Voltaje siniestro
El renacimiento del rock estadounidense de estos últimos años se ha basado preferentemente en el reencuentro con las raíces country, por un lado, y la recuperación del espíritu rebelde y psicodélico de finales de la década de los sesenta, por otro. Este fenómeno cíclico no ha alcanzado a los grandes públicos norteamericanos, y sus creadores se desplazan, por necesidad más que por vocación, a las ciudades europeas, donde los aficionados rockeros parecen más abiertos y comprensivos.Jeffrey Lee Pierce -o The Gun Club, que viene a ser lo mismo- apareció a finales de los setenta, embebido del punkismo de aquellos días e influido por la garra contestataria del mítico Jim Morrison, líder de los Doors.
The Gun Club
Jeffrey Lee Pierce, voz y guitarra; Kid Kongo, guitarra; Hiromi Otani, bajo, y Nic R. Sanderson, batería. (62 minutos). Sala Universal. Madrid, 17 de noviembre.
Como solista actuó el pasado año en Barcelona y ha cantado en Madrid, en compañía de una formación renovada en la que sólo se reconoce a Kid Kongo, un guitarrista que ni si quiera aparecía en el cuarteto del álbum Fire of love de 1981. Lee Pierce ha reunido a los miembros de esta nueva formación a su antojo.
Canciones siniestras
Una canción de Billie Holliday, Strange fruit, en voz única del líder, inició este concierto breve de canciones tremendistas, siniestras, producto de un ánimo furioso, el de su único compositor e intérprete.Lee Pierce gritaba en los primeros temas con el apoyo de los tres instrumentos básicos, guitarra, bajo y batería, distorsionados y no precisamente afinados. Cogió la guitarra en Devil in the woods y realizó un punteo paralelo al de Kongo en un sonido siempre frenético de conjunto.
En estos temas machacones, los músicos no saltaban, apenas se movían y sólo el cantante se retorcía inmerso en su rabiosa y gritona interpretación que en algún instante podía poner al oyente los pelos de punta.
¿Qué mejor ejemplo que escuchar la terrorífica Duenne en la ciudad sangrienta? Un chillido de horror en Goodbye Johnny, rematado con cada instrumento disonante y en descenso ebrio, acabó con el grupo en el vestuario.
Regresaron con Eternally is here, una pieza más pausada y esperanzadora, dentro de su estilo duro, y en el segundo bis con la más esperada y coreada, Sex beat, donde el bajo de la japonesa Hiromi Otani, nunca brillante, seguía insistente, repetitivo, casi vacío.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.