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II BIENAL DE DANZA DE LYÓN

Homenaje de Kazuo Oono a Antonia Mercé

ENVIADO ESPECIALUn hombrecito japonés de más de 80 años proporcionó el pasado jueves la noche más emotiva de la II Bienal Internacional de Danza de Lyón. Kazuo Oono, fundador junto a Hijakata de la escuela Buto, bailó al son de una pieza de Albéniz en una discordancia muy personal: era su homenaje a La Argentina, el momento que más lágrimas ha arrancado del público en este encuentro lleno de sorpresas cada día.

Cuando Kazuo Oono estuvo en Barcelona en 1982 para dos fugaces representaciones, danzó lo que fue el embrión de la primera versión de su homenaje a La Argentina. Ésta ha sido hasta hoy toda su relación con España, además del nexo personal con Albert Vidal, que le conoció en Tokio.

Kazuo Oono es metáfora abierta de toda modernidad, arte puro tras cualquier mixtificación aparente. Su razón de ser es un acto sin tiempo, real como los sueños. Al apagarse las luces de la sala aparece entre el público (largo vestido de terciopelo negro, pamela de flores secas, capa de puntillas, tacones de plata) respaldado por la voz de María Callas.

Es como una especie de temblorosa dama modernista. El Théâtre des Celestins es un entorno adecuado con sus oros viejos, y la herradura púrpura arropa la magra figura blanca que se mueve con modales de afectación manierista, alargando una agonía que dura toda la tocata bachiana.

Envuelto en harapos lujosos, con la levedad de un paso frágil a la vez que seguro, Oono tira del hilo de la vida. Su danza es el cuestionamiento último de su propia obra, críptica a la vez que desnuda. Para él, ir de un lado a otro de la escena es un largo y costoso viaje interior. En su baile están los espectros sagrados de Wigman y Pavlova hasta llegar a la remembranza de La Argentina.

Fue en 1929 cuando la vio en Tokio desde el último balcón del teatro Imperial: aquello marcó su vida, y hoy lo reconoce. La familia de Antonia Mercé le cedió una grabación original donde se oyen unos palillos tocados presumiblemente por ella.

Mímica siniestra

A este compás, Kazuo Oono se arrebuja entre unos volantes deshechos, las sedas amarillentas vuelan solas mientras se hunde en una mímica siniestra y tierna a la vez, éxtasis donde el anciano niño implora una demostración física del baile, queriendo transmitir todo de cuando la Mercé giró sobre su mantón de Manila hace casi cincuenta años.A las ovaciones, Oono hizo un bis electrizante, arrollidándose ante los ramos de orquídeas con una modestia ejemplar.

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