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Banca Catalana, como problema político

El episodio iniciado con la presentación de la querella contra los directivos de Banca Catalana hace un par de años ha concluido, en lo que se - refiere a uno de ellos, el presidente Jordi Pujol, como era de prever. No quiero dármelas de profeta, pero desde el primer momento estuve convencido de que la cosa terminaría como ha terminado.Cuando se presentó la querella contra los directivos de Banca Catalana se dijo, a modo de defensa, que era una maniobra política propiciada por el Gobierno socialista para derrocar a un presidente, Jordi Pujol, que acababa de obtener una gran victoria electoral. Basta conocer un poco los entresijos de la cuestión -y los dirigentes de CiU deben conocerlos sin duda- para saber que la realidad no fue ni ha sido exactamente ésta. Es cierto que el problema de Banca Catalana ha sido político de arriba abajo desde el primer momento, pero no por esta razón.

El hecho es que se presentó una querella y que el objeto de ésta era elucidar las posibles responsabilidades penales de los directivos de Banca Catalana ante la realidad evidente de que este banco había producido un enorme agujero financiero y que todos los ciudadanos de este país, de Cataluña y de toda España, teníamos que pagarlo de nuestro bolsillo. Ahora se nos dice que uno de estos directivos y presunto ¡implicado debe quedar fuera de la querella. No sé qué ocurrirá con el resto de los incluidos en ella. Pero el hecho del inmenso agujero se ha tenido que rellenar con fondos públicos. Por consiguiente, lo que se ventilaba y se ventila en un caso como éste, en Cataluña y en toda España, sean quienes sean los directivos implicados, es si los ciudadanos debemos limitarnos o no a asistir impasibles a la sucesión de desaguisados bancarios, a pagar los enormes agujeros producidos y a mostrarnos comprensivos con los directivos que los provocan, renunciando a exigirles responsabilidades. Pues bien, yo creo que el caso de Banca Catalana se ha politizado precisamente por esto.

La forma en que se enfocó la defensa por parte del propio presidente y su partido desde el primer momento -es decir, desde el célebre discurso en el balcón de la Generalitat- consistió en sacar el problema del estricto plano judicial y convertirlo en un problema político que afectaba a toda Cataluña como nación. Esta estrategia se ha mantenido hasta el final, y dos días antes de la reunión del pleno de la Audiencia Territorial de Barcelona que debía decidir sobre su procesamiento, el propio presidente Pujol comparecía en TV-3 para insistir en que éste era un problema que afectaba a toda Cataluña, recordando de pasada que estaba en condiciones de montar las manifestaciones de apoyo que quisiese. Y pocas horas después de conocerse la decisión del pleno de la Audiencia, Jordi Pujol volvió a utilizar TV-3 para decir que felicitaba al pueblo catalán, porque, "finalmente, su presidente y de hecho toda Cataluña" se liberaban de una grave presión que había durado dos años y medio, y ponía de relieve la gran fuerza moral y el ejemplo de conducta ética de Cataluña, en su conjunto, frente a tamaño intento de desestabilización. Esto es politización pura y simple.

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Vieja dialéctica

'Resulta, sin embargo, que con este planteamiento se ha implícado al conjunto de los catalanes en un asunto que, en principio, sólo era cosa de unos cuantos. Y lo grave es que para ello se ha jugado con una cosa tan seria como es el sentimiento nacional catalán. Al transformar el hecho procesal de una querella judicial contra unas personas en un ataque contra Cataluña como nacionalidad se ha realizado una de las operaciones más tradicionales de todo nacionalismo. En primer lugar, se ha reavivado la vieja dialéctica de un enemigo exterior inmutable -en este caso, el Gobierno socialista- que e! el culpable de todos los males que nos afligen como catalanes. En segundo lugar, se ha encarnado la nacionalidad catalana en la figura del presidente de la Generalitat, atacado personalmente porque es el símbolo y la expresión de la Cataluña auténtica. Finalmente, se ha presentado a los que no coinciden con el propio presidente como enemigos de esta Cataluña auténtica o, más exactamente, como la prolongación interna del enemigo exterior.

Creo que con esto se ha infligido un daño tremendo a Cataluña. El clima creado era tan tenso que al final, cuando se ha conocido la decisión de la Audiencia Territorial, muchos se han sentido aliviados o se han abstenido de opinar, aunque en el fondo se les revolviesen las tripas de indignación. Quien más quien menos se ha refugiado en la invocación del carácter sacrosanto de la independencia judicial, aunque todos sabíamos que con el clima creado era muy dificil otra decisión. A fin de cuentas, los mismos sectores nacionalistas que ahora saludan alborozados este ejemplo de independencia del poder judicial denunciaron la presentación de la querella como una intolerable manipulación política, y habrían salido a la calle a denunciarla a voz en grito otra vez si la decisión de la Audiencia Territorial hubiese sido diferente. En definitiva, todos sabíamos que, según cual fuese el sentido de la decisión de la Audiencia Territorial, en Cataluña podían estallar grandes conflictos, y mucha gente estaba dispuesta a roerse los puños y a aceptar el veredicto que fuese con tal de evitarlos. -Y cuando esto ocurre, los grandes conceptos, como el de libertad de decisión y el de independencia, pierden su sentido más profundo.

Por eso quiero decir que, más allá de la querella y sin entrar ya en el fondo de la decisión del pleno de la Audiencia Territorial, durante estos meses me he sentido profundamente manipulado como ciudadano y como miembro de la comunidad nacional de Cataluña. Y aunque ahora me encuentro en la privilegiada situación de poder opinar sin implicar a nadie más que a mí mismo, creo que esto les ha pasado a muchos miles de catalanes. Celebro que el presidente Jordi Pujol haya sido considerado provisionalmente exento de toda responsabilidad -porque como persona le deseo lo mejor-, pero no celebro en absoluto que se me haya intentado implicar en un asunto que sólo concierne a unos directivos bancarios que llevaron a su banco a la catástrofe.

Pienso que también se ha infligido un enorme daño a Cataluña como nacionalidad, porque se han creado líneas divisorias dificiles de superar en el futuro, pues son líneas divisorias basadas en la fidelidad personal al presidente Pujol. Creo que con ello se ha deteriorado el sentido profundo del sistema democrático, basado en el pluralismo, en el respeto a la diversidad de opiniones y de actitudes y en la estricta igualdad de todos ante la ley. La democracia se deteriora profundamente cuando estas reglas son sustituidas por el culto a una persona carismátíca, porque el culto se basa en la fidelidad acrítica y siempre acaba produciendo la condena de los infieles y los tibios. Sé muy bien que los líderes políticos son necesarios, pero dejan de serlo cuando se les quiere convertir en líderes plebIscitados que encarnan por sí solos las esencias de la patria, porque las adhesiones inquebrantables acaban destruyendo el pluralismo y la convivencia.

Es posible que la decisión de la Audiencia Territorial de Barcelona contribuya a frenar este peligroso deslizamiento, pero no garantiza que no se pueda reproducir en el futuro, aunque de momento se hayan desvanecido dos de los temas más utilizados para mantener la tensión y el conflicto con el poder central, como son la querella en sí misma y la cuestión de la financiación autonómica. Pero lo ocurrido en estos meses y estos últimos días es muy serio, y creo que lo que quedará es una gran desconfianza de mucha gente en el juego normal y libre de las instituciones democraticas. Lo que queda es que el que más presiona más gana, sobre todo si para presionar se ponen en juego en una dirección determinada sentimientos de identidad colectiva muy profundos.

Creo que para superar el trauma de estos meses, recuperar el sentido común en nuestra vida colectiva y restablecer el auténtico sentido del pluralismo democrático tendremos que trabajar-mucho todos los que ,consideramos que una nación es mucho más que una persona y que sin pluralismo político y social no hay nacionalidad que valga.

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