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El proyecto de reforma electoral en Francia supone una prueba límite para la 'cohabitacion'

Soledad Gallego-Díaz

La cohabitación entre el presidente socialista, François Mitterrand, y el primer ministro conservador, Jacques Chirac, atravesará a primeros de septiembre uno de sus momentos más importantes. Mitterrand tendrá que decidir si firma o no el decreto-ley por el que se dibuja un nuevo mapa electoral de Francia. Si se niega, Chírac estará obligado a enviar el proyecto de ley al Parlamento y se abrirá una dura y complicada batalla de dudosas consecuencias políticas.El presidente de la República ha alimentado durante los últimos días el suspense con declaraciones florentinas que se prestan a distinta traducción y que aumentan el malestar y la incertidumbre en la derecha.

El actual mapa electoral francés data de 1958, con unas pequeñas modificaciones introducidas en 1983 por el entonces ministro del Interior socialista Gastón Defferre y que afectaban únicamente a tres grandes capitales: París, Lyón y Marsella. El proyecto elaborado ahora por la mano derecha de Chirac, Charles Pasqua, es mucho más ambicioso. El ministro del Interior ha modificado el tamaño, población y límites de buena parte de las circunscripciones electorales. Un trabajo de tijera exquisito que reviste una importancia política esencial no sólo para la oposición (socialistas y comunistas), sino también para los diferentes partidos que integran la coalición gubernamental y que desconfían abiertamente de la imparcialidad de Pasqua, uno de los hombres fieles de la Asamblea para la República (RPR) y de Jacques Chirac.

El decreto-ley, que fue revisado a primeros de agosto por una comisión de sabios que propuso algunas reformas, llegará hoy al Consejo de: Estado para una última lectura. Todas las miradas se dirigen a François Mitterrand, pero el presidente se ha negado por el momento a aclarar el suspense: "No haré pública mi opinión hasta conocer el texto definitivo".

Mitterrand parece disfrutar con el nerviosismo de los partidos, e incluso atizarlo voluntariamente con pequeñas frases. Durante el mes de agosto el presidente se ha dedicado a cuidar su imagen pública., paseando por toda Francia en olor de multitudes. En todas las ocasiones aprovechó la presencia de los medios de comunicación para lanzar mensajes cifrados sobre el nuevo mapa electoral que han tenido la propiedad de desencadenar tormentas y amargar las vacaciones de más de un político.

"El presidente se negó a firmar el decreto-ley sobre privatización de empresas públicas y Chirac se vio obligado a enviarlo al Parlamento para su discusión normal. Ahora, en un tema. político de todavía mayor importancia, tiene que hacer lo mismo", afirman esperanzados los comunistas. El partido de Georges Marchais está tan preocupado por los efectos que pueda tener el plan Pasqua en sus ya escasos resultados electorales que se ha decidido a lanzar un llamamiento formal al presidente de la República para que rehúse estampar su nombre al pie del decreto-ley. No parece, sin embargo, que sus esfuerzos hayan tenido una acogida calurosa en el Elíseo.

Una nueva negativa de Mitterrand tendría en esta ocasión consecuencias políticas más importantes. La privatización no planteaba problemas en el seno de la mayoría de centro-derecha, y Chirac sabía que la postura del presidente implicaba únicamente la pérdida de algunos días porque el Parlamento acabaría refrendando la ley. La situación es más problemática en este caso porque las tijeras de Pasqua provocarían sin duda graves rencores entre el RPR y la Unión para la Democracia Francesa (UDF). Un debate público sólo serviría, desde su punto de vista, para enconar las posturas e incluso para poner en peligro la mayoría parlamentaria. No es extraño entonces que en medios cercanos al primer ministro se insinúe que la negativa de Mitterrañd supondría una auténtica "declaración de guerra".

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