El horizonte de Hegel
.En algunos -pasajes cruciales de sus principales obras (El concepto de lo político y Teología política) Schmitt pretende sustentar su concepto de lo político en el Hegel de la Fenomenología del espíritu, en particular en la figura de la lucha a muerte, tan decisiva en Hegel para la formación de la auto consciencia espiritual.Se sustenta en Hegel en y desde el horizonte existencial desvelado por Heidegger en Ser y tiempo. También Habermas soporta en Hegel los pilares de su construcción "dialógica", como puede advertirse en uno de sus más interesantes ensayos, Trabajo de interacción, en el cual apoya su con cepción filosófica en lo que Hegel llama las tres potencias del espíri tu, el trabajo, el deseo y el lengua je, en un texto de juventud que suele denominarse "primera filo soria del espíritu".
En cierto modo, ambos pensadores, Schmitt y Habermas, son complementarios en sus propios logros y sus mismas y radicales insuficiencias. El subrayado radical de la dimensión polémica de lo político es el destino mismo del pensamiento deSclimitt, todo él inversión del aforismo de Clausewitz ("la guerra es la política con otros medios"), centrado unívoca y excluyentemente en la distinción sustancial entre el amicus y el hostes.
Empobrecimiento
Nadie ha sabido denunciar tan certeramente el empobrecimiento ontológico que experimenta lo político al mantenerse en el inmanentismo de la relación pura y dura de lucha a muerte como el gran filósofo del derecho Keisen. Precisamente el pensador más certeramente criticado por Schmitt y en quien éste advierte todas las insuficiencias del formalismo jurídico de vocación positivista.
Pero Kelsen, gran pensador, supo devolver el golpe con maestría al señalar hasta qué punto Schmitt permanece, a escala del zoológico humano y social, en el estadio más primario, en el de un narcisismo agresivo incapaz de alzarse al estadio adulto, a aquella madurez humana dentro de la cual cabe tramar, inclusive en esa terrible esfera de lo político, relaciones con el otro que no sean, exclusivamente, las de la dualidad pura y dura del amor sin condiciones y del odio sin condiciones. Kelsen, de modo bien sintomático, se apoya en Freud para atacar a Sclimitt. Y, sin embargo, esa insistencia de Schmitt en lo polémico viene a cuento en la medida en que hoy, de la mano de la teoría dialógica trascendental de Habermas, se nos quiere borrar y anular la diferencia y el conflicto sobre los cuales puede y debe edificarse la construcción política en términos de democracia. Pues Habermas ha descuidado no sólo la lección de Schmitt, que debería ser incorporada y asumida antes de ser refutada, sino incluso, en su propia evolución, ha tendido a olvidar su propia apelación a instancias conflictivas e interesadas como son siempre esas tres potencias del espíritu, deseo, trabajo, lenguaje.
Ese diálogo y esa comunidad dialógica, verdadera fundamentación trascendental de una pragmática del consenso, pura sanción legitimadora de la real politik de una izquierda avergon zada de sí misma, padece y sufre de ese vaciado de conflictividad y diferencia y se inclina, en cambio, hacia un modo pervertido de democracia con vocación totalitaria. Esa comunidad dialógica trascendental, en su versión pragmática, necesitará para legitimarse producir y potenciar su propia sombra (así, por ejemplo, el terrorismo) para dar, de este modo, la gran zancada hacia in confesables deseos totalitarios. La democracia sólo es legítima en la medida en que sabe ser polémica, en que se sustenta en la pasión y el vicio por la diferencia y en que mantiene espacios de conflicto y lucha elevados a la esfera espiritual de la potencia lenguaje.
La democracia es diálogo, pero diálogo en sentido he raclíteo (en donde se subraya el diá, el elemento diferencial del lo gos) en sentido kantiano (como logos antinómico). A Schmitt le falta ese salto a lo dialógico, esa apertura al universo del lenguaje, del logos. Schmitt no leyó entera la Fenomenología del espíritu, permaneció hechizado ante las pri meras figuras de la Autocons ciencia sin llegar al capítulo titulado Moralidad, sin comprender por tanto las figuras morales de la intersubjetividad lingüística que surge tras la lucha a muerte gene ralizada bajo la forma de la revo lución y el terror.
Pero en el último Habermas, democracia, socialismo, lenguaje, y diálogo y comunicación apa recen como instancias castradas: ha sacrificado su vitalidad y fuerza polémica en aras de un sujeto sólo verbalmente o retóricamen te intersubjetivo y dialógico: un sujeto que monologa consigo de forma uniforme y lánguida como le sucede al "alma bella" hegelia na. La comunidad dialógica tras cendental es una entelequia sin futuro cuya traducción pragmáti ca es cruda realpolítik. Sucede lo mismo que con el "alma bella": su traducción pragmática es eso que Hegel llama el "corazón duro". En esa apelación a lo que une o mantiene unido, en esa tachadura de diferencias y conflictos, el pensamiento del último Habermas lanza gérmenes de to talitarismo de nueva especie.
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