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31ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

Una reliquia española y el genio de Tarkovski levantan buenos augurios en la Seminci

La proyección, musicalizada en directo por el compositor José Nieto al frente de la Orquesta Sinfónica de Valladolid, del filme mudo de Florián Rey La aldea maldita, considerado con justicia como la más bella reliquia de nuestra prehistoria cinematográfica, y la sobrecogedora y testamentaria obra del ruso Andrei Tarkovski Sacrificio han convertido las dos primeras jornadas de esta 31ª edición de la Semana del Cine de Valladolid (Seminci) en un disparadero para los mejores augurios.

Un octubre más, la ciudad castellana se convierte en un hervidero de búsqueda y debate del buen cine, antiguo y moderno, de siempre. El filme de Tarkovski -producción sueca con contribuciones francesas e inglesas- se presentó a competición en el pasado festival de Cannes. Allí obtuvo, además del Premio Especial del Jurado, consolación que suele concederse cuando queda un resto de mala conciencia en el jurado por haber concedido la Palma de Oro a otro filme de inferior entidad, el prestigioso Fipresci, o galardón discernido por los representantes de la Prensa internacional y un premio a Sven Nikvist, tal vez el más grande fotógrafo europeo viviente, que en Sacrificio alcanza casi lo inalcanzable.Se cuenta que el triunfador de Cannes, Roland Joffe, director de La misión, dijo que había tenido que recoger la Palma de Oro con los ojos bajos y alguna verguenza, pues consideraba a Sacrificio muy superior a su obra. Si esta anécdota no es apócrifa, diría mucho en favor del talento -pues no puede haber talento donde no hay humildad- de Joffe, porque, en efecto, tratándose de dos filmes religiosos, Sacrificio es desproporcionada, abrumadoramente superior a La misión.

Es ésta probablemente la obra testamentaria del autor de Solaris y Andrei Rublov, pues parece ser que Tarkovski, a los 55 años, padece un cáncer en fase terminal. Pero, sea como sea, su película tiene la gravedad de un testamento y la absoluta sinceridad y la falta de concesiones a la facilidad propias del lenguaje de quien sabe que está diciendo sus últimas palabras.

En la primera secuencia -un solo plano de casi 15 minutos de duración-, Tarkovski juega limpio y advierte al espectador que en las dos horas y cuarto que quedan de película no le va a dar ni un respiro, ni una sola concesión a la trivialidad, que lo que queda por ver es cine de extrema hondura, de total austeridad y severidad, y que, si lo que busca en su butaca es diversión, se ha equivocado de sala y está a tiempo de irse a otra en busca del Indiana Jones de turno.

Cine puro, de tremenda intensidad, con claras resonancias de Dreyer, Dostoievski, Strindberg, Chejov, los Japoneses Ozu y Mizoguchi y el mejor Bergman, Sacrificio pone de manifiesto lo que ya se sabía que Tarkovski es, con Klimov, el último heredero del gran cine ruso. La superficialidad con que ha sido tratado este filme por algunos sectores de la crítica internacional aumenta su valor con una dosis de capacidad ofensiva, ya que Sacrificio recupera agresivamente la idea del cine-reflexión, sin ceder ante la actual epidemia de cine-experimento.

Se ha dicho que la mejor partitura musical para un filme es la que no se oye. Es esta una exageración exacta. El músico José Nieto ha hecho un trabajo humilde, de auténtico músico de cine, para ilustrar La aldea maldita, de Florián Rey. Esta película es una reliquia que se conserva, pese a sus tópicos, llena de encanto y de vida, que se sigue con atención y que da a respetar su coherencia y su buen gusto de tal manera que el paso de más de medio siglo no ha atentado contra su vigencia como joya máxima de la prehistoria del cine español.

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