La creación "in situ"

"Creación" se dice en varios idiomas para significar estreno, según nos lo recuerdan a diario los despistes de algún traductor poco avezado en cuestiones de terminología musical. Si todo interpretar es a la vez e irremisiblemente crear, nunca lo es más, ni de modo más emblemático, que cuando el simple desentrañamiento de lo escrito ha de trocarse, por exigencias del guión -como es el caso-, en decisivo protagonismo del componente innovador.La abundancia y la variedad de creaciones, en ese sentido fuerte del término, han constituido el signo de las dos jornadas centrales del Festival de Música del Siglo XX de Bilbao, que contaron nada menos que con cinco primeras audiciones, un par de ellas, al mismo tiempo, visualizaciones, puesto que de interacción imagen-sonido se trataba.

Se comenzó con un rico muestrario tímbrico centrado en el clarinete, que es presencia solista en Ilins, de Antonio Poce (Ferentino, Italia, 1950), una sutil explotación multifónica del instrumento, próxima a un cierto minimalismo a lo Selarrino o Donatoni, y donde la levedad de las figuraciones raya por instantes con el puro aire o el silencio. En el extremo opuesto, los bien conocidos Grimorios de Larrauri -escuchados en arreglo para quinteto y electrónica- evolucionan por acumulación hasta estallar en un potente tutti de manifiesta voluntad expresiva. A su lado, y junto a Oliver y Bernaola, la joven madurez investigativa de Manuel Seco, Voluntieri, compartió novedad con la serena combinatoria, casi spinoziana, de los aforísticos Tres tristes trios, de Carlos Villasol (1961).

Un interés muy particular despiertan los montajes audiovisuales preparados cada año por Jesús Villa Rojo y Domingo Sarrey, en un auditorio mayoritariamente juvenil con evidente inquietud hacia las artes plásticas. De los tres ofrecidos el martes, el de mayor consistencia fue Tonalidad dominante ('la' bemol)