Suicidio de un estudiante

La vida profesional me ha puesto en contacto con alumnos de la universidad Politécnica de Valencia, a quienes he atendido en psicoterapias y en psicoanálisis; me llamó la atención -como dato epidemiológico- que estas consultas fueran siempre más frecuentes que las de los alumnos, de otras facultades. El desgraciado hecho de la autoinmolación de un alumno del Poli en esta ciudad, tiene toda la dolorosa coherencia de lo que puede ser el efecto extremo de la relación con la institución y la acción patógena de ésta.La Universidad llena una función social manifiesta: impartir formas específicas de enseñanza y conocimiento que culminen con la inclusión de sus alumnos en una profesión. Posee además un derecho subsidiario, el de exclu¡r de la profesión, negando la titulación, a quienes son probadamente no capaces.

Cuando la función de incluir se ve exageradamente disminuida a beneficio del derecho de excluir, algo está descompensado y es disfuncional en la institución.

Se supone que las instituciones de enseñanza imparten conocimientos accesibles a la capacidad humana de aprender: cuando se subvierte negativamente toda estadística respecto a la distribución normal de la inteligencia y de la capacidad de aprendizaje se puede deducir que se está abusando del derecho de exclusión, subordinando la función básica de la Universidad a unos intereses que no se denuncian abiertamente: la puesta en juego de motivaciones sociales que intentan postergar el ingreso de los alumnos en el campo profesional, las finalidades limitantes de los colegios profesionales, la alienación de crear una aristocracia profesional. Las modalides de evaluación dejan de ser tales y su fin secreto y desconcertante es la creación de un númerus clausus.

Así, en este contexto, no es de extrañar que muchos alumnos se quiebren: no basta una disposición o un terreno psicopatológico más o menos cargado. La Universidad se convierte por sí misma en trauma psíquico, catalizador, gatillo eficaz que sirve para desencadenar toda una amplia gama de reacciones psicopatológicas más o menos graves, que, como demuestra esta situación particular, pueden llevar hasta la autoeliminación. Se puede decir en estricta justicia que a instituciones enloquecedoras hay respuestas enloquecidas.

No se puede permanecer indiferente frente a esto; algo coherente debe hacerse. Los sociólogos, psiquiatras y psicólogos tienen por cierto capacidad de investigar, asesorar y proponer medidas de saneamiento, pero tal vez es más importante crear una conciencia colectiva de que las universidades no deben ser instrumento de opresión ni desmentir su función específica. Esta opresión encubierta tiene en este caso una eficacia comparable a la de las opresiones abiertas y cínicas: aquí un joven se autoinmola como protesta y defensa frente a un medio opresor. En otro lugar tan lejano como Chile, el medio opresor inmola abiertamente, de igual manera, a dos jóvenes indefensos. Es para pensarlo, y para no negar la responsabilidad que le cabe a la institución más allá de este caso extremo.-