La dialéctica de la cultura
EL DIÁLOGO entre el ministro de Cultura y los representantes de las diversas oposiciones en la comisión correspondiente del Congreso tiene la virtud rara de que todos los puntos de vista son aceptables; se buscaría una concordia entre ellos. Para el Gobierno, la cultura es una práctica que su encargado denominó "envolvente y totalizadora", y exhibió la multiplicación de las cantidades del presupuesto general para esta totalización; para la oposición conservadora, el riesgo está en el intervencionismo, o en el dirigismo, del Estado al conceder esas cantidades a los creadores civiles de cultura; y para quienes se definen como a la izquierda del poder establecido, el crecimiento de los receptores de cultura es nulo y se sigue refiriendo a unas minorías.Todo es simultáneamente verdad. Es cierto que nunca ningún Estado español invirtió tanto dinero en la producción cultural, y es cierto también que tal como se está empleando el término cultura comporta una cantidad de información y de opinión, y que esta estructura dineraria puede ser utilizada en cualquier momento como una forma de presión sobre la elaboración del pensamiento público, aunque no sea más que porque los necesitados de la estructura creada y administrada por el Estado tiendan a facilitar las concesiones por una oferta de proyectos que, en el mejor de los casos, sea pública. No se puede decir que, al cabo de los cuatro años de esta acción totalizadora, haya aumentado el número de lectores de libros, de asistentes a espectáculos musicales, teatrales o cinematográficos; y ni siquiera que haya crecido el número de creadores con capacidad significativa, aunque hayan encontrado más trabajo y mejor remuneración los trabajadores de los diversos ramos. Se podría pensar que, a la vista de los resultados actuales, el empleo del dinero equivale a un despilfarro, aunque quede siempre la esperanza de que con plazos mucho mayores se logren resultados positivos.
La nueva proyección de la cultura española al extranjero, a la que aludió el ministro, presenta, sin duda, buenos resultados, pero no se puede decir que la superficie exportada responda a un fondo cultural básico. Sería necesario crear un verdadero plan a largo plazo, pero con acciones inmediatas y escalonadas, para una reculturización del ámbito español, de cuya pérdida no es impune la vieja y poco modificada actitud conservadora. En este largo plan habría que sustituir la acción de superficie y acontecimiento, y hasta la creación de -estructuras o continentes de la cultura -los 2.500 millones para auditorios, los 7.500 para teatros, los entregados a la reconversión de salas de cine, según datos del ministro Solana-, a la atención, formación y creación de las cantidades humanas que han de ocuparlos, unos como ejecutantes o creadores, otros como receptores.
Es difícil imaginar que no haya una unidad gubernamental en esta acción dividida hoy -y, a veces, reñida- entre el Ministerio de Cultura y el de Educación, que sigue teniendo a su cargo, y con presupuestos menores de los que se dedica al espectáculo de la cultura, los centros de enseñanza artística -que en estos momentos, como cada año, despiertan el despecho y la frustración de quienes quieren matricularse y de los que, de entre ellos, lo consigan, que se verán condenados a la masificación y a la impotencia de profesorado y medios-; pero también de las distintas enseñanzas generalizadas en las que las formaciones artísticas y culturales están prácticamente excluidas o reducidas a mínimos. El divorcio de estos ministerios se espejea cuando se traslada a las autonomías, donde el afán de la superproducción y de la forma propagandística de la cultura forma. concurrencia con la del Estado central, y aún trabaja más sobre los contenidos y su dirección -por cuestiones de nacionalismo o de lenguas y tradiciones que creen que deben proteger, incluso más allá de la formación humanística de los ciudadanos-, y este eco se repite a sia vez en entidades menores.
Un plan cultural grande y largo que atendiera a una forma. de equilibrio entre el pueblo y el creador, que despertara el afán de recibir un enriquecimiento cultural y la dotación a los jóvenes de las claves necesarias de lenguaje y conocimientos básicos para acceder a las formas culturales que se emiten no es de ninguna manera utópico, si se tiene en cuenta las cantidades actuales de dinero invertido; puede serlo si se piensa en la necesidad de unificar esfuerzos y de eliminar concurrencias, o en la renuncia al boato y esplendor que puede suponer la exhibición de la acción cultural por parte de los políticos. Las campañas emprendidas, por el contrario, están produciendo una separación entre los creadores y los receptores por el simple hecho de que están eliminando las dependencias de unos con otros: no es hoy el público el que decide el éxito o el fracaso de una creación cultural, sino el dinero público, que pocas veces tiene en cuenta la verdadera calidad artística de aquello que subvenciona, lo cual revierte inevitablemente a la selección minciritaria o a la creación para el exterior de España.
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