El daño político sufrido por Reagan, casi irreversible
El asombro y la incredulidad por las explicaciones recibidas son la reacción generalizada en Estados Unidos, 24 horas después del estallido del escándalo de Irán, que amenaza con convertirse en el Watergate de Ronald Reagan, quien tendrá que enfrentarse a meses de investigaciones parlamentarias, con la consiguiente parálisis política, durante los dos últimos años de su administración. Hay coincidencia en que el daño político sufrido por el presidente es muy grave, y algunos creen que irreversible, sobre todo si la investigación muestra indicios de criminalidad en la actuación de altos cargos.
La crisis no ha hecho más que comenzar, y se está sólo ante la primera entrega de algo que Theodore Sorensen, el más próximo asesor de John F. Kennedy, afirma que es más grave que el desastre de la bahía de Cochinos [fracasada invasión de Cuba, en 1960]. Sorensen se pregunta: "¿Qué imagen estamos dando al mundo7. Independientemente de las consecuencias internas, sobre todo de cara a la sucesión de Reagan y al futuro de los republicanos en las elecciones de 1988, y especialmente del vicepresidente, George Bush, va a ser una tarea muy cuesta arriba restaurar la credibilidad de la política exterior ante los aliados. La política beligerante hacia Nicaragua y la ayuda a la contra han recibido un duro golpe, y el Congreso duda incluso de que sea posible desembolsar los 100 millones de dólares (13.500 millones de pesetas) ya aprobados.El ministro de Justicia, Edwin Meese, anunció ayer que hay otras personas fuera de la Casa Blanca -además del teniente coronel Oliver North y del exconsejero de Seguridad Nacional John Poindexter- implicadas en el escándalo del desvío de fondos de la venta de armas a Irán hacia la contra nicaragüense. Ronald Reagan abandonó ayer Washington para pasar el largo fin de semana del día de Acción de Gracias -una de las fiestas más importantes del calendario norteamericano- en su rancho de California, alejado durante cuatro días. del diluvio político que se le viene encima.
"Aberración" localizada
Antes de partir, Reagan nombró una comisión para revisar la actuación del Consejo de Seguridad Nacional integrada por el senador John Tower, el ex consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft y el ex secretarlo de Estado Edmund Muskie. La Administración, a través del Departamento de Justicia, se está investigando a sí misma, aunque insiste en que ni el presidente, ni el vicepresidente, ni los principales miembros del Gabinete supieron lo ocurrido hasta el lunes.Se trata, asegura Meese, de una "aberración" localizada, y que afecta sólo a dos o tres personas y no a una política. Pero el Congreso ya pide un fiscal especial -hasta cinco leyes han podido ser violadas en la rocambolesca operación en la que la comisión de la venta de armas al régimen de Jomeini acabó en una cuenta suiza manejada por los rebeldes nicaragüenses- y anuncia su propia investigación, que durará meses.
El presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, Peter Rodino (demócrata), afirma que existe la posibilidad de que "funcionarios al más alto nivel del Ejecutivo hayan violado la ley".
Donald Regan, jefe del Gabinete presidencial -el hombre que dirige con mano de hierro la Casa Blanca y el encargado de comunicar a su jefe lo que está pasando-, declaró ayer que el Consejo de Seguridad Nacional no le informaba a él. Donald Regan fue quien nombró a Poindexter, y no se mueve un papel en la presidencia sin que este ex ejecutivo de Wall Street lo sepa o dé su bendición.
"No puedo imaginarme cómo un teniente coronel y ni siquiera un almirante [Poindexter] hicieron esto sin que nadie de más arriba lo supiera. Podría ser, pero es inconcebible", asegura el ex secretario de Estado Henry Kissinger. "Algo no funciona cuando el presidente no sabe lo que ocurre en el sótano de la Casa Blanca", afirma Robert Byrd, jefe de la mayoría demócrata en el Senado.
La cabeza de Regan debe ser la próxima en caer, porque es igual de grave que no informara al presidente si lo sabía o que no fuera capaz de enterarse de lo que tramaban los fontaneros, estimaban ayer los observadores. Poindexter era un burócrata fiel que precisamente fue nombrado para el cargo por su falta de personalidad propia y porque ofrecía garantías de que, como buen militar, nunca actuaría sin recibir órdenes.
La estupefacción por las revelaciones, que concluyen abruptamente con la prolongada luna de miel entre los norteamericanos y el presidente más popular de los últimos tiempos, se mezcla con una sensación de cierta tristeza y miedo a que esta comedia de enredo dañe irreparablemente a Ronald Reagan, pero sobre todo a la institución presidencial. El inconsciente colectivo no quiere volver a pasar por el infierno de un nuevo Watergate.
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