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Reportaje:La previsión de catástrofes en Madrid / 1

Lluvia, contaminación y nieve, amenazas del invierno madrileño

A los ojos de habitantes de ciudades como México, Tokio o San Francisco, amenazadas a perpetuidad por terremotos, la vida en Madrid debe ser lo más parecido -a una cura de reposo. Aquí no hay temblor de tierra, mar amenazante, gran nevada o inundación primaveral que valga. Sin embargo, cuando la lluvia desborda las previsiones, algunas calles se convierten en verdaderos ríos. La contaminación es otra de las nubes grises que amenazan el cielo madrileño. La nieve, en cambio, es el visitante menos asiduo de la ciudad.

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Estado de alerta

"Cada vez que caen unas gotas, la avenida del Manzanares se convierte en un río". Esta letanía se puede oír en cualquier rincón del tramo comprendido entre los números 20 y 50 de: la citada calle, una de las más afectadas por las intensas lluvias de primeros de octubre. Algunas comunidades de propietarios han instalado incluso sus propias bombas de agua como medida preventiva. Y es que la avenida, separada del Manzanares por la M-30, parece haberle robado al río algo más que" el nombre.En esos días de lluvia copiosa, el paseo de la Ermita del Santo se convirtió en el principal afluente del Manzanares. Al igual que lo fue la M-30 -arroyo Abroñigal antes que cinturón vial de Madrid- en la tormenta del pasado 25 de julio. Las pérdidas materiales superaron los 2.000 millones de pesetas.

Los responsables municipales se apresuraron a declarar aquello de "no ha pasado nada" o "tormentas como éstas, una vez cada 100 años". Pero lo cierto es que por unos momentos planeó sobre Madrid la sombra de la catástrofe. Jesús Espelosín, concejal del área de Urbanismo e Infraestructuras Básicas, declaró entonces que la lluvia calda -entre 50 y 60 litros por metro cuadrado en poco más de media hora- provocó un caudal tres veces superior a lo que pueden absorber las alcantarillas.

Según Espelosín, el riesgo de inundación es algo muy lejano para los madrileños. "Tan sólo han surgido problemas en unos puntos muy concretos", afirma. "El Ayuntamiento conoce los problemas de estas zonas y ha llegado a la conclusión de que faltan sumideros para recoger el caudal. En principio se van a construir 1.000 nuevos sumideros en los próximos dos años".

Lo normal, opinan los meteorólogos, es que no caigan en la ciudad más de 20 litros por metro cuadrado en una hora. Pero lo normal, en Madrid, se escribe con otras letras. La primavera y el otoño parecen burlarse constantemente de los pronósticos del tiempo. Cada año, antes de llegar, suelen mandar avisos en forma de lluvias torrenciales: ahí están los tópicos de las tormentas de San Isidro (el 15 de mayo) o del llamado cordonazo de San Francisco (el 4 de octubre).

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Control de crecidas

En cualquier caso, habría que remontarse a 1876 para recordar una gran inundación en Madrid, provocada por las lluvias y el desbordamiento del río Manzanares. Cuatro siglos antes, en 1438, el río contribuyó a una catástrofe bien distinta de su cauce se secó por completo y colaboró en la extensión de una epidemia de peste que diezmó la población de la villa. Murió, aproximadamente, la cuarta parte de sus 20.000 habitantes. Hoy día, con el actual sistema de presas la posibilidad de un una crecida es muy remota.

En la región, el Canal de Isabel II ha puesto en marcha un sistema de telecontrol que permite conocer el nivel del agua en cada uno de los 12 embalses madrileños. Una alarma se dispararía automáticamente si los niveles de agua se acercaran al máximo e hicieran temer una inundación. A continuación se activarían los mecanismos de apertura y cierre de compuertas para trasvasar el agua a ríos y embalses. Este sistema, pionero en toda España, servirá de modelo para una instalación semejante destinada a controlar las crecidas en la cuenca del Segura.

Fiel a su cita anual, como si fuera la sombra del invierno, el hongo contaminante: se instala sobre el cielo madrileño por el mes de noviembre. Las calefacciones y el intenso tráfico rodado son los principales responsables. Sobre ellos se actúa en el caso de que la contaminación sobrepase los límites medios contemplados por el Plan de Saneamiento Atmosférico (PSA).

En diciembre del año pasado se llegó a una concentración media de humos de 196 microgramos por metro cúbico (el nivel medio es de 150) y a 326 de óxido de azufre (el nivel medio está en 250). En algunas zonas, como la Puerta del Sol o la glorieta de Quevedo, los niveles subieron hasta un nivel crítico.

Hubo de aplicarse uno de los supuestos de emergencia del PSA: se prohibió el aparcamiento en 40 calles y plazas para conseguir mayor fluidez en el tráfico y se restringió el uso de las calefacciones de carbón y gasóleo a ocho horas, con multas de hasta 50.000 pesetas en caso de incumplimiento. Si la situación se hubiera mantenido, las calefacciones habrían funcionado menos horas y los coches habrían dejado de circular por algunas calles céntricas. La cuantía de las multas se habría multiplicado.

El ciclo continúa, bien entrado el invierno, con el riesgo de nevadas. Nada como la sal para combatir la nieve y que se forme hielo. Y el Ayuntamiento parece haber aprendido bien la lección: 3.000 toneladas de sal, distribuidas en varios puntos estratégicos, aguardan la gran nevada. Más de 2.000 operarios, con camiones y palas mecánicas, se encargarán entonces de regar con sal las calles de la ciudad para evitar el caos de la circulación y el resbalón de los peatones.

Los porteros de las fincas, los propietarios y los conductores harán el resto: retirar la nieve de las aceras y no aparcar delante de las bocas de alcantarillas. La nieve será dejada en la calzada, junto a los bordillos de las aceras. Así de simple. La verdad es que Madrid se viste de blanco muy de cuando en cuando.

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