_
_
_
_
Tribuna:LA NEGOCIACIÓN CON ETA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Autodeterminación, respuestas y preguntas

La polémica provocada por los filósofos Javier Sádaba y Fernando Savater en torno a las diversas verdades que son aplicables a la situación de Euskadi conoce hoy un nuevo episodio. El primero de los pensadores precisa algunas de sus opiniones contenidas en su anterior artículo, La verdad entera (EL PAÍS, 12 de septiembre de 1986), que fue replicado por Fernando Savater con un texto titulado Las estadísticas del corazón (EL PAÍS, 19 de septiembre).

Antes de nada me gustaría observar que, mientras F. S. cita al menos seis veces a ETA, yo no lo hacía más que una sola vez y de pasada. Podría replicarme que es ése el problema principal. No sólo para Madrid, sino también para Euskadi. A pesar de todo, me gustaría aclarar mi postura citando estas palabras de un amigo común, Philip Silver: "... La estudiada imprecisión de la relación entre terrorismo y política abertzale ha servido para inhibir una comprensión clara de las raíces de la mayor parte del terrorismo en España.El Gobierno de Madrid prefiere tenerlo en el aire, listo para ser usado o, alternativamente, para que se le contemple simplemente como una versión local de un problema internacional... El propósito disimulado de esta campaña de desorientación en lo que se refiere a los vascos hace que las causas reales del terrorismo vasco no sean discutidas seriamente".

Estoy de acuerdo. Quiero dejarlo claro, una vez más, desde el principio. Se trata, esencialmente, de la política española respecto a Euskadi.

En ésta veía, precisamente, F. S. cierto alarmismo injustificado por mi parte. El roce de la ilegalidad estaría, supone, en que hablo de autodeterminación y, al límite, de independencia. Por tal roce no habría que alarmarse. No pensaba solamente en ello. Hay otras cosas más intocables. Es tan obvio que no hace falta señalarlo. Es tan intocable que nadie suele señalarlo. Pero si nos atenemos a la autodeterminación, con o sin independencia, he de decir que aquí se esconde una de las trampas más típicas de la situación.

Hay libertad para que existan grupos independentistas, pero con la condición de que si alguna vez pudieran obtener sus propósitos, no lo hagan. Es decir, la cuestión se plantea así: sea usted lo que quiera con tal de que no lo sea de verdad. Es, una vez más, el conocido caso de la democracia formal con hipocresía real.

Me acusa F. S. de referirme al pueblo en general. En eso acierta. A mí, y es un ejemplo que tiene poco que ver con el azar, no me gusta nada un pueblo concreto que elige abrumadoramente a Reagan o a unos representantes que arman a mercenarios en Nicaragua. Precisamente es labor de la filosofía moral -en la que ambos estamos- no tanto la de imponer, sino la de proponer. La búsqueda de un pueblo como ideal frente a su corrupción real, frente a su voluntad secuestrada, es uno de los imperativos de una filosofía política no resignada. ¿Cómo se consigue eso? Que no lo sepa no quiere decir que he de renunciar a ello. No porque tenga hilo directo con el pueblo vasco) o con cualquier otro pueblo, sino porque está en la misma raíz de las exigencias democráticas. Por eso hay que insistir machaconamente en que no sólo se debe preguntar al pueblo, sino crear las condiciones para que ese pueblo sea lo que quiere ser.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Abstención activa

Respecto a la abstención en el referéndum constitucional, F. S. y yo sacamos conclusiones distintas. ¿Para qué se hizo entonces el referéndum? Porque de su aceptación o no derivarían las demás normas y elecciones; luego éstas son secundarias respecto a aquél. Por otro lado, no fue una abstención mínima. Fue una abstención activa y escandalosamente mayoritaria. El asunto no era escoger éste o aquel partido, ésta o aquella política, sino que se trataba, fundamentalmente, de aceptar un marco institucional.Y, para colmo, a un ritmo tal que no se pudiera plantear un conjunto de problemas que por lo menos a una gran parte del pueblo vasco le importaba discutir abiertamente y sin cerrojazo. Dejando ya los aspectos más formales de una votación: si la gente no participó de esa manera, lo menos que se puede decir es que es un síntoma claro de malestar y desacuerdo. Solucionarlo era deber democrático. Como deber democrático era haber atendido otro tipo de propuestas y autogobierno más inteligentes y que, con cabida en un acuerdo global, hubieran evitado muchos de los males que padecemos.

Un par de palabras sobre la autodeterminación. Para el Filósofo Popper es una barbaridad querer deducir un Estado de una nación. Estoy de acuerdo, con tal de que valga también para el Estado en el que él y otros se sienten tan a gusto. Afirmaba el célebre cardenal Belarmino que Dios determina la indeterminación de la voluntad humana. Suena, desde luego, a espectacular contradicción. Pero no veo contradicción alguna en interpretar la autodeterminación así: relativización de toda legalidad estatal y primacía de la libre voluntad de los individuos.

La desgracia es que el derecho de autodeteminación se ha convertido en el derecho a que nadie se inmiscuya en los estados existentes con el funesto resultado de reforzar aun más a éstos. Quien nos advirtiera que en un mundo como el de hoy, con superpotencias, los localismos de soberanía nacional son infantiles o perversos. Esas almas quizá no entiendan nunca el valor universal de la rebeldía particular. Viene a cuento Bergamín: "La mejor manera de servir a lo común es ser particular".

'Violencia legítima'

Un punto en el que mi desacuerdo con F. S. se agranda es el que se refiere a la violencia legítima. Piensa que hay que legitimar, estrictamente, la violencia política. Yo opino todo lo contrario: que hay que proceder a la inversa. Y por ahí vamos, derechos, a la cuestión del pacifismo. Otra vez una cita -dos- nos puede ser de ayuda. La primera es de Chomsky, citando, a su vez, al pacifista Muste: "En tanto que no tratemos honrada y adecuadamente ese 90% de nuestro problema [la violencia dominante], hay algo ridículo, y quizá hipócrita, en nuestra preocupación sobre el 10% de la violencia empleada por los rebeldes en contra de la opresión".¿Qué añadir a esto? Pero si hay que condenar también al 10%, no será, desde luego, para reforzar al 90%. Al 10% habrá que criticarlo como reflejo o extensión del 90%. Ser pacifista, en su sentido más genuino, es desmontar, sin miramientos, las raíces de la violencia, y no el asentarse en la mayoritaria para después contemplarla con tanta suavidad que las críticas, más que abatirla, la sostengan. Programa ingenuo para muchos. La no ingenuidad suele amonestamos indicando que no tenemos otra alternativa. De ahí, sin embargo, lo único que se sigue es que no hay alternativa, pero no que la que tenemos sea la buena. En todo caso, se seguirá que hay que ir creando las condiciones para que la haya. Al precio, incluso, de la ingenuidad.

Otro posible aviso consistiría en contraargumentar diciendo que hay que anteponer la desobediencia civil o la violencia simbólica a la violencia tout court. Perfecto. Sólo que si no se hace con la suficiente radicalidad, el pacifismo se puede convertir en algo irrisorio. Léase, como ilustración, lo que escribe un filósofo tan celebrado como Habermas en un artículo reciente: "... La desobediencia civil [ha de cumplir] tres condiciones. El orden jurídico en su totalidad debe quedar intacto... Además, el transgresor de las reglas debe asumir las consecuencias de su acción. Y, por último, se espera que ese transgresor... pueda fundamentar su desobediencia en principios reconocidos y legitimadores de la Constitución".

No sé si este párrafo lo suscribiría Blas Piñar (lo cito porque lo citaba F. S.), pero pienso que lo suscribiría casi todo el mundo, lo cual es vaciar el pacifismo, reducirlo a cero, o, peor, transformarlo en su contrario.

Desvarío

Hay, para acabar, una serie de preguntas que me hace F. S. y que yo podría responder con otras tantas. Pero son preguntas que uno tiene delante porque mucho ocurrió atrás. Hasta que no se dé el sueño kantiano de un orden internacional parece que sólo hablando y con cesiones mutuas se pueden solucionar problemas que de entrada no pueden ser sino sumamente complicados.De cualquier forma, no voy, a rehuir las tres preguntas finales que me hace F. S. Ni las voy a devolver con otras tales como cuándo, quién y cómo reformaría la Constitución o si ésta es fiel reflejo del pueblo español y no del miedo. (Me gustaría recordar que el miedo es tan distinto de la libertad que la anula. Por eso exime incluso de responsabilidades. De ahí que no acabe de saber qué es eso de votar por miedo.)

Éstas son mis respuestas. No creo que nadie tenga licencia para matar. No creo que todos los males de los vascos provengan del Estado español. Y no creo, ni mucho menos, que la cuestión sea una conciencia limpia y noble por parte de ETA frente a quienes se oponen y disienten. Esto lo digo ahora como lo he dicho siempre.

Pero una vez más, y como al principio, he de recordar que he hablado del pueblo vasco, del pacifismo y del único Estado que hay, por el momento, aquí -los otros son puramente potenciales-: el español. A Fernando Savater, a quien domina una noble pasión por alcanzar la verdad, se le olvidaba, sin embargo, entre las "enormes minucias", ésta: ¿qué hay que hacer sí los vascos quieren autodeterminarse y se les imposibilita?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_