Cuatro minutos de silencio
El tópico latiguillo de maldito que Peter Hammill arrastra desde sus comienzos con Van der Graaf Generator en 1968 tiene razones de peso para ser aplicado al cantante y compositor nacido en Londres hace 38 años.Peter Hammill, autor polifacético, mutante que utiliza elementos de todo tipo adaptándolos a su peculiar manera de concebir la música, se presentó en un desnudo escenario, con la única compañía de un piano eléctrico y una guitarra acústica. Utiliza estos instrumentos de una manera elemental y áspera, sin ningún tipo de virtuosismo y sin ajustarse a los cánones habituales. Su manera de acompañarse envuelve sus canciones en una atmósfera tensa y ecléctica, con fugaces pasos entre el más absoluto silencio, únicamente roto en el bar por el sonido del hielo cuando cae en el vaso, y una inquietante energía que no hace su música producto de fácil acercamiento.
Concierto de Peter Hammill
Peter Hammill (voz, piano eléctrico y guitarra acústica). 110 minutos. Sala Universal. Madrid, 13 de noviembre.
Tampoco tiene el británico demasiado interés en impulsar acercamiento alguno. En sus canciones se pueden encontrar ecos de Robert Wyatt, Tom Waits y muy especialmente del musical de entreguerras con Kurt Weil y sus composiciones para Bertold Brecht, sin que esto signifique carencia de un estilo personal, difícil y sin concesiones. La ternura de sus temas de amor, dulcificada en disco, toma en directo una acidez y tensión inusitadas, a las que Peter Hammill ayuda con una adecuada y dramática utilización de la voz y de los instrumentos, que siempre mantienen una pugna armónica con la delicadeza de las canciones.
Clasicismo
Con un particular sentido del clasicismo, este hombre polifacético que se declara una individualidad en el campo de la música moderna y obsesionado con el concepto del tiempo, representa la libertad a rajatabla, la heterodoxia y la primacía de lo personal ante lo musical entendido como espectáculo. El riesgo es evidente y asumido, pues los planteamientos de este tipo, cada vez más difíciles de ver, despiertan amores incondicionales y reacciones inquietas ante el esfuerzo que representa intentar comprender aquello que no se ajusta estrictamente a lo conocido.Actuaciones como las de Peter Hammill, o meses atrás de Wim Maertens y Roger McGuinn, que también arriesgaron en solitario, desarrollan un ritmo interno no siempre comprendido ni apreciado, pues requiere del público una actitud receptiva. Si además se recurre al silencio como forma de expresión que es exigida desde el escenario, el concierto puede finalizar, como en el caso del británico, en división de opiniones y con el desinterés de algunos que se negaron a conceder a Hammill algo sencillo y difícil a la vez: cuatro minutos de silencio.
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