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Tribuna
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Por una justicia impopular

Fernando Savater

De todos los términos que suelen manejar los bobos y los engañabobos, según sea su advertencia e intención en tal manejo, el de pueblo ha llegado a ser uno de los más conspicuos. Hoy, desde luego, es ya una voz castrada, simple muletilla de indigencia política, cuando no legitimación trivial de lo indefendible, pero incluso desde su origen -bastante más estimable- prometía abusos. Cualquier día de éstos rastrearé para ustedes en Lammennais, Michelet y compañía los supuestos bastante tenebrosos que acompañaron al uso moderno y a veces liberador de la palabra pueblo: verán entonces que es cosa curiosa.Basta ahora indicar que, si bien el patriotismo es el último refugio de los bribones, el recurso al pueblo es la palanca seudorreligiosa (por tanto, indiscutible, como todo lo sagrado) para forzar sin mayor esfuerzo dialéctico el mecanismo delicado y falible con que la ilustración sustituyó al teocratismo político anterior. Digo forzar, no corregir.

Veamos un poco el resultado de aplicar el aguarrás populista al colorido algo empañado y difuso de la justicia. Son múltiples y bien documentadas las deficiencias de la magistratura en España: casos de corrupción manifiesta, aplicación restrictiva de disposiciones legales con atisbos emancipatorios (la indignante cuestión aún del aborto), lentitud de procedimientos, gremialismo compulsivo, miedo a la transparencia informativa, etcétera. Todo ello hace que determinados voceros no vacilen en pedir como logro revolucionario la instauración de una justicia popular.

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El otro día, gentes en cuyas manos populares no quisiera caer, me recordaban con vehemencia que la auténtica justicia está en el pueblo, y no en los jueces. No consideré oportuno ni prudente recordarles que ya Platón señalaba algunas dificultades obvias de este planteamiento simplista. Ellos invocaban el caso de cierta señora que había ejecutado sumariamente a un marido muy malo que tenía; los vecinos de la pareja, por lo visto, solicitaron unánime y tumultuosamente la absolución de la detenida. Pobre mujer, claro, y pobre marido. Vaya usted a saber sí los vecinos -que quizá ni siquiera sean de fiar como jueces respecto a lo que ocurre en sus propios domicilios- estaban tan inapelablemente bien enterados de la verdad del asunto como parecía darse por supuesto.

Pero es que los periódicos más recientes cuentan otros casos en los que el pueblo se echa a la calle, como suele decirse, para reclamar su justicia. Un día son otros vecinos, los de un papá irritado que mató a palos a un chico de quince años que ocupaba el lecho virginal de su hija, también adolescente, con plena anuencia de ésta (el consentimiento lo tenía el chico, no el papá). Los convecinos se solidarizaron masivamente con el agresor, porque el chico era muy golfo y además fumaba porros. Otro día son los conciudadanos de unos incendiarios que han prendido fuego a la vivienda de unos gitanos: "Hemos sido todos", dicen. "¡Viva Fuenteovejuna!". Peligrosa aplicación jurídica de nuestro siempre peligroso cívicamente teatro clásico...

La posible inculpación por delito económico de un político catalán lanza a la calle a sus conmilitones nacionalistas, que difícilmente pueden tener una información detallada sobre los entresijos de una cuestión que no parece al alcance pericial del primer llegado. No se sabe si esta toma de postura estuvo exclusivamente motivada por su convicción intuitiva de la inocencia del investigado -inocencia cuyo reconocimiento posterior por los encargados del caso celebro, claro está- o por la decisión de apoyarle, aunque hubiera violado todas las leyes divinas y humanas, lo que me parece por lo menos algo exagerado.

En fin, hay otros desdichados lugares donde el pueblo sale a la calle para pedir más metralletas y se decide en asamblea cuál muerte es un crímen y cuál una simple ejecución, mientras que en otros sitios una convo catoria de manifestación en pro de la pena de muerte -o la tortura- a los terroristas convocaría a no menos almas populares, etcétera. No hace falta seguir, el tema está de moda informativa. La invocación del pueblo y de lo popular funciona en este terreno como la coartada para el apasionamiento visceral y la búsqueda gregaria del chivo expiatorio. "El pueblo lo quiere" significa: la opción que hemos tomado debe ser la buena, y no necesita ser contrastada. Sólo el pueblo puede rescatar o condenar al individuo, sin miramientos para con esas zarandajas legales que impiden civilizadamente considerarlo como simple átomo de la nebulosa popular. Quieras o no quieras, serás lo que queramos, y sobran los mediadores.

Deseo una Justicia ágil, una justicia no venal, una justicia transparente, una justicia consciente de las condiciones sociales en que actúan los individuos, una Justicia independiente de los políticos, una justicia refractaria a todos los gremialismos, incluido el de la magistratura misma: una Justicia que aplique siempre el lado más abierto y luminoso de la ley. Por tanto, deseo que sea una justicia rigurosamente impopular... por el bien de lo que en cada miembro del pueblo teme al pueblo.

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