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La difícil conmemoración de Liszt

La importante y difícil conmemoración de Franz Liszt, en el centenario de su muerte, correspondió el pasado miércoles en la Quincena Musical de San Sebastián a la Orquesta Sinfónica de Euskadi, dirigida por Franz-Paul Decker (Colonia, 1923), con la breve colaboración del tenor Aldo Baldin y el Coro Easo, a cuyo frente está Ramón Beraza.Ya la Sinfonía Fausto habría bastado, dada su complejidad, extensión y dificultades, para otorgar a la joven centuria los mayores aplausos. Pero maestro y orquesta quisieron añadir significación al programa interpretando también De la cuna a la tumba, con lo que nos dieron las claves extremas del sinfonismo dramático de Liszt: el Fausto (1853-1861) y su último poema, de 1883, el año de la muerte de Richard Wagner.

Si tantas veces Franz Liszt partió de sugestiones literarias para sus obras (Byron, Petrarca, Dante, Hugo, Goethe, Lenau), en el caso de su Poema número 13 se inspira en un tríptico de su amigo, el pintor, conde Michael Zichy, del que toma incluso los títulos de los tres momentos: La cuna, La lucha por la vida y La tumba, cuna de la vida futura. Pocos penfagramas tan condensados en sus sentimientos, tan apurados en su concepción y lenguaje, tan renuentes al gran efecto, tan meditativos como los de De la cuna a la tumba.

A lo largo de sus partes, tan estrechamente ligadas, muda hasta el talante sonoro pues en gran parte el compositor se expresa casi en música de cámara, siempre que pensemos en lo que será, andando el tiempo, la del mismísimo Schönberg. Música típica de creador anciano, tiene mucho de canto de cisne que completarán algunas páginas posteriores: Cántico del Sol, sobre san Francisco; Pax Vobiscum, para coro masculino, o Qui Mariam Absolvisti, para solos, coro y órgano.

Mientras trabaja en su poema, Liszt asiste en Bayreuth, la capital alemana de la ópera wagneriana, a la primera de Parsifal y algo de la pureza del último Wagner se infiltró en el pensamiento y en la claridad de textura. La Sinfónica de Euskadi, segura y dueña de un sonido luminoso, hizo una buena versión de la obra que Decker -profesional concienzudo, realizador minucioso- entiende con más justeza que imaginación.

Precursor

Treinta años anterior al poema, la Sinfonía Fausto constituye una de las claves para entender el romanticismo y el mundo que le sucede. Con todo lo que Liszt debe a Berlioz, la Fausto aparece como un mundo distinto, más precursor que heredero; en él desarrolla la forma de tríptico, aunque si en De la cuna a la tumba se tratará de conceptos, en la sinfonía se abordan y desentrañan personajes: Fausto, Margarita, Mefistófeles, el que busca, el que ama, el que niega.

El compositor -que en un momento pensó hacer ópera sobre Fausto- nos da en realidad otra solución dramática, cuya estela no es necesario encomiar. Tanto los sinfónicos de Euskadi como el Coro Easo en su breve parte del final lograron, a las órdenes de Decker, algo más que un buen nivel de calidad: nos introdujeron a todos en el amplio bosque conceptual y sonoro de Liszt, con lo que la voluntad dramática y narrativa se cumplió en alto grado y en medio del más apretado interés, mudado luego en aplauso, de un público que abarrotó el Victoria Eugenia y parecía sentirse orgulloso, con razón, de su orquesta. La quincena musical se aproxima al medio siglo de existencia: su brillante continuidad, sus perspectivas de futuro, en el que creo adivinar un crecimiento consecuente con el apoyo de todos, son signo y renuevo de la historia musical donostiarra.

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