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Inflación, de nuevo

La subida en España del índice de precios de consumo (IPC) de un 1% en el mes de julio constituye algo más grave y permanente que una simple nube de verano. En primer lugar, queda claro que en el marco de la CEE y de la OCDE van, por una parte, las naciones que han tenido una política económica adecuada y que como fruto de una dura acción de ajuste han conseguido matar definitivamente el fantasma de la inflación, y, por otra, las que aún siguen sumidas en la sima de la subida de los precios. (...)Por otro lado se encuentran las naciones enfermas del área mediterránea. De nuevo las regiones del Sur frente a las del Norte ofrecen un panorama lleno de preocupaciones. España se ha escapado así incluso de Italia, que tiene un 5,9% de inflación, y de Austria, que considera una catástrofe casi sin salida su 8,4% de inflación, al haberse situado nuestra patria en tasa anual del 9,4%, al lado ya de una subida de dos dígitos, y marcharse al grupo de Portugal, Grecia y, en cierto sentido, Israel.

Este panorama se une a unas altísimas cifras de paro -en torno al 22% de la población activa-, que si efectivamente se corrigen por los ocupados en la economía sumergida, también han de contemplarse en relación con las cifras corregidas de los otros países, lo que nos coloca en una situación disparatadamente alta. La nube de verano del dato del IPC corre el riesgo de complicarse con otras características tan desagradables en nuestra meteorología económica que es posible que agüe definitivamente la fiesta de nuestra reconstrucción económica.

Lo preciso, en este caso, es dejar de llorar por la leche derramada. Nos hemos situado en una alta inflación mientras los demás se escapan de ella, y tras haber gustado las mieles que se desprenden, de percibir que los precios cedían en su alza. Además, lo hemos hecho en un momento favorable, que resulta muy dudoso pensar que se pueda repetir. El precio de los crudos de petróleo disminuyó tanto que es posible que, a partir de ahora, se experimenten alzas grandes o pequeñas. El índice The Economist para todos los alimentos y materias primas que se mueven en el comercio internacional, cifrado en dólares, da una subida en tasa anual del 3,9% para el final del pasado julio. El dólar, en fin, ha alcanzado cotizaciones tan bajas que resulta muy dudoso que se pueda pensar que otra situación paralela vuelva a generarse. La Providencia hizo un quite espectacular a la economía española con estas tres bajas, pero parece como si lo hubiese hecho a un tullido que, en vez de buscar el refugio de las tablas, se vuelve a colocar, como un insensato, delante de los difíciles toros del paro, de la inflación y del estancamiento.

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Al interrogarnos por qué ocurre esto, la respuesta es triple. En primer término, por el saldo tan favorable de la balanza por cuenta corriente. Esto nos empuja a una de las realidades más extrañas imaginables.

En segundo lugar, por el desorden engendrado por el gasto público. No hay el menor atisbo de arreglo de la Seguridad Social; nada serio se hace en el sector de la empresa pública; la financiación de las autonomías se mueve por extrañas fuerzas; el paro consume fondos ingentes, convertido en un nuevo tonel de las Danaides. Se ataja todo, cuando se puede, con medidas de un agobiado Banco de España, que por fuerza genera en estancamiento para no producir inflación.

Pero, además, existe una esclerosis creciente en la economía española. Los salarios crecen más rápidamente que en 1985, según los datos de la CEOE. La liberalización del mercado del trabajo se pospone una y otra vez. Los poderes corporativos se fortalecen, en vez de ablandarse. Incluso, como se puede, se corta el viento de la competencia que viene de la CEE, porque se ha comprobado que, por haber negociado mal, España, si no cierra, al menos de momento, la ventana, puede ser arrastrada en lo productivo por el vendaval.

En medio de todo esto, lo único que llegamos a oír desde el marco del Gobierno es una desautorización rotunda y desabrida de las pocas voces que proponían un plan posible de arreglo económico, pero eso se hace sin ofrecer alternativa ninguna. Ahora puede surgir la tentación de bloquear los precios de los alimentos o cualquier otra intervención análoga, confundiendo síntoma y causa, y desde luego, empeorándolo todo.

22 de agosto

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