a estas formas de vida no las disuelve, sino que las confiere carácter político y en ellas se va generando y extendiendo una adhesión afectiva a la violencia de ETA, que se constituye en lenguaje expresivo de aquel silencio.
Este proceso de adhesión refuerza la negación social de la violencia estatal, de la que se tiene experiencia biográfica en una sociedad tan pequeña y densamente interrelacionada. Todo ello hace que la presión interna de este entramado social públicamente silencioso crezca continuamente. La situación explota en 1970 y esta vida sumergida, a falta de cauces expresivos, ocupa la calle y, al ocuparla, la llena de símbolos de lo vasco, que a su vez significa lo popular y lo transgresor. El nacionalismo se hace así dominante en los espacios públicos y comienza así a estar socialmente bien visto el uso de aquellos símbolos.
Para los que nacen a partir de 1960 y se van interesando en la vida social y política en la década de los setenta, la experiencia vital de la política es la de un franquismo decadente y un nacionalismo exultante. El horror del franquismo pertenece para ellos a la historia contada y no a la vivida. Se, opera así, a través de esta nueva generación, una primera desdramatización del franquismo.
La generación anterior, la de los que nacieron entre 1940-1945 y 1960, secularizó el nacionalismo y, al hacerlo, sacralizó la política: la política era aquello desde lo que se enjuiciaba todo, incluso la religión. El franquismo es, para esa generación, el eje dramatizador de su conciencia, y por ello el advenimiento del predominio social público del nacionalismo en los setenta cobra su sentido en los duros años anteriores.
Sobre la realidad social de los setenta sobrevuela el fantasma de la crisis económica. Para la que he llamado nueva generación esto no es un cambio., sino su experiencia primera, que confrontan con los discursos heredados de sus mayores, para quienes el trabajo está en la base de la ética, de la dignidad, de la identidad social de la persona.
La entrada de esta nueva generación en el entramado intersubjetivo, que fue mecanismo para la ampliada reproducción colectiva del nacionalismo durante el franquismo, ocurre en los primeros años del posfranquismo, en los que comienza a darse una lenta transformación de ese entramado. El mundo asociativo pierde vitalidad y se refuncionaliza, es decir, sus objetivos explícitos se hacen los más relevantes, perdiendo gran parte de su capacidad socializadora y movilizadora en el terreno político. Por otra parte, las cuadrillas de jóvenes comienzan a parecerse más a grupos de amigos: no están formadas en base a una homogeneidad política, son más reducidas en su tamaño y buscan más la comunicación interpersonal que el mantenimiento de una conciencia política. El poteo, ritual colectivo de cuadrillas, también se transforma: aparecen nuevos hábitos y fórmulas y, en general, se concentra progresivamente en los fines de semana y en los comienzos de mes.
La nueva generación se enfrenta con un déficit de sentido de la vida. La religión, como discurso totalizador, había sido ya arrumbada por la generación precedente. La política carece para los jóvenes del sentido totalizador que tiene para fos que vivieron la dureza del franquismo. El trabajo y la profesión están en entredicho.
Estos jóvenes tienden a desvincularse de los grandes ideales colectivos y globales, a perseguir valores más personales y a buscar la pequeña comunidad donde producir sentido de su vida.
Pero esta generación no entra en conflicto con las anteriores, sino que más bien adopta una actitud de repliegue sobre sí misma, de coexistencia en la incomunicación. No se da en ellos, por lo general, una negación expresa de la religión ni de la política, sino que incluso, tanto una como otra, en una vertiente más de pequeno grupo de comunicación interpersonal que de ideología totalizadora, constituyen opciones entre otras opciones, a través de las cuales buscan su pequeña comunidad de sentido.
Novísimos
Si comparamos la realidad social vasca con la de otras comunidades del Estado, se ponen de relieve las mayores dificultades -las tendencias en contra- que encuentra en el País Vasco el proceso de privatización de la vida (supuesto básico de la llamada modernidad política occídental que nuestro Estado se propone alcanzar), es decir, el proceso de constitución de la política en una esfera diferenciada y separada de la población general en su vida cotidiana. La politización, en el sentido de grado de indiferenciación de la política con respecto a la vida cotidiana, es mayor en la sociedad vasca que en las otras zonas, probablemente.
Y la politización de su juventud, que es ahora nuestro centro de atención, también. No hay que olvidar que ciertos antiguos procesos siguen funcionando; ni que se ha producido una cierta mayor incuestionabilidad social de la diferencialidad, como poso de procesos anteriores; ni que ha sido tal vez, aunque nunca fácilmente, el nacionalismo radical la corriente política que más capacidad ha mostrado para amparar a ciertas actitudes y a ciertos movimientos juveniles; ni que la nueva generación está más cerca de la generación anterior, tan politizada, que de la de sus padres. Ni tampoco debemos olvidar que en el horizonte por el que se penetra en la escena social está apareciendo ya una novísima generación.
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