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Tribuna:'LA VOZ' CANTÓ EN MADRID
Tribuna
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Detrás de las cicatrices

Decir que sobre un escenario, con una orquesta detrás y una multitud delante, Sinatra canta es decir sólo una pequeña parte de lo que hace, Sinatra no sólo canta, sino que actúa, se crispa o calma, dice o calla, hace o deshace emociones, crea música o silencios que suenan a música, se refugia en la orquesta o se enfada con ella y esculpe, con argucias de actor curtido, baladas cínicas o quejidos rotos. Puede cantar cualquier canción de cualquier autor: todo lo que canta lo hace suyo. Al llamarle La Voz, se simplifica. Su voz es parte de un intrincado mecanismo de seducción.Mientras actúa, una sensación de comodidad se escapa de él, contagia a sus alrededores y quienes le oyen asisten al prodigio de un sujeto insignificante que crece materialmente y que entona ante una multitud susurros que cada uno cree oír él solo y no compartir con nadie. Los cantantes al uso se limitan a cantar. Sinatra, multiplicado en tantos Sinatras como oyentes tiene delante, se sirve de la canción para existir. Una mujer que le conoció bien dijo de él: "Necesita cantar; si no lo hiciera, se mataría". En las cumbres del éxito se recupera la lógica de la miseria: se actúa para sobrevivir.

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Otra mujer escribió: "Necesita sentirse en la cuerda floja. Tiene demasiadas cicatrices de demasiadas vidas anteriores y la amargura le acompaña siempre". Mientras Sinatra está arriba, sobre un escenario -para quien lo ha escalado, nada hay más alto que un escenario- y se utiliza como tabla de salvación, este setentón saca de sus cicatrices la parsimoniosa cautela de las fieras acorraladas y parece un niño turbulento que se droga cantando por necesidades más enrevesadas que la del dinero, como la necesidad de poder.

Los años le han, ensanchado el cuerpo. Sinatra hasta hace poco tiempo era escuálido y no se entendía bien cómo de un aspecto tan firágili, se escapaba una tan intensa sensación de violencia. La misma mujer escribió: "La atmósfera de éxito que lo envuelve no es más que la fachada festiva de un hombre solitario y angustiado". Al parecer, este superprofesional del triunfo no quiere, ni sabe, no puede estar a solas ni un solo minuto de su vida y se arropa con un ejército de amigos, de guardaespaldas y de masas que lo veneren.

Ted Kennedy dijo de él: "El viejo Ojos Azules se ha convertido en Dios. Nadie puede ya ni siquiera osar tocarle". Probablemente, porque su fascinante parsimonia sobre la escena es el revés de la violencia que se respira a su alrededor cuando baja al suelo. Un ejemplo entre docenas: 25.000 dólares de hace un cuarto de siglo le costó reparar los daños causados en un restaurante neoyorquino por una de sus batallas urbanas. La cautivadora paz que envuelve a Sinatra encubre, como esa campana de silencio que observaba Norman Mailer alrededor de los grandes púgiles cuando están en reposo antes de la pelea, una temible capacidad de ofensa inminente.Una voz rota

Cuenta John Huston que el actor George C. Scott tomó por asalto una noche en un hotel de Roma y otra en el Savoy de Nueva York la habitación donde dormía Ava Gardner, de la que se había enamorado perdidademente. Hacía años que Sinatra y Ava estaban divorciados. Pero Sinatra es de los que siguen considerado suyas las cosas perdidas y a sus oídos llegó un eco de aquellos intempestivos asaltos a su ex mujer. Scott, un reconocido gallo de pelea, recibió una visita de Sinatra. Nadie sabe de qué hablaron. Pero a partir de entonces la volcánica pasión del actor se enfrió repentinamente.

Cuando se le ve por primera vez en directo, Sinatra apenas si da la medida de un hombre común, con aspecto de viejo funcionario y un toque de sosería. Pero en escena experimenta una mutación: además de crecer fisicamente, su identidad se mueve. Su voz parece a punto de quebrarse. Pero la fractura no llega. La fuerza del cantante procede precisamente del dominio de esta limitación.

Su cicatriz más visible es la más antigua. La lleva en el rostro: cuentan que este hombre enclenque nació con seis kilos de peso y que para sacarle de su madre hubo que machacarle el rostro con un brutal tirón de fórceps. Luego llegaron las otras cicatrices de que habló Lauren Bacall. Su voz es una de ellas, la más honda, tal vez la síntesis de todas las demás.

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