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Visita de los grandes

La visita de las grandes orquestas y, sobre todo, la actuación del Orfeón Donostiarra colman siempre la plaza Porticada. Más aún si dirige un maestro tan ligado a Santander desde su juventud como el burgalés Rafael Frühbeck, que este año celebra sus bodas de plata con el festival. La Sinfónica de Hamburgo, de la Radio del Norte de Alemania -(NDR), nació en 1945 para situarse en unos pocos años entre las mejores de las dos Alemanias. La belleza de su sonido y la agilidad técnica de todas sus secciones la convirtieron, desde los días de Schmist-Issersted como titular, en un instrumento formidable por su flexibilidad.La NDR ha sido de los primeros conjuntos sinfónicos que muestran igual capacidad y un mismo nivel interpretativo para Beethoven o Stravinski, para Brahms y Schönberg, para Mahler, las últimas vanguardias de los años cincuenta y los posvanguardismos de ahora. La fórmula tradición y modernidad se hace realidad en esta centuria crecida de instrumentistas en la que los contrabajos responden a las flautas con análoga ligereza, los timbales alcanzan calidades de insospechada expresividad, los trombones ejemplifican una constante lección de armonía, el oboe canta como un divo, y las cuerdas, fundidas y pastosas, responden a un ideal sonoro hondo y de naturaleza dramática.

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Ensayo de orquesta

Frühbeck consiguió una temperatura poética muy -alta para en volver la musicalidad virtuosista de Uto Ughi en el Concierto para violín en re de Brahms. Desde hace bastantes años triunfa el arte fascinante de este instrumentista que, sobre una fidelidad absoluta al espíritu y a la letra, personaliza cuanto toca y hace naturalidad cordial de los procesos estéticos, técnicos e históricos de cada partitura. Su arte tiene acero: es firme, flexible y luminoso.

Tocaron Ughi, la NDR y Frühbeck el concierto de Brahms para conmemorar el 1502 aniversario del liebanego Jesús de Monasterio (1836-1903), con Pablo Sarasate y José del Hierro, uno de los grandes maestros de la violinística española de todos los tiempos. "Después de Monasterio nadie me ha enseñado nada", decía Pau Casals. Todos procedemos de él, afirmaba el violinista y director Fernández Arbós. Llevaban razón, pues Monasterio, además de su condición de virtuoso, internacional y gran músico, fue uno de los padres del sinfonismo madrileño desde la Sociedad de Conciertos, antecesora de la Sinfónica y Filarmónica. Como Monasterio, también toca Uto Ughi en un soberbio Stradivarius; desde su sonar ha rendido Santander homenaje a uno de sus hijos musicales más ilustres. El programa lo completaron obras de Strauss y Stravinski.

El martes la Porticada constituía un verdadero espectáculo: llena hasta rebosar de un público que superaba las 3.000 personas que se mostró interesado, expectante y sensible ante el Réquiem de Verdi.

La versión fue verdaderamente singular por parte de todos -director, solistas, Orfeón Donostiarra y orquesta hamburguesa- porque a la calidad esperada y confirmada se añadió ese no sé qué que unas veces aparece y otras no en todo quehacer artístico.

Verdi

El caudal de música tan rico y vario que Verdi vierte en su Misa de réquiem es uno de los grandes acontecimientos que el resurgimiento italiano proyecta sobre Europa a fines de siglo.

Enriqueta Tarrés, nuestra soprano tan querida en Alemania, hizo una de sus mejores actuaciones, pues movió su voz, bella de timbre, con gran facilidad y afinó con exactitud instrumental; la norteamericana Florence Quiver posee una materia conturbante por sí misma que sabe poner al servicio de la mejor línea oratoria; Bruno Sebastian es un tenor brillante y ágil, aunque muy definidamente operístico. El bajo Dimitri Kavracos cargó la gravedad italiana con acentos de trágico griego.

Del Orfeón Donostiarra, que dirige Antxon Ayestarán, ese guipuzcoano sencillo y ejemplar cuyos méritos son tan largos como su ausencia de vanidad, no se sabe qué elogiar más: si una sonoridad coral única en Europa, una afinación colectiva fruto de la disciplina sin rigidez o un impulso expresivo que hace de sus pianos realidad musical tan asombrosa como la de sus fortísimos.

Al escucharla en el Réquiem parecía que la Orquesta de Hamburgo fuese la compañera y colaboradora habitual del Orfeón Donostiarra: tan justa, detallada e interna fue su identificación con el coro español.

En éste un mérito que en buena parte se debe al director Frühbeck de Burgos en una de sus actuaciones mejores, más cuidadosamente matizadas, sentidas y exteriorizadas. Noche de gran éxito la del Réquiem verdiano y, sin duda, una de las puntas del festival internacional en su 35ª edición.

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