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Juan Pablo II denuncia el drama del paro

Juan Arias

Juan Pablo II hizo ayer desde la bella isla de Tasmania, en la ciudad de Hobart, una gran apología de la Iglesia católica al afirmar que ésta "no tiene miedo de vivir en el mundo", que "escucha el grito de los pobres y de los oprimidos" y también que "reconoce el progreso científico y tecnológico". El Papa, por otro lado, denunció el drama del paro.

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Desde el hipódromo de la ciudad, donde los polacos han construido una torre para celebrar el milenio del cristianismo en Polonia con una campana que es copia de la histórica campana ygmont de Cracovia, el Papa dijo que los cristianos "no pueden quedarse en silencio ante los crímenes indecibles perpetrados contra los derechos humanos, contra la vida, o el creciente abuso de la droga y del alcohol, el desmoronamiento de la vida familiar y el abandono de los pobres".Los organizadores locales de la visita recordaron a los periodistas que esta isla de Tasmania -hoy meta turística-, conocida como la isla de los lagos y de las manzanas, se llamaba también hace tiempo la isla de los muertos. Fue descubierta en 1642 por el holandés Abel Tasman y ocupada por los británicos en 1803. Estos fundaron Hobart, la ciudad visitada por el Papa, y usaron la isla como exilio para presos y deportados, sobre todo para irlandeses rebeldes a la Corona. Trajeron 70.000, y con ellos un buen número de prostitutas, que acabaron muriendo aquí y fueron enterrados en fosas comunes.

Los pocos aborígenes que había entonces desaparecieron en seguida, y los exiliados, que se negaron a trabajar, se alimentaban de carne de canguro disputada a las fieras.

En Hobart, el Papa empezó su recorrido visitando el Wilson Training Center, que se dedica a la formación de jóvenes desocupados, creado por la Iglesia para hacer frente al desempleo que se cernió sobre la isla en 1970. Cada año se forman en dicho centro 360 jóvenes, el 80% de los cuales no es católico. Cuando salen del centro, casi todos encuentran trabajo.

El Papa dijo a los jóvenes que Australia "es un país único y fascinador", y tras haber expuesto un concepto de tonalidades calvinistas sobre el valor del trabajo y del deber y derecho del hombre a un empleo, insistió en el "gravísimo problema del paro".

Hablando de la mujer y el trabajo dijo que éste debe organizarse de forma que la mujer no tenga que "comerciar su promoción a costa de su propia dignidad". Y añadió que una sociedad puede sentirse orgullosa sólo "cuando permita a las madres dedicar tiempo a los hijos, permitiéndoles sacarles adelante según sus necesidades".

En verdad, recorriendo estos verdes parajes paradisíacos, sin problemas de espacio, que harían las delicias de los occidentales encajonados en las ciudades de cemento, podría pensarse que un discurso tan fuerte del Papa sobre la desocupación queda fuera de contexto. Pero resulta que ésta es una sociedad profundamente protegida por el Estado, donde el más mínimo desequilibrio social se siente como un drama. Donde todos viven bien -y en Australia el nivel de vida medio es elevado-, el que tiene un poco menos se siente doblemente frustrado.

De ahí el que para los europeos pueda parecer desentonado hablar del dramatismo del desempleo de jóvenes de 15 años que cuentan con la protección de un centro como el de Hobart, del que se sale prácticamente ya situado en la vida. Un periodista comentó, sin embargo, que quizá este discurso tan fuerte sobre la angustia de quedarse sin trabajo podría haber encajado mejor, por ejemplo, en Bangladesh.

Más tarde, en la misa celebrada en el hipódromo de la ciudad, Juan Pablo II hizo un canto de la Iglesia católica lleno de énfasis, con estas palabras textuales: "La Iglesia no tiene miedo de vivir en el mundo, aunque constate su condición de fractura y de pecado. Cuando ella, a la luz de Cristo, contempla la violencia y la opresión, cuando se halla frente a las injusticias de todo tipo, no se echa atrás refugiándose detrás de la seguridad de las murallas de una iglesia... La Iglesia se prodiga con compasión por los sin techo y los refugiados; escucha el grito de los pobres y de los oprimidos. La Iglesia sabe muy bien que es una comunidad peregrina de fe llamada a servir la familia humana con apertura evangélica y amor auténtico".

Un observador no creyente presente en el acto comentó, un poco molesto, que estas palabras, más que reflejar lo que la Iglesia católica es y ha sido, representan lo que debería ser hoy y haber sido en el pasado.

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